La nueva miniserie española El Jardinero se convirtió en un verdadero furor en Netflix desde su lanzamiento el pasado 11 de abril. En cuestión de días, logró destronar del primer puesto al exitoso drama británico Adolescencia, que había dominado las tendencias globales por varias semanas. Con una historia perturbadora, interpretaciones memorables y una mirada psicológica poco habitual en la televisión, esta producción se posicionó como un fenómeno dentro de la ficción en habla no inglesa.

Bajo la creación de Miguel Sáez Carral —responsable de títulos como Ni una más y La caza— El Jardinero se destaca no solo por sus sorpresivos giros narrativos y su impecable calidad técnica, sino también por abordar temáticas emocionales profundas y vínculos marcados por la toxicidad. En el centro de la historia, un trastorno psicológico cobra gran relevancia en la construcción del personaje principal: la alexitimia.
El trastorno que padece Elmer de El Jardinero
Uno de los aspectos más sobresalientes de esta miniserie es la inclusión del trastorno de alexitimia, que se utiliza para desarrollar el conflicto interno del protagonista, Elmer. Aunque este término psicológico no es muy conocido, desempeña un papel fundamental al dotar al personaje de una complejidad única en su tipo.
La alexitimia es un trastorno que se caracteriza por la incapacidad de reconocer o expresar las propias emociones. Las personas que lo padecen suelen tener dificultades para identificar lo que sienten, lo que les complica procesar sus emociones de manera verbal. En un sentido más amplio, quienes tienen alexitimia tienden a centrarse en pensamientos lógicos y concretos, en lugar de en emociones abstractas, lo que les dificulta establecer vínculos emocionales con los demás.

En El Jardinero, Elmer emplea esta condición como una especie de coraza, que le permite cometer crímenes sin mostrar remordimientos. Sin embargo, su relación con Violeta lo empuja a experimentar sentimientos que nunca antes había conocido.
Según lo expuesto en la serie, la alexitimia afecta aproximadamente a una de cada diez personas y está vinculada a otros trastornos como la depresión, el autismo o experiencias traumáticas vividas en la infancia. Aunque no se clasifica formalmente como una enfermedad mental, puede presentarse en diferentes niveles de intensidad y generalmente requiere atención psicológica.