Lo primero que se siente es su olor: pungente y asqueroso, ataca los sentidos de forma instantánea. Cuando está uno en soledad en medio del cerro lo nota, seguido por el silencio alrededor. Los animales le huyen, con pánico.
A las orillas del Bermejo, una comunidad wichí lo ha visto en repetidas ocasiones. Es alto, peludo y se mueve como un mono, o como un oso. Está cubierto de pelo y tiene manos y pies grandes, pero nunca ataca a la gente: los observa, desde lejos; los asusta, y desaparece.
Sobran las dudas sobre su existencia: en otras contadas ocasiones, se lo ha descrito como un hombre-oso, pequeño y panzón, terriblemente feo. Se dice que vive en cuevas alejadas, pero que se lo ve cerca de ríos y vertientes porque se baña allí.
Rodeado de distintos mitos y leyendas, hay versiones que lo retratan como una criatura sexual: si es macho rapta a las vírgenes del pueblo, llevándoselas con él para tener hijos; si es hembra, en cambio, seduce a los hombres con una voz dulce desde la oscuridad para hacerse fecundar. Se dice que rapta niños, que acecha las aldeas, que es más monstruo que humano pero que es inteligente.
El Ukumar, Ucumari, Ucumare recuerda al yeti, al Abominable Hombre de las Nieves, a Pie Grande: un ser misterioso, oculto; un pedazo de la naturaleza del Chaco Salteño que al día de hoy no tiene explicación alguna.
El oso andino
En quechua y aymara, ukumari significa oso, y es el nombre que se le da al único Ursidae autóctono de Sudamérica: el oso de anteojos (Tremarctos ornatus). Se trata de un animal mediano, de entre 1,30 y 1,90 de alto, de hábitos diurnos y solitarios.
Es una especie en estado vulnerable, que reside en la cordillera de los Andes, y es capaz de trepar rápidamente por los árboles. Su nombre se debe a su pelaje: su cuerpo es de un uniforme color negro o marrón oscuro, mientras que su hocico corto es de color blanco con manchas alrededor de los ojos, lo que le hace parecer que estuviera usando anteojos.