Narra en el libro "Malvinas: Lo que no cuentan los ingleses (1833-1982)": "a Darwin le llamó la atención que los caballos estuvieran sólo en la parte oriental de Soledad cuando no había barreras naturales para que se desplazaran por toda la isla. Los gauchos atribuían el hecho al apego de los yeguarizos a su hábitat.
Los caballos que había en las Malvinas, cuenta el naturalista británico, descendían de los que habían introducido los franceses, mezclados con otros que provenían del Plata, eran de poca alzada, como son los criollos, y los pelos que predominaban eran los ruanos y los tordillos oscuros".
Otro dato que traemos de la historia es la compra por parte de los ingleses de caballos en Buenos Aires para las Malvinas, fechada en 1841. E n una nota el contralmirante E. D. King solicita al comandante Frankland, al mando del navío 'Perl' –unidad dependiente de la división naval del Río de la Plata-, "la adquisición en Buenos Aires de dieciséis a veinte caballos, y de seis recados, debiendo encargarse también del ulterior transporte de estos elementos a Malvinas. Las monturas habrían de ser fuertes y de óptima calidad, y no como las fabricadas en Brasil, de poca duración".
La solicitud fue realizada por el teniente John Tyssen, a cargo de la administración de las islas Malvinas, quien había solicitado adquirir equinos para utilizarlos en la captura del abundante ganado cimarrón que circulaban por las praderas de las islas.
La situación era crítica para la población malvinera, debido a las dificultades para autoabastecerse de alimentos. A pesar de ello, los habitantes de la capital de las islas estaban rodeados "de cuarenta mil cabezas de ganado, según estimación hecha por el capataz de los gauchos". Para abastecerse sólo contaban con "catorce vacas lecheras y de ciento noventa vacunos medianamente amansados"; de ellos "dependía el suministro de leche y carne para alimento de la población".
La prioridad de Tyssen fue "aumentar a todo trance las reservas, mas para eso se requería aumentar antes el número de caballos a emplearse en las faenas de encierre. Y aquí se daba otro absurdo; los pocos que había estaban enfermos, viejos y lesionados, y ello sucedía mientras cuatro mil potros y baguales disparaban libremente por los valles y quebradas de la Gran Malvina".
Para resolver esa paradoja, ya se habían adquirido, el año anterior, "cuatro padrillos, veinte yeguas, tres potrillos y dos potrancas, comprados en la capital porteña con asesoramiento del cónsul inglés radicado en la ciudad", pero resultaban insuficientes.