Trece de la suerte. Sólo 13 selecciones tomaron parte del primer Mundial. A dos meses del inicio, ninguna Selección europea había confirmado su presencia por considerar que Uruguay estaba "en el fin del mundo".
La todavía flamante Fifa eligió a los uruguayos por ser bicampeones de los Juegos Olímpicos de 1924 y '28. Y porque ofrecieron pagar viáticos a los participantes.
Padre de la criatura. El francés Jules Rimet fue impulsor de la Copa del Mundo. Y como presidente de la Fifa convenció a Francia de que participe, para evitar un papelón. Los galos viajaron sin entrenador.
También accedieron Yugoslavia, Bélgica y Rumania, por mediación del rey Carol, quien activó el permiso para los futbolistas en la petrolera donde trabajaban.
Saltar el charco. La travesía en barco demandaba cuatro semanas. Del Conte Verde, el trasatlántico en el que había viajado más de una vez Carlos Gardel, bajó Jules Rimet.
En una mano aferraba a su hija y en la otra, al trofeo que se entregaría al campeón.
Más los planteles de Francia, Bélgica y Rumania. Los yugoslavos llegaron en otro barco, con escala en Río para los brasileños.
Diosa. La Copa que pasaría a convertirse en objeto de deseo, tenía la forma de la diosa griega de la victoria, Niké.
Era de plata enchapada en oro, sobre una base de lapizlazuli. Medía 35 centímetros y pesaba 3,800 kilos. Obra del escultor parisino Abel Lafinur, costó 50 mil francos suizos.
En 1983 la robaron mientras se exhibía en Brasil, su dueño definitivo, y nunca la encontraron.
Monumento histórico. El Centenario, estadio que albergaría al primer Mundial, se construyó en apenas seis meses en un campo que era criadero de chivos.
Las lluvias retrasaron las obras y se inauguró cinco días después del inicio del torneo, con Uruguay 1-Perú 0 y el cemento todavía fresco. La noche anterior se secó el piso con braseros. Contaba hasta con sala de cirugía.
Cayó en un pocito. Antes de la apertura del Centenario (llamado así por cumplirse los 100 años de la Independencia uruguaya), jugaron en Pocitos (estadio de Peñarol), Rumania y Perú, ante sólo 300 espectadores.
La concurrencia más mínima de los Mundiales. En ese encuentro se produjo la primera expulsión (aún no había tarjetas): la del peruano Mario de las Casas.
Conste en actas. Manuel Nolo Ferreyra, una de las figuras Albicelestes, regresó a Buenos Aires en pleno torneo por un examen para recibirse de escribano.
También se volvió Roberto Cherro, goleador de Boca, víctima de una crisis de nervios por la hostilidad del público en el partido con Francia, que el árbitro terminó seis minutos antes por error.
Aún con esas bajas, Argentina finalista.
Clásico de barrio. La final era la esperable, Uruguay-Argentina, el clásico más antiguo del continente, con antecedentes desde 1902.
De entrada, un entredicho: con cuál pelota iban a jugar, porque no había balón oficial. El primer tiempo se jugó con la pelota argentina, con triunfo parcial Albiceleste por 2-1. En el segundo, se utilizó la pelota uruguaya y ganaron los Charrúas 4-2. .
La batalla del Río de la Plata. Unos 30 mil argentinos cruzaron y muchos quedaron varados en el río por la niebla, para aquella final en la que se dieron con todo.
Uruguay cantó victoria y fue feriado por Fiesta Nacional, mientras que en Buenos Aires hubo un intento de incendiar la embajada. AFA rompió relaciones por el maltrato, y no volvieron a enfrentarse durante cinco años.
Se tomó el buque. El árbitro designado era el belga John Langenus, el mejor de la época y que imponía autoridad, a veces con una pistola en el cinto. No obstante, semejante final lo intimidó.
Aceptó dirigir con la condición de que un taxi lo esperara en las afueras del estadio, para llevarlo raudamente apenas terminara el partido hacia el puerto, y partir a Europa en el primer barco.
Hijo del viento. Lo llamaban el Filtrador. Guillermo Stábile fue el goleador de Argentina y del primer Mundial, con ocho tantos. Era capaz de correr 100 metros en once segundos.
