Por Licenciado Daniel A. Fernández*
Luz y sombra. Dos elementos antagónicos, pero que requieren de su opuesto para ser. Porque la dualidad es parte de todo lo que existe y, desde luego, eso también cuenta para el ser humano.
El correcto funcionamiento psíquico necesita de dicho contraste. Ya el famoso psicólogo suizo Carl G. Jung describía dos aspectos fundamentales del psiquismo: la máscara y la sombra. Llamaba "máscara" a todo aquello que elegimos mostrar al mundo: eso de lo cual nos hacemos cargo y lo que preferimos que los demás vean en nosotros, así como también aquello que reconocemos de manera consciente.
Jung, por otra parte, denominaba “sombra” a lo más desconocido de nuestro propio ser, pero que, no por ello, deja de pertenecernos y representarnos.
Lo que rechazamos de la consciencia y enviamos a la sombra, a nuestro inconsciente, no es malo ni bueno, pero se vuelve peligroso si permanece allí sin que lo integremos. La sombra tiende a manifestarse como rabia, celos, resentimiento, egoísmo, orgullo, frustraciones, agresividad, depresión y diversos sentimientos negativos. Cuando algo puntual nos molesta de alguien o cuando nos sentimos atacados, puede que esa conducta que repudiamos en otro sea nuestra propia sombra proyectada. Se trata simplemente de lo que somos, aunque todavía lo ignoremos. ¿Pero cómo ha surgido esta sombra? Sin duda, a partir de la infancia, a través de la educación que recibimos de nuestra familia y de la sociedad en su conjunto.
Por ejemplo, una persona con una exagerada máscara de sumisión y timidez podría percibir a su entorno como demasiado agresivo. Es probable que esta persona tienda a sobredimensionar la hostilidad y deteste hasta el mínimo vestigio de agresividad. Dicha percepción del afuera no es más que su propia sombra proyectada (agresividad reprimida). Por eso, es necesario que la persona logre integrar dicha sombra; es decir, que se permita asumir un grado de agresividad necesario para poner límites a los abusos del afuera.
Pasando en limpio estas reflexiones, no me refiero a que debamos excluir de la consciencia nuestros aspectos sombríos, porque eso equivaldría a cercenar nuestra identidad para exponer apenas una parte. Por el contrario, se trata de ser conscientes de nuestras sombras para lograr una visión más integral de nosotros mismos. "Lo que niegas, te somete; lo que aceptas, te transforma", decía Jung.
Ser "auténticos" requiere que aprendamos a convivir con nuestra luz y nuestra oscuridad. Pero si no asumimos estas partes ocultas, si no nos volvemos conscientes de lo que no queremos de nosotros, sólo estaremos ayudando a que la sombra nos cubra. En cambio, si podemos asumir aquello que repudiamos de nosotros, tendremos la oportunidad de trabajar esos aspectos para modificarlos, o bien, usarlos eventualmente a nuestro favor.
Nuestro bienestar y crecimiento como personas dependen de que podamos exponer a la luz nuestras zonas oscuras. No tengamos miedo. El primer paso, por lo tanto, es empezar a ser conscientes de nuestra propia oscuridad.
* Psicólogo y autor del libro Los laberintos de la mente (Editorial Vergara).