La soledad del rey, por Cristina Bajo

Felipe II sentía gran afecto por los enanos de su corte y les escribía a sus hijas contándoles sobre sus paseos y charlas.

La soledad del rey, por Cristina Bajo
Cristina Bajo

Creo, a diferencia de algunos filósofos del S.XVIII, que el ser humano nace salvaje y es la sociedad quien debe moderar sus defectos, entre estos, el de burlarse o agredir al minusválido.

Sin embargo, hace siglos, muchos de estos seres fueron "gente de placer", título que abarcaba a bobos, enanos y deformes que, como bufones, divertían a reyes y nobles.

Estos datos se deben al Director del Archivo del Palacio Nacional de Madrid, quien decidió dar a conocer sus vidas y experiencias, en 1930, a través de un libro titulado: Locos, enanos, negros y niños palaciegos - Gente de Placer en la Corte Española 1563-1700.

Algunos datos me provocan tristeza: "Tal" fue regresado a su aldea por no ser divertido. Puedo imaginar, en la España Negra de entonces, la reacción de la familia al recibirlo de vuelta. A otro, lo devuelven al manicomio –no quiero pensar lo que sería aquello en el S.XVII–, y muchos sólo figuran en una lista, en un retrato o porque pidieron una gallina diaria y tantos vasos de vino, dieta que, para los pobres, era inalcanzable.

Sabemos de ellos porque el zapatero o el sastre del rey asentaban una entrega, muchas veces, a su nombre o apodo.

Y mientras pienso en qué era peor, si el desarraigo y el oficio de bufones, o la vida en la aldea, muertos de hambre, perseguidos por la chiquillada y maltratados por los adultos, encuentro otros datos: me entero de que, en la corte, algunos tuvieron maestros y otros escribían y versificaban, y no sólo procacidades.

Y comprendo que ese panorama inesperado, que seguramente no fue generalizado, sin embargo, existió.

Descubro que uno, al que llamaban Juan Bautