La pandemia de Coronavirus cambió el mundo para siempre e hizo que, debido a las cuarentenas, la mayoría de las actividades que realizamos en la vida cotidiana se trasladasen totalmente a la virtualidad.
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Si bien ya existía el teletrabajo, como también el e-commerce, estás actividades aumentaron y dejaron de ser “híbridas”. Todo pasó por Internet como intermediario. Y el caso de los seguros de los vehículos de las casas así como también el pago de servicios, obras sociales y prepagas no fueron la excepción.
Sin embargo, no todos estaban preparados para este cambio tan abrupto que, según los especialistas, se adelantó entre 5 y 10 años. Más allá de sufrir el encierro y la limitación de no poder salir de sus casas por ser factor de riesgo, los adultos mayores también debieron adaptarse a esta realidad para concretar aquello que hacían en su vida cotidiana.
El pago de servicios y el pedido de recetas para la obtención de sus medicamentos pasó a ser absolutamente virtual y en el momento de la baja de casos, la atención dejó de ser física para pasar a ser virtual. Aunque muchas empresas proveedoras de estos servicios volvieron lentamente a la atención al público, el encuentro debía agendarse previamente y para ello se requería sacar un turno virtual, que en este caso volvía a complicar a quienes no están muy “duchos” en temas tecnológicos.
“Quise ir a hacer una pregunta en la prepaga por los estudios para la operación que le van a hacer a mi marido en el ojo y me dijeron que tenía que sacar un turno virtual”, le cuenta Elsa de Quilmes a Vía País al relatar el maltrato que sufrió por parte de la prepaga Medifé, cuando se acercó a las oficinas para hacer una consulta y no la dejaron pasar.
“Fui y había tres mujeres que no estaban atendiendo a nadie y no me dejaron entrar. Me decían que tenía que sacar el turno por el celular. Les dije que no sabía hacerlo y que tengan consideración de que soy una persona mayor y aún así no me ayudaron”, agrega la mujer de 79 años, quien también cuenta que cuando quiere pedir los remedios, con su esposo están horas tratando de lograr comunicarse por el chat de Whatsapp y no les contestan ni reparan en su situación.
Si bien Elsa afirma que sus hijos la ayudan, no puede esperar a verlos para que le solucionen estos problemas. No quiere “molestarlos” y se enoja por no poder resolver la situación que no fue en todos los lugares así. “En Aysa me habían cobrado demás por el agua y fui hasta las oficinas y allí me hicieron pasar y me atendieron. Ahí sí consideraron que soy una persona mayor”.
Marta de La Plata habla por celular. Sabe hacer llamados, de hecho llama a sus tres hijos, pero “con cosas más complejas” no puede. Y es por esta razón que tuvo que acudir a otro médico, que no es de su obra social debido a que no podía realizar las solicitudes y envíos que ésta le requería. “Me lo tuve que hacer por otro médico porque me pedían que haga cosas por el celular que yo no sé hacer”, indica la mujer de 77 años.
Los que se animan
Natalia Lacorte es profesora de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ) y forma parte del programa que el PAMI realiza en distintas universidades y centros del país para que los adultos mayores puedan realizar distintas actividades y no quedarse en sus casas. Lacorte da clases de fotografía para adultos y también de computación y de manejo de celulares. En estos últimos dos cursos les explica cómo usar Internet y las redes sociales, además de enseñarles cómo funcionan los dispositivos.
“Con la pandemia se tuvieron que aggiornar o aggiornar”, admite Natalia en diálogo con Vía País, quien cuenta que el primer cuatrimestre del 2020 no hubo cursos, pero que en el segundo se implementó la virtualidad y allí fue todo un desafío. “El taller que armé lo orienté para que los alumnos puedan hacer videollamadas porque entendí que una forma de mejorar la calidad de vida, en ese contexto, era sostener los vínculos con otros afectos, sean amigos o familiares”, cuenta Lacorte.
También se enfocó en explicar las aplicaciones para pagar servicios, como los home banking o mercadopago, para pedir comida o realizar otro tipo de compras. Lacorte señala que “lo importante era que ellos sostengan su autonomía y el vínculo con sus afectos” y que “también puedan hacer cosas sin exponerse, como ir al banco”.
“Nos sorprendió como se adaptaron y en cómo se adaptaron a la modalidad misma en que se dieron los cursos durante la cuarentena ya se hacen a través de zoom. Y también en cómo se inscribieron vía online, aunque también contaron con la ayuda de los auxiliares docentes”, desliza la profesora, que hace más de tres años que está en este programa de ayuda para adultos mayores.
“Había una mujer que no lograba conectarse y después, a partir de la ayuda, clase a clase fue haciéndolo sola y ahora es la primera en conectarse y de hecho ella lo nota”, señala sobre uno de los casos. Además dice que tienen dificultad con trámites virtuales como los de Mi Argentina para la carga de documentos y la digitalización de los mismos pero que con el correr de las clases pueden hacerlo.
Dar el paso y equivocarse
“Para entregar todo en IOMA y que me dieran una medicación tenía que mandar por mail toda la documentación que me pedían. Me ayudó mi hija. De hecho, el retiro de las recetas tuvo que hacerlo ella con el pedido de un turno previo”, afirma a Vía País María Griselda Violino, quien luego fue aprendiendo a realizar los trámites y rescata que de la pandemia, para ella, “este fue el lado positivo”.
Sin embargo, cuando este mes quiso descargar los documentos en IOMA, no sabía si la página estaba caída o ella estaba haciendo algo mal. Entonces su hija le solucionó el inconveniente, pero no quiere que esto se haga costumbre. Además, reconoce que hay cosas que aún le cuestan, como usar el Zoom.
En diálogo con Vía País, Susana Puppo de 68 años reconoce que muchas páginas web son complicadas y que en el 2020, cuando realizó un trámite con su auto, había perdido su documento y no tenía forma de hacerlo digital. “Estuve cuatro días, pero luego pude hacerlo”. Además, Susana admite que es “muy insegura”. “Quise sacar entradas para ir a un recital con mi marido y cuando llegó el momento de pagar, de poner la tarjeta, me daba miedo porque uno escucha que hay mil estafas con la tarjeta. Y esa es una de las cosas que no logré todavía de superar”.
Miedo y frustración
Si bien hay adultos mayores que ni siquiera intentan o se niegan a usar celulares o computadoras, hay algo que a muchos los paraliza: el miedo a romper o desconfigurar algo. “A mis alumnos les digo que la única manera de romper algo es lanzándolo contra la pared, a lo sumo se puede desconfigurar y en tal caso tiene solución. Lo más peligroso me parece a mí es no usarlo y que quede ahí”, sostiene Lacorte.
“El miedo los paraliza, no los deja avanzar, se sienten frustrados e incluso hay mucha gente que es profesional y/o que sabe hacer algo super difícil y específico a otro nivel y el no poder lidiar con un celular es como que los frustra mucho”, explica la profesora quien insiste que de todas formas trabajan sobre ello y les dice que es un proceso y que hay que tener paciencia.
“Muchos reconocen la necesidad de adaptarse a esta necesidad del mundo virtual porque no queda otra y noto que la mayoría lo intenta y eso es super importante”, finaliza Lacorte.
La realización de actividades cotidianas y sobre todo el pago de servicios vía web parece haber llegado para quedarse. Los adultos mayores necesitan una alfabetización virtual, que en muchos casos están realizando asimismo lo intentan “a prueba y error”, pero en el mientras tanto, ¿Se ocupan las empresas y organismos de atender las necesidades de estas personas para que su pasaje hacia la virtualidad sea lo más armoniosamente posible?