Es la escritora más premiada del país y una estrella en el mundo literario. Samanta Schweblin fue la primera argentina en ganar el premio estadounidense que honra el legado de Shirley Jackson (una de sus autoras preferidas) e integró la lista de finalistas del Man Booker Price International, entre otros reconocimientos. Sin embargo su racha ganadora no comenzó así, sino cuando solo tenía 12 años y ganó los tres primeros premios en un concurso local de cuento al que la presentó su abuela. Esa experiencia no acrecentó su ego, sino todo lo contrario: la volvió tímida.
A Schweblin le cuesta hablar de sí misma, dice que se enreda y que prefiere que sus libros se defiendan solos. Tanto es así, que la entrevista que brindó a La Nación desde Berlín, antes de viajar a Buenos Aires para presentar su novela Kentukis, la respondió mitad por teléfono y mitad por mail. Experta en cuentos pero galardonada una y otra vez por la novela corta Distancia de rescate (2014), Schweblin habló sobre su nueva apuesta narrativa y la experiencia de ser quizá la escritora viva más reconocida de la escena nacional.
-Las diferencias entre un cuento y una novela son claras. A la hora de escribir, ¿qué fue lo que te sedujo de este nuevo formato?
[...] Hay algo que me gusta mucho del trabajo con textos largos, y que ahora extraño cuando vuelvo al cuento, y es la sensación de completa inmersión en la escritura. Entregarse a un mundo particular y lidiar por meses, y hasta años, con una idea específica. El cuento, entre idea e idea, da mucho aire, también valoro ese aire, pero hay veces en las que me quedo un poco en vilo entre el cierre de una historia y el no saber qué sigue. [...]
- ¿Cuál fue el disparador (de la novela Kentukis)?
Venía dándole vueltas al tema de los drones. [...] Me fascinaba cómo con este nuevo punto de vista del dron, casi de moscardón, podemos de pronto ver lo que nos estuvo oculto por años. Pensaba en todas las consecuencias que esto tiene, los límites de la intimidad, y también la sospecha de que todo lo que nos es vedado oculta muchas veces injusticias, desigualdades, abusos de poder. Me preguntaba, ¿qué hay donde no nos dejan ver? ¿Qué es lo que no queremos mostrar cuando somos nosotros mismos los que levantamos esos muros? Estaba con todo esto en la cabeza cuando de pronto se me ocurrió la idea del kentuki (animal de peluche con una cámara en su interior, que "espía" a las personas), de la nada. [...]
-¿Te resulta raro que no haya kentukis (estos peluches con cámaras) entre nosotros?
Sí, me parece insólito que algo así todavía no exista. ¿Cómo puede ser que existan los drones y no los kentukis? Sería como decir que, en un mundo hipertecnologizado, en el que existen las fiestas de disfraces y los juegos de mesa, a nadie se le hubiera ocurrido todavía el concepto de los videojuegos. Fue algo tan insólito que ni siquiera se me ocurrió que estaba frente a una idea literaria.
-¿Y el nombre de estos peluches (en la novela hay ositos, conejos, dragones, cuervos), de dónde proviene?
Apareció de la nada, estaba escribiendo el primer boceto y llegado el momento simplemente escribí kentukis, y como era un borrador no me detuve ni a pensarlo. Más adelante, cuando vi que la novela iba en serio, me dije, bueno, hay que pensar un nombre de verdad. Quería que sonara a algún tipo de producto norteamericano, algo muy barato y popular. También quería que el nombre tuviera algún dejo chino, o japonés. Quería que fuera estrafalario, pero a la vez que a todos los lectores ya les sonara, algo que diera la sensación a marca ya conocida. Algo poco sofisticado, simple. Y todo lo que iba listando volvía a llevarme a kentukis. Incluso, la imagen de las patitas de pollo fritas, de animalito rostizado.
-El comunicarse con el otro, el lenguaje en sí, tiene un rol primordial en tu novela. ¿Cuánto tiene que ver con tu vivencia en Alemania?
Vivo en esta confusión de idiomas, incluso dentro de las decenas de dialectos del mismo español. Me paso el día enredada en el ejercicio de aceptar que hay un alto porcentaje de lo que digo y lo que escucho abierto a ser malinterpretado. Es algo muy incómodo, pero también disparador, y al final te vas acostumbrando a lidiar con ese ruido. También los viajes tuvieron muchísimo que ver. La gran mayoría de las ciudades de las que hablo en la novela, incluso ciudades como Pekín, Erfurt, Tel Aviv, son ciudades en las que estuve, hasta conozco las casas de algunos personajes. [...]
-¿Tuviste quien te orientara en tecnología para darle mayor credibilidad al relato?
Tengo un gran amigo que es un capo en temas de servidores, tecnologías telefónicas y redes sociales. Tuvimos algunas reuniones y discusiones sobre cuál era la tecnología más simple y lógica con la que podía funcionar un kentuki, y sobre la base de esto marcamos todos sus límites y posibilidades. También trabajé con alguien para cada una de las ciudades protagonistas. Una amiga china siguió de cerca los capítulos de Taolin. Mi editor croata siguió a Grigor, otro amigo peruano siguió a Emilia, y así. Y trabajé muchísimo con Google Earth y Google Maps. El pueblo abandonado de Surumu, por ejemplo, invadido de cabras salvajes, existe verdaderamente, y puede verse y recorrerse desde Google Earth. [...]
-Hay una notoria necesidad de leer a autoras, sin embargo, aún se remarca la visión y la temática femeninas como condicionantes. En varias oportunidades, tuviste que aclarar que no sos madre y que, sin embargo, fuiste capaz de escribir Distancia de rescate.
Es loquísimo. Me lo siguen preguntando entrevista de por medio. ¿Pero vos sos madre, no? Siempre hago el mismo chiste, que es como si a los que escriben policiales les preguntaran si los fines de semana salen a matar mucha gente. Es muy interesante pensar qué pasa con la maternidad también en la literatura. Por qué cualquiera puede hacer ficción sobre cualquier cosa, pero sobre la maternidad solo pueden escribir las madres. ¿Qué nos pasa que, en estos años de tanta desacralización y desmitificaciones, seguimos sin poder desarmar esa única manera de ser madres? Cómo nos sigue costando.
- En enero próximo, la realizadora peruana Claudia Llosa ( La teta asustada, nominada a los premios Oscar como mejor película extranjera), será la encargada de llevar al cine la versión de Distancia de rescate. ¿Qué fue lo más complejo de la adaptación?
-Trasladar al cine esa voz en off que lleva adelante toda la novela, porque es un recurso delicado del que no se puede abusar, pero que no queríamos perder. También son complejos los tiempos de rodaje, por las cosechas del campo, y porque hay muchos chicos involucrados. Es muy extraña la sensación de verle por primera vez la cara a algunos de los personajes.
La entrevista completa puede leerse aquí.