Opinión: Delpo, mente y espíritu de un campeón

De Pizarrón. Por Pablo Gallardo.

Opinión: Delpo, mente y espíritu de un campeón
MCX021\u002E NUEVA YORK (NY, EE\u002EUU\u002E), 06/09/2017\u002E- El tenista argentino Juan Martín del Potro celebra su victoria ante el suizo Roger Federer durante un partido de cuartos de final del Abierto de Tenis de Estados Unidos hoy, miércoles 6 de septiembre de 2017, en el Centro Nacional de Tenis USTA Billie Jean King, en Flushing Meadows, Nueva York (EE\u002EUU\u002E)\u002E El Abierto de Estados Unidos va hasta el 10 de septiembre\u002E EFE/Daniel Murphy

Es sabido que, en el deporte profesional, la diferencia se marca con la cabeza. Es que cuando se alcanza un nivel determinado, en el que todos son buenos física y técnicamente, la balanza se termina inclinando con la mente. Y con el corazón, ese músculo tan relacionado con los sentimientos, generador de amor propio, espíritu, alma, orgullo o como cada uno quiera llamarlo. Eso es lo que distingue a Juan Martín del Potro y lo ubica dentro de un selecto grupo de jugadores, a los que nunca hay que subestimar. Cuando parecía que la temporada se diluía sin pena ni gloria, la Torre de Tandil lo hizo de nuevo.

No es la primera vez que pasa. Sin embargo, siempre hay algún ansioso que pretende ponerle fecha de vencimiento a los deportistas. Y nunca hay que retirarlos antes de tiempo. Así, cuando parecía que tres operaciones en la muñeca izquierda le ponían fin a su vida tenística, Delpo regresó con todo en 2016. Precalentó con un par de semifinales en torneos ATP 250, derrotó al suizo Wawrinka (por entonces quinto del mundo) en Wimbledon y rompió todos los esquemas en los Juegos Olímpicos de Río, donde se adueñó de la medalla plateada, tras superar a Djokovic (1) en primera ronda y a Nadal (5) en la antesala de la definición con Murray.

Todo hacía pensar que ya era demasiado premio a su esfuerzo para regresar y que, sin una pretemporada sobre el lomo y sin entrenador, se había quedado sin nafta. Pero no. Se tomó revancha con el escocés y luego venció al croata Marin Cilic en sus respectivos países, dando dos golpes certeros para que Argentina saldara su cuenta pendiente, hasta ese momento eterna, con la Copa Davis. Gigante.

Evidentemente, todo el desgaste emocional y físico le jugó una mala pasada. En consecuencia, la actual temporada se presentó con muchos vaivenes y, a pesar de haber escalado en el ranking, no lograba dar el salto de calidad necesario en su juego. En ese contexto, arribó a su certamen preferido, el Abierto de Estados Unidos, sin muchas expectativas. O al menos así lo fue para el afuera. En el primer cruce exigente, los octavos de final ante el austríaco Thiem (8), dio un giro de 180 grados para transformar un 0-2 en un 3-2 épico, con el condimento de su estado gripal. Y de nuevo las dudas del mundo exterior. ¿Podrá recuperar su cuerpo luego de la fiebre y de una larga batalla tenística? ¿Podrá derrotar a Federer, ganador de los dos Grand Slams que disputó este año? "Del Potro jugó como un león", reconoció el suizo, todavía abrumado por la caída en cuatro sets. "Me encontré con un tipo que jugó mejor que yo", resumió Roger. Tan simple el análisis, tan difícil concretarlo. Claro, no hay que olvidar que enfrente estaba, para la gran mayoría, el mejor tenista de todos los tiempos.

Ojalá hoy siga agigantando su historia con un nuevo triunfo contra Nadal (está 5-9 abajo en el historial). Sin embargo, aún perdiendo ya le habrá tapado la boca a unos cuantos, esos que le dicen "pecho frío" cuando pierde, sentados en el sillón de su casa. Porque independientemente del resultado de esta tarde-noche, el hecho de haber recuperado su mejor nivel y de devolverse a los primeros planos del circuito ya es una victoria significativa. Contra sus rivales y contra sí mismo.

Tal vez aquellos que lo critican con saña se dejen engañar por su lenguaje gestual y corporal. Sucede que, a decir verdad, durante buena parte de los juegos, el tandilense muestra una expresión de fastidio en su rostro. Ese que hace pensar que se encuentra incómodo, que se "quiere ir", como decía Gaudio. Y su andar cansino, casi cansado, no invita a creer que correrá la próxima pelota como si fuera la última. Pero Delpo es un tiburón. Y cuando huele sangre, trasforma todo eso en un torbellino de despliegue, potencia, actitud y hasta complicidad con el público.

Por todas estas cuestiones, Delpo genera el misterio del que parece caerse y se levanta en el momento menos pensado. Pero no hay ningún misterio. La respuesta la dio ya hace mucho años el entrenador de básquet estadounidense Rudy Tomjanovich: "Nunca, pero nunca, subestimes el corazón de un campeón".