No todas las lágrimas son de tristeza. Hay llantos de alegría, de emoción, de sentimientos encontrados. Llorar por Diego Maradona no es ni nuevo, ni desacostumbrado. Así como le dio al fútbol argentino las máximas alegrías, también le arrancó lagrimas, más todavía en un día de conmoción mundial por su muerte.
Llorar por esa Copa del Mundo del ’86. Por ese Argentina 2-Inglaterra 1. Por la Mano de Dios y por gol más maravilloso que se haya visto. Por el pase a Cani para el gol del triunfo sobre Brasil en el ’90. Por la puteada cuando nos puteaban en Himno en Italia. Por la tarde en la que le cortaron las piernas. Por esa vigilia eterna en Punta del este cuando en el 2000 parecía que se moría. Por la despedida del fútbol, aunque nunca se fue ni se irá, y ese indeleble “la pelota no se mancha”. Por esa vida de novela, que inspiraba canciones y películas, por ese ir contra la corriente y por esa vida alocada. Por cumplir 60 años y mostrarse tan desmejorado, como si le pesara un siglo en la espalda. Por el temor al COVID-19 y la última y compleja operación, que reinstaló el miedo a perderlo.
Por ser amado por multitudes, detestado por no pocos, e indiferente a nadie. Por no entender que pasó lo que pasó. ¿Se puede llorar tanto por alguien? Por Diego Maradona, sí. No todas las lagrimas son malas pero la puta madre, qué amargo es este llanto. Porque se murió el 10 y muchas vidas ya no serán iguales.
Porque los que no sentimos vergüenza al admitir que el fútbol nos dio muchas de las máximas alegrías, tampoco vamos a titubear en afirmar que este 25 de noviembre es uno de los días más tristes, en un 2020 maldito por siempre.
Diego también lloraba y seguido, con esas lágrimas de un corazón enorme. Lloraba frente a la bandera, ante la camiseta Albiceleste, ante cada logro del deporte argentino. Lloraba de emoción y de genuino orgullo por ese “ser argentino” que tan cabalmente representaba.
Mirá si no vamos a llorar nosotros, simples mortales a los que se nos fue de entre las manos un súper héroe, el ídolo, el 10 supremo, nuestra deidad del fútbol. El más humano de nuestros dioses. Y se lo despide cantando, con cánticos futboleros, como él lo hubiera pedido.
No todas la lágrimas son malas. Pero las del dolor son demasiado. Es el dolor físico y en las entrañas de perder a alguien de la familia, que está en tu corazón y en tus recuerdos, una parte íntima e irrecuperable.
Y este 25 de noviembre la congoja inclinó la cancha y el duelo nacional se impuso por goleada. Final. Murió Diego Maradona. Y sólo nos queda el consuelo, un consuelo inmenso eso sí, que el 10 será eterno porque ya es leyenda. No todo el llanto es malo. Diego también nos hizo llorar de felicidad pura.