Por Alejandra Boldo
Con el tiempo, y acompañando de alguna manera los cambios lógicos, la corriente más liberal del judaísmo fue aceptando la inclusión de la mujer en cargos rabínicos. Fue en Europa donde el movimiento reformista aceptó por primera vez la ordenación de mujeres -la primera se ordenó en 1935, con tanto escándalo que hasta 1972 no hubo otra-. El otro movimiento liberal recién lo hizo una década después, en Estados Unidos.
En América latina, las cosas tardaron un poco más, aunque el avance finalmente se pudo materializar. En la región, hay rabinas desde 1994 y actualmente son 12. Todas se graduaron en el Seminario Rabínico Latinoamericano Marshall T. Meyer, única escuela que acepta mujeres. Por el momento, no hay ninguna cordobesa ni tampoco ninguna trabajando en esta provincia.
Una de las integrantes de esa camada de egresadas es Silvina Chemen, rabina de Bet El, la comunidad judía más grande de Latinoamérica, ubicada en el barrio porteño de belgrano. En diálogo con Día a Día, explicó de qué se trata esta tarea, cómo se logró que las mujeres adquirieran este espacio y por qué es bueno atender las singularidades.
El proceso de ordenación no es nada sencillo. Es que una rabina, es un rabino mujer. Los procesos y los desempeños son iguales en ambos casos. Las expectativas y las obligaciones también.
El estudio en sí es un largo proceso. Si se puede resumir en una sola palabra, sería convicción. Consiste en cuatro años de estudio prerabínico, tres y medio de estudio rabínico y un año completo de formación en Israel. Además, es imprescindible tener un título universitario. Hay que saber varios idiomas, algunas materias son en hebreo y el estudio de los textos es en arameo.
"Si lo hacés todo junto, son como 10 años de estudio en total. Tenés que estar muy convencido de lo que estás haciendo. Es una exigencia muy grande", aseguró Silvina.
Maestra
Silvina es casada y tiene dos hijos. Y su trabajo es ser rabina. Oficia los servicios religiosos, acompaña a la gente enferma, escucha a la gente triste, sepulta a los que se mueren y casa a las personas que eligen formar un matrimonio. También da clases y le da la bienvenida a los que nacen.
"No somos sacerdotes porque no hacemos votos. En la tradición judía ya no hay más sacerdotes. Cuando la institución sacerdotal fue abolida, los que mantuvieron el liderazgo fueron los maestros. Rabino significa maestro", explicó Chemen.
A un rabino no se lo asigna. Es la comunidad la que lo elige. Es una conversación de ambas partes.
Tiempo al tiempo
La participación de la mujer en los diferentes ámbitos es cada vez mayor. Lo mismo sucede en el terreno religioso. Para la rabina, que una mujer hoy por hoy esté ocupando estos espacios es una cuestión de tiempo.
"Los cambios culturales de tamaña magnitud necesitan un tiempo para procesarse. Y no solo en el mundo masculino, sino también en el femenino. Tampoco es sencillo para las mujeres acostumbrarse a la presencia de un rabino que es mujer", remarcó.
Para ella, no existe ninguna diferencia entre el rabino hombre y mujer. "Somos personas distintas. Si hubiera dos varones, también es interesante que sean diferentes. Lo que enriquece la tarea pastoral es la singularidad del ser humano que habita este rol. No es un papel idéntico uno con otro, más allá del género", agregó.
La misión
Mantener la pertenencia en un mundo global. Para Silvina, esa es su misión. Por un lado, existe el mandato de la continuidad de la tradición en una pertenencia complicada. Porque ser judío, aclaró, lejos de ser una religión, es pertenecer a un pueblo que fue diseminado a un exilio de dos mil años. Pero, por otro lado, hay que traducir el mandato de los textos sagrados a la realidad que vive la comunidad judía.
"Esa es mi función, comprender el punto de intersección para acercar a la gente a la tradición, y viceversa", resumió.