Entre 1939 y 1958 fue el técnico de la Selección y ganó seis Sudamericanos (el torneo anterior a la Copa América).
Ningún salame. Los entrenamientos eran livianos, un par de vueltas a la cancha y un picadito. Y los cuidados, mínimos.
La dieta sí excluía los sánguches de salame, que los jugadores comían a escondidas y era la debilidad del delantero Francisco Varallo, quien tenía 20 años y vivió hasta los 100.
En la final estaba lesionado en la rodilla. Lo probaron haciendo que pateara contra la pared.
Penaltis. En Argentina-México (primera fase), el boliviano Saucedo sancionó tres penales. El mexicano Bonfiglio detuvo el primero, a Paternoster, quien después comentó que lo tiró anunciado a propósito porque no había sido penal. Fair Play en tiempos de caballeros.
Después, Manuel Rosas anotó uno y cuando fue por el doblete atajó Bossio, arquero de Talleres de Remedios de Escalada.
Arquero salidor. Andrés Mazzali era el guardameta titular del Uruguay campeón de los Juegos Olímpicos, y aspiraba a ganar el primer Mundial.
Pocos días antes de la competencia, se fugó de la concentración para verse con una dama y lo descubrieron. Pagó cara la aventura: lo expulsaron de la Selección, pese al pedido de sus compañeros para que lo reincorporaran.
Salí de ahí, Maravilla. Al mulato José Andrade, de los primeros ídolos de Uruguay, también le gustaba la milonga. Lo apodaban La Maravilla Negra por su asombrosa habilidad, para el fútbol y el tango.
Fumaba, y durante los Juegos en París, más de una noche se lo vio en el célebre cabaret Pigalle bailando con Josephine Baker, la cantante estrella del momento.
Hombres de negro. En un principio, la Selección de Brasil no incluía jugadores de raza negra.
Fausto Dos Santos fue el único en 1930, la excepción. Jugaba en el Vasco da Gama, que por contar con futbolistas de color recibió el mote de "macaca", ya que a sus jugadores los llamaban macacos.
Además, la camiseta de la Selección brasileña era blanca.
Doble finalista. Al recio Luis Monti lo llamaban Doble Ancho por su aspecto, que imponía respeto. Sin embargo, pidió no estar en la final contra Uruguay porque habían recibido amenazas, él y su madre.
Lo convencieron y entró a la cancha pero temeroso. Y no fue el mismo. El fútbol le dio revancha y cuatro años después jugó para Italia y se coronó campeón. Unico caso en la historia.
Pelotazos. La pelota de la época había sido creada en 1880, de cascos marrones y de tiento, un pedazo de cuero que sobresalía y por donde la inflaban.
Eso y la costura exterior lastimaba a quienes osaban cabecearla. Por eso muchos jugadores usaban boina. El look incluía saco y pantalón corto para entrar a la cancha, para la foto.
Camiseta manga largas y cuello abrochado con cordones.
Arco del Triunfo. El primer gol de los Mundiales lo anotó el francés Lucient Laurent a México, a los 19 del primer tiempo. Murió a los 93 años y hasta los 83 se prendía en picados.
El primero en salir fue el arquero Thepot (no se permitían cambios), en brazos de un compañero (no había camilla).
Al arco fue Chantrel, quien además enviaba crónicas deportivas, por tener estudios universitarios.
Se le fue la mano. A los 13 años, Héctor Pérez había sufrido la amputación de su mano derecha en una accidente con una sierra eléctrica (trabajaba desde los 10). Convirtió el primer y el último gol del Uruguay campeón.
En la final, le hundió el muñón en las costillas al arquero Bottaso, a quien apodaban Cortina Metálica y hasta le habían compuesto un tango. Lo lesionó y así vino el gol.
Por una cabeza. La gran figura de ese Mundial resultó ser Carlos Gardel, en su apogeo. Se los disputaban de los dos bandos porque argentinos y uruguayos lo sentían como propio.
Optó por ir a las dos concentraciones la noche previa a la final, y en la argentina cantó Palomita Blanca. No presenció el partido porque, al fin y al cabo, le gustaban más las carreras de caballos.