Ethra deseaba que Teseo hiciera el viaje por mar, protegido por Poseidón, pero el joven decidió ir por tierra, pues quería librar la senda de malhechores que mataban a los viajeros. Y así lo hizo: con inteligencia y valor, peleó con cada uno de ellos, venciéndolos.
Libre el camino, se dirigió a Atenas, donde ya se conocían sus hazañas. Fue muy bien recibido y se dispuso un banquete en su honor, donde el rey Egeo, emocionado, reconoció su espada. De inmediato, ante el pueblo, lo nombró su heredero y esa noche lo llevó a vivir al palacio. En los días siguientes, le habló del gobierno de Atenas y sobre el Tributo de Abril, que debían a Creta: desde hacía años, el rey Minos exigía a Atenas que enviara, cada siete años, a siete muchachos y siete jovencitas para entregar al Minotauro, un hombre con cabeza de toro que se alimentaba de carne humana.
Esta "deuda de sangre" era por la muerte del hijo de Minos en aquel reino, que debía saldar el crimen entregando a sus hijos. Todas las madres de la ciudad lloraron, pero los gobernantes firmaron el pacto en el que un barco con velas negras llevaba a sus hijos al sacrificio.
Al enterarse, Teseo juró a su padre que podía matar al monstruo, acabando con el tributo y su padre aceptó por el dolor de las madres, pero le pidió que, si él salía con vida, izara al regreso la vela blanca.
En la cena de despedida, mientras las madres hablaban con sus hijos, Teseo devolvió dos niñas a su casa y las cambió por dos muchachos de pelo largo y ropas femeninas, que protegerían a las cautivas.
Cuando llegaron a Creta, Teseo provocó al rey Minos y logró distraerlo para que no revisara a las adolescentes, y lo hizo tan bien, que su hija Ariadna se enamoró de él, adivinó sus intenciones y decidió ayudarlo.
Los jóvenes fueron alojados en una parte retirada del palacio, cerca del jardín de Ariadna. La princesa, que detestaba la barbarie, pensó que Teseo podía llevarla a tierras más civilizadas y lo citó en su glorieta, le aseguró que solo ella podía ayudarlo y pidió que la llevara a Atenas y la hiciera su esposa. Teseo aceptó, ella lo guió hasta el laberinto y le dio un ovillo mágico.
–En cuanto entres, lo dejas caer y te llevará hasta el escondite del Minotauro –y entregándole una espada corta, le dijo: –¿Tienes miedo, Teseo?
–No conozco el miedo –dijo él, besándole la mano –pues no enfrento jamás a quien no pueda vencer.
Como había oscurecido, nadie los vio acercarse al laberinto y mientras ella se ocultaba a orar por él, Teseo entró en la guarida del monstruo. Mientras, los cautivos –ayudados por los muchachos vestidos de mujer– corrieron al puerto, donde sus hombres agujereaban las naves de Minos para que no los siguieran.
Tal como dijo Ariadna, Teseo siguió el ovillo, encontró al Minotauro, luchó con él, lo mató, regresó a buscarla y se dirigieron al puerto. La princesa subió al barco y Teseo y sus hombres, después de vencer a los cretenses, zarparon hacia Atenas.
Ariadna, que era amada por el dios Dionisio, fue retenida en una isla, y alguna vez contaremos su historia, pero en la nave nadie recordó cambiar la vela negra por la blanca. Desde el palacio, Egeo, al verla, creyó perdido a su hijo y murió de dolor, pues los dioses no siempre eran justos y rara vez, benévolos. Y así, con valor, astucia, y tristeza, Teseo encontró a su padre, libró a Atenas del tributo y heredó un reino.
Sugerencias:
1) Para mayores: El gran libro de la mitología griega, de H. J. Rose.
2) Los Mitos griegos, de Robert Graves, culto y divertido.