El director de fotografía argentino Ricardo Aronovich, a cargo de la atmósfera asfixiante de la emblemática "Invasión", que en octubre cumplirá cincuenta años, sostuvo que prefiere rodar en blanco y negro ya que, a diferencia del color, "no perdona la mediocridad".
"El color banaliza todo, salvo que se lo use de una manera muy especial. El blanco y negro vuelve todo más serio", afirmó en diálogo con un grupo reducido de periodistas en San Salvador de Jujuy, en calidad de invitado especial del Festival Internacional de Cine de las Alturas.
Aronovich es meticuloso y un innovador nato. En los años '60, cuando no había demasiados adelantos técnicos, él se las arregló para quebrar las reglas en materia de iluminación y, también, haciendo algunos trucos en el laboratorio.
"En realidad esos cambios fueron el resultado de mis ambiciones estéticas y de lo que yo consideraba en esos años que debía ser la fotografía cinematográfica. De esa manera, fui introduciendo algunas cosas que enfurecían a muchos", sostuvo.
Recordó que, durante el rodaje de "Los venerables todos" (1962), de Manuel Antín, "había un gran jefe de camarógrafos, que era su hermano, que se fue dando un portazo al grito de '¡Eso no es una fotografía!. Pero volvió a los dos días y casi que me hizo una reverencia".
Relató que en ese momento, en el mundo, "no había gran cosa en materia de iluminación y acá menos". Por lo tanto, había que usar la imaginación. Y Aronovich sabe de eso. Cuando era pequeño, iluminaba obras de teatro de títeres que él mismo fabricaba. Y más tarde, armó un proyector y hacía dibujos animados sobre papel celofán, con tinta china. De ahí a la fotografía había solo un paso.
Estudió en el Instituto de Altos Estudios Cinematográficos de Francia (L'IDHEC), adonde llegó a través del realizador Simón Feldman, con quien realizó su primera dirección de fotografía en "Los de la mesa 10" (1960).
"Además de haber sido mi primer maestro, fue quien forjó esa generación de cineastas argentinos de los '60", sostuvo Aronovich, que para él no tienen parangón. Dirigió la fotografía de "Los jóvenes viejos" (1962), de Rodolfo Kuhn y "Los venerables todos" (1962), de Manuel Antín, entre otras.
Pero su punto de inflexión fue "Invasión" (1969), de Hugo Santiago, con guión de los escritores Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares y de cuyo estreno se cumplirán 50 años el 16 de octubre próximo.
Con un dramático blanco y negro, Aronovich logró convertir a Buenos Aires en Aquilea, una ciudad distópica, acechada por invasores que nunca se ve y cuyos habitantes viven en la opresión. Se propone librarlos Don Porfirio, un anciano, líder de uno de los dos grupos de la resistencia que pretende desbaratar la invasión.
Las calles sombrías y oscuras son indiscutidos escenarios del peligro y la intimidad el único refugio. Aronovich tuvo un gran mérito en la construcción de la amenazante Aquilea, con su clima claustrofóbico, tanto a cielo abierto como en esos edificios abandonados donde eran torturados brutalmente los miembros de la resistencia.
Aquellas prácticas, junto a los secuestros en automóviles y los extenuantes interrogatorios hicieron que muchos consideraran a la película como premonitoria de la represión que tuvo lugar en Argentina bien entrados los años setenta, durante la dictadura militar.
"Todas esas películas tuvieron para mí el reto de hacer la fotografía que correspondía a cada una, que fue mi lema hasta ahora. Cada film tiene su fotografía y no puede ser otra. Y hay que encontrarla. Ese comienzo fue para mí de gran felicidad", rememoró.
En esos años se trasladó a Brasil, donde estuvo a cargo de la fotografía de películas de varios realizadores brasileños, entre ellos, Ruy Guerra (Os Fuzis/Los Fusiles, 1964), a quien luego siguió a Francia para rodar "Sweet Hunters" (1969). Con Guerra hubo "una alquimia inmediata", dijo Aranovich, algo fundamental para que los proyectos avancen.
En Europa, donde trabajó con los más renombrados realizadores, esa alquimia no siempre se produjo. Fue director de fotografía de Ettore Scola (El Baile); Louis Malle (Soplo al corazón); Alain Resnais (Providence); Costa Gavras (Desaparecido) y Raúl Ruiz (El tiempo recobrado), entre muchos otros.
"Debe existir una especie de matrimonio entre el director y el director de fotografía, algo que muchos realizadores detestan, sobre todo los franceses. Algunos directores detestan tener que depender de los fotógrafos. El que empezó con eso fue Godard y siguió con otros", afirmó Aronovich un convencido detractor de la Nouvelle Vague, "un artificio para soslayar la falta de oficio".
Pero hay algo que le preocupa más en la actualidad: la gran cantidad de posibilidades técnicas. Un tema que discutirá en un foro con directores de fotografía en el marco del festival que se desarrolla hasta el sábado en Jujuy.
"La preferencia infinita por el formato digital está arruinando al cine estéticamente. Yo desprecio todo lo que no sea sobrio", concluyó. (ANSA)