Antes de partir, Paula Solé estudió catalán y se recibió de antropóloga. Su meta era clara: irse a vivir a Barcelona con su pareja. Como tantos otros, dejaron atrás un país que acababa de estallar, juntaron petates y expectativas para arrancar en otros horizontes. "Lo primero que recuerdo es que al llegar al aeropuerto de Barcelona sentí una mezcla de euforia e incertidumbre, vértigo, mucha emoción, repetía en mi cabeza 'alea iacta est' (la suerte está echada)", cuenta desde allá más de una década después. Paula define estas sensaciones que la acompañaron un tiempo como "temor sano: nada que ver con el miedo frente a un examen o a una entrevista laboral, esto es como un trance, como estar narcotizada, estás atravesando un duelo por lo que dejaste y a la vez tenés hojas en blanco por delante", describe hoy.
Mudarse, cambiar de hábitos de vida, casarse, tener un hijo, adoptarlo... A pesar de ser hechos que obedecen a elecciones personales, suponen también profundas transformaciones que se atraviesan, como lo hizo Paula, con sentimientos contradictorios, como si el entusiasmo y el miedo se estuvieran peleando por el primer puesto. El gran desafío es sortear este pugilato interno de la mejor manera posible sin que nos paralice.
Todo cambio supone una transición: alguien puede mudarse, por ejemplo, de Córdoba a Mendoza, a una casa hermosa y con un empleo soñado, pero aun así deberá adaptarse al nuevo lugar, al barrio y los vecinos, a nuevos olores y palabras, al mismo tiempo que dejará atrás su hasta entonces vida cotidiana, con su paisaje y sus costumbres ya aprendidos. Podría visualizarse esta acción como un salto en sus tres instancias: el envión inicial como momento de decisión; el aire, o sea el salto propiamente dicho; y cuando se llega a tierra.
"Del sueño a la concreción hay un proceso, un tiempo que respetar. Hay distintas ansiedades en los diferentes procesos de decisión y hay que sortearlas. Hay un duelo por lo que tuve y ya no tengo, y porque no sé cómo es lo que viene. Es un momento de crisis, de ruptura, en el que hay que superar el estado que se ha decidido dejar atrás y ver la oportunidad del porvenir. La palabra crisis encierra ruptura y mutación, suponiendo una desestructuración y reestructuración del mundo interno y del mundo externo; por lo tanto, es una oportunidad para el cambio", explica la psicóloga Claudia Pires, secretaria científica de la Asociación Gestáltica de Buenos Aires.
"Un cambio implica ingresar a una dimensión hasta ese momento desconocida. Cambia tu entorno, tus relaciones y, fundamentalmente, cambia tu rol, el lugar que ocupás como sujeto, como persona. A partir de ese momento sos, para vos mismo, alguien por descubrir", complementa la licenciada en psicología y escritora Ana García Mac Dougall. Así le pasa a toda mujer que se convierte en madre. Ya no es ella sola con su vida laboral, sus relaciones y hábitos. A partir del nacimiento del hijo, la identidad muta; la mujer es, también, "la mamá de"; su rol, su vida cotidiana, su modo de enfrentar al mundo cambian y ya no hay vuelta atrás.
Aún buscados en forma positiva, anhelados, los cambios suelen generar temor y ansiedad, una sensación de riesgo por abandonar lo conocido a expensas de algo nuevo. "La resistencia al cambio es bastante común: no queremos abandonar la llamada 'zona de confort' porque nos asusta lo nuevo. Por algo el refranero popular dice 'el hombre es un animal de costumbres'. Pero también nos cuentan los refranes que 'el que no arriesga no gana' y que 'siempre que llovió, paró'", reflexiona Mac Dougall.
Pienso, siento, hago
Todo cambio hecho por elección propia es inherente a la libertad, pero elegir siempre implica renunciar a algo. En este caso, optar es renunciar al statu quo, y como el resultado todavía es incierto, produce angustia. "La libertad va de la mano con la responsabilidad. En la teoría gestáltica definimos a la responsabilidad como la habilidad para responder ante ciertas situaciones. Pienso, siento y hago. Tal vez no lo siento de la misma manera en que tomé la decisión, porque las circunstancias cambiaron, porque me siento distinta y aparecen ciertas conductas fóbicas. Cuando empiezo a cuestionar lo que decidí, sobreviene el arrepentimiento, que puede parecer acertado desde lo racional, pero si no incluye el sentir, se convierte en autoboicot. Si las fuerzas flaquean, es recomendable revisar aquello que motivó el cambio. Escribirlo y leerlo cada tanto ayuda a recuperar la confianza perdida", dice la licenciada Pires.
Lo importante es que esa angustia sea energía para moverse y no un cuco que nos paralice. "Para eso, puede ser útil repasar los motivos que llevaron a tomar esa decisión, felicitarse por el logro obtenido y, en relación con la nueva situación, confiar en que, al dejar fluir, todo irá bien", aconseja Mac Dougall. Y si algo no es como se esperaba, también eso puede cambiar. "Hay que confiar en la propia capacidad de adaptación", afirma la experta. Como Paula, que comenzó su vida en Barcelona vendiendo medias en la playa para ganarse el pan y hoy trabaja como antropóloga para una ONG, tiene dos hijos catalanes y aunque las cosas no le resultaron fáciles, jamás se arrepintió de haber cruzado el Atlántico.