La muerte de Débora Pérez Volpin generó una gran conmoción en varios ámbitos, especialmente en el del periodismo, donde desempeñó su actividad profesional durante más de 20 años.
Tras conocerse la trágica noticia, aparecieron miles de mensajes en las redes sociales. Uno de ellos fue el del escritor Luciano Olivera, amigo de Débora, quien escribió una emotiva despedida cargada de anécdotas junto a la periodista y legisladora.
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Tomo un sorbo de cerveza, como aquella noche en la que jugamos a ver si, con las latas que íbamos vaciando, llegábamos hasta el techo. Hasta el cielo, creo que decíamos. Tomo un sorbo y me despido escribiendo, porque eso es lo que hago cuando no me sale decir nada. Que hablen mis dedos, son menos tímidos, les sale el te quiero más fácil. Y yo te quiero, mucho te quiero. No, a mis dedos tampoco les sale decirlo en pasado.
Tenemos dieciséis años, vos un poco más pero los caballeros no nos fijamos en eso. Caminamos juntos el claustro central del Buenos Aires. Sos la dueña, yo el intruso. Me guías, me río porque unos chiquitos empiezan a seguirte, los más tímidos solo te miran. Tenés un poco más de dieciséis años, sos magnética y sos la mina más segura del colegio más importante del país. No sé cómo lo hacés. Te admiro.
¿Qué tendremos, veintiuno, veintidós años? Acabo de discutir con el Negro Portantiero, siempre discutimos, en lo único que estamos de acuerdo es en el color de piel. Sobre una mesa trasnochada, poroteamos. Lo chicaneo, le digo que así es la política cuando se acaban los libros. Me manda a estudiar, tiene razón. Al final le arranco un cargo en su gabinete, no más que el que nos merecemos por todo lo que hicimos para que él sea Decano.
-¿Y a quién proponés? Me pregunta.
-A Débora Pérez Volpin.
-Me cagaste, me cagaste- reconoce y me da la mano.
Al día siguiente, en la mesita de la Franja, te pregunto si aceptás. Me decís que sí. Respiro, no tenía plan b. Estás vestida de rojo, sos Bochini, bostera de mierda.
Una tardecita de esas me decís que te vas, que querés dedicarte a la profesión. Me enojo, te digo que sos egoísta, que no podés pensar solo en vos, que la política es lo único que transforma de verdad. Cenamos en un restaurante que ya no existe, tomamos vino blanco.
-Nunca me voy a ir del todo- me decís. Prefiero creerte. Brindamos por tu carrera. Un poco después salís por primera vez al aire en TN. Le sonrío a la pantalla, ese día todos llegamos un poco.
Pasan años, muchos años. Nos ennoviamos, nos casamos, tenemos hijos. Un día te recibo en mi oficina, sentado en un sillón blanco que por entonces me parecía importante y ahora quemaría. Tenemos un desafío, vamos a hacer un programa de televisión vos y yo, juntos. Las vueltas de la vida. Ahí mismo dibujamos el primer sumario. Te sentás cerca de la ventana para fumar, tirás ideas, anotás en un cuaderno. A cuatro manos escribimos dos off, uno para el principio y otro para el final. Dice algo así como "el hilo de la memoria llegó hasta el fin. Al fin y al cabo, la vida, es una sucesión de anécdotas". Nos abrazamos, estamos contentos. Hacemos decenas de capítulos y luego otro programa y después un noticiero. Todo lo que hacemos juntos nos sale bien. Nunca venís a grabar de mal humor, solo una vez llegas triste, tuviste un quilombo, llorás un poco, me decís que conmigo podés soltarte porque somos casi iguales. Me río, te digo que claro, que somos dos cabras y entonces las lágrimas se van.
Un día escribo un libro. Habla de mí, de papá, de la vida. Te pido que estés conmigo en la presentación. Llegás primera, te ponés a un costado, conducís, me entrevistás con cariño Me gusta tenerte cerca esa noche. Otra vez somos felices.
Es lunes por la tarde, me suena el WhatsApp.
-Hola amiguito, ¿te puedo ver? Necesito un consejo importante- dice la pantalla. Al lado, tu foto, en una playa, la cara llena de sonrisa.
Te digo que obvio, que cuándo. "Ahora", contestás. Es raro, no sos tan perentoria. Te cito en el bar de enfrente de mi oficina que ya no tiene sillones blancos. Tomamos café, nos preguntamos por los chicos, por Rocío, por Quique, me contás de la muerte de tu viejo, se te llenan los ojos de lágrimas, te agarro la mano y te digo que sos fuerte. Otro sorbo de café y te largás. Te acaban de ofrecer una candidatura, una importante. Me decís que es cambiar de vida, que es una decisión muy difícil, que lo primero que se te ocurrió fue escribirme para ver qué pienso. Sonrío orgulloso, trato de que no se me note el agrande, sin querer me sale el tono de voz del pibe ruludo que rosqueaba en las mesas de trasnoche. Pensamos juntos, analizamos pros y contras.
-Y vos, con el corazón, ¿qué querés?- te pregunto algo que en una rosca no se pregunta, pero estamos grandes.
-Creo que me quedó una deuda, la de cuando éramos chicos, me gustaba eso de pelear por ideales- me contestás. Te brillan los ojos.
Te digo que entonces lo hagas, que no te quedes con las ganas. Unos días después las paredes de la ciudad se llenan de tu sonrisa. Le saco una foto al primer cartel que veo, te la mando. Me decís que gracias, que es muy loco, que fui importante. Te contesto con un corazón. Hace rato que nos decimos que nos queremos mucho sin pudores. Es la edad.
25 de diciembre, me mandás un feliz cumpleaños, amigo. Le ponés corazones y besos.
31 de diciembre, te mando un feliz cumpleaños, amiga. Le pongo más corazones y más besos. Nos reímos, capricornianos, competimos en todo.
Algo de enero, nos cruzamos un chiste en tuiter, por Whatsapp quedamos en vernos ni bien arranque febrero, te digo que te voy a ir visitar a tu despacho, te llamo diputada. Nos reímos de nuevo. La vida es una caja de bombones.
6 de febrero. Te moriste hace qué, ¿dos, tres horas? No puedo parar de pensar en vos. Canto para adentro La Elegía, la de "yo quiero ser llorando el hortelano, de la tierra que ocupas y estercolas, compañero del alma, tan temprano". Tomo un poco más de cerveza. Miro la lata. Está vacía. La voy a poner allá arriba. Si sigo un poco más, esta vez alcanzamos hasta el cielo.
Te quiero mucho.