Salir a comer, sacarle fotos al plato, compartir esas imágenes en Instagram. Esto, que para muchos ya es rutina, para algunos es una ocupación. Una que puede hacerles ganar dinero, darles cenas gratis, llevarlos a aliarse con una marca. O no. Pero que en todos los casos tiene como meta (entre otras) sumar seguidores que busquen recomendaciones gastronómicas. En la Ciudad de Buenos Aires esta tendencia arrancó hace unos años. Y ahora está llegando a un pico.
En una urbe con una oferta culinaria cada vez más variada, es fácil perderse. Cada semana abre una hamburguesería, otra cafetería de especialidad, un local de cerveza artesanal. Ahí es cuando vienen los instagramers gastronómicos a servir de guías pero, sobre todo, a compartir algo intransferible y, por lo tanto, valioso: su experiencia.
Qué es lo mejor del menú, cuánto cuesta un plato, si el lugar es tranquilo o ruidoso, si la carne es tierna o las pastas salen al dente. Esos detalles sólo se conocen si se estuvo allí, de cuerpo presente. Y ahí están la foto, el video y a veces hasta la transmisión en vivo en Instagram para testimoniarlo.
Pero hay de todo en la viña del Señor, y eso incluye las redes sociales. A diferencia de quienes se dedican al periodismo gastronómico, sólo una parte de los que arman estas cuentas tienen el saber necesario para formar parámetros y aconsejar más allá de su gusto personal.
“Cuando recién salió la moda de las hamburgueserías, no había criterios sobre por qué una hamburguesa era buena y otra mala, factores como si el pan es industrial, si la carne está bien cocida, si las papas son crocantes. Eso es lo que intento aportar desde mi lugar”, dice Leandro Volpe, que tiene más de 20 mil seguidores en su perfil de Instagram @burgerfacts y acaba de publicar un libro, “101 hamburguesas que tenés que probar antes de morir”.
¿Y si no les gustó el lugar?
A su vez, para que la información que se aporta sea realmente útil, es clave que el instagramer tenga la libertad suficiente para hacer reseñas positivas sólo de los locales que le gustaron. Laura Graner, nacida en Perú, creadora de @restaurantesargentina (casi 28 mil seguidores) y autora de una tesis sobre el tema, resalta: “Es importante que no nos sintamos obligados a comentar algo positivo sólo porque fuimos invitados. Debo rechazar muchas invitaciones porque no corresponden al target al que apunto”.
Eso no significa necesariamente que, si no gustó un lugar, se escriba una crítica dura. “No hacemos comentarios negativos porque detrás hay gente que está laburando y se está esforzando. Si me consultás por privado, te digo que es malo, pero nunca escracho”, explica Pía González, quien con Abril Báez Julien tiene la cuenta @comoluegoexistobsas, con más de 35 mil seguidores. “Tengo una amiga que fue a una cafetería de microcentro y no le gustó, publicó la reseña igual y la insultaron mucho”, destaca Antonella Webber, estudiante de contabilidad y creadora de @bsascoffeeshops (unos 1.800 seguidores), en la que muestra sus exploraciones por las cafeterías porteñas.
Dilemas modernos
Este aparente consenso no evita algunas disyuntivas. Como, por ejemplo, si se debe ir a un local porque se recibió una invitación, o bien elegir libremente en base al criterio propio (y pagar por lo consumido). O la tercera opción, la más criticada: pedir comida gratis a cambio de una reseña positiva.
“Conozco muchos dueños de restaurantes que reciben mensajes de instagramers que les piden productos gratis si les escriben una buena crítica”, reconoce Allie Lazar, estadounidense con ciudadanía porteña que cuenta la Buenos Aires gastronómica en su blog en inglés, y que en Instagram tiene 25 mil seguidores con su cuenta @pickupthefork. Graner agrega: “La mayoría de las veces pago. Soy feliz de pagar por comer, es la mejor inversión”.
Para Volpe, hay dos grandes ramas en este rubro: “Los que lo hacen porque les gusta y quieren ayudar a difundir locales más chiquitos, y los que lo hacen por negocio, para conseguir comida sin pagar y sacar plata”. Agustín G. Deregibus, de @bairesfoodie (casi 17 mil seguidores), aporta una postura intermedia: “No lo hago para comer gratis sino para conocer muchos lugares. Desde que arranqué, hace un año y medio, ya conocí más de 80 restaurantes, algo imposible de lograr de otra manera”.
Otro tema que divide aguas es la alianza de ciertos instagramers gastronómicos con marcas, lo que se traduce en la presencia de estas en las fotos, los videos y las instastories de estos usuarios devenidos influencers. “Tengo muchas ofertas de marcas para pagos o canjes, pero siempre digo que escribo sobre los productos que me gustan”, explica Lazar. González agrega: “Hacemos campaña con ciertas empresas, pero porque nos interesan. Si no, no es genuino y la gente lo nota”. Volpe, por su parte, lamenta que “muchos creen que alguien sabe por la cantidad de seguidores que tiene, como si esa cifra validara una opinión. Y así es como lo llaman las marcas o lo nombran jurado de un concurso”.
Cada uno con su posición, hay sin embargo un elemento en común entre casi todos los consultados, más allá de su rol “foodie”: su condición de porteños adoptivos. Deregibus es de Cipoletti; González y Báez Julien, de Posadas; Webber, de Río Grande; y Lazar, de Chicago. Eso, creen, los ayuda a valorar aún más los beneficios gastronómicos que implica vivir en una ciudad como Buenos Aires. Y a tener una mirada fresca que contagia entusiasmo con cada hallazgo.