Como si se tratara de la visión esperanzada de un sediento, cada año emerge en el hostil desierto de Black Rock, en el norte de Nevada, EE.UU., una ciudad efímera y surrealista que es escenario del asombroso Festival Burning Man.
Lejos de desalentar a sus devotos, el polvo y el sol abrasador del páramo sazonan esta fiesta colectiva que dura una semana, a finales del verano del hemisferio norte, y adquiere diferentes significados, buscando escapar a las tendencias consumistas, el ego y la cultura entendida como industria: es, a la vez, un encuentro para disfrutar de espectáculos, una rave, para algunos una experiencia espiritual y para otros un auténtico experimento social.
Un punto fuerte de la movida son las colosales instalaciones construidas para la ocasión, como el ya célebre pulpo mecánico que escupe fuego, un templo de madera de 15 metros y la escultura de un hombre ardiendo que da nombre al festival.
Las alucinadas imágenes de estas obras gigantes pueden disfrutarse ahora en el libro Arte en llamas (Taschen), del fotógrafo canadiense NK Guy, quien cubrió por dieciséis años el fantástico Burning Man.
Templo de la transición
Fue especialmente hecho para la edición 2011. Su estructura de madera sin cimientos fue la más grande construida hasta el momento.
¡Arrancá tu Muffin!
Pastelitos rodantes a todo motor por el vasto desierto Black Rock, en 2006. Cada vehículo era único y diseñado por su dueño con la ayuda de un pastelero.
El pulpo mecánico
Una de las piezas de arte más célebres, hecha a partir de acero oxidado. El vehículo de base estaba adornado con chatarra de aluminio.
Tempo de la plenitud
Pensados como espacios para la conmemoración y el duelo, este y otros santuarios que se levantan para The Burning Man son quemados al final de cada festival.
¡Remen! ¡remen!
Un grupo de amigos reman hacia ninguna parte, durante la edición 2012 del festival. Al final del muelle se encuentra “La Llorona”, una réplica del famoso galeón español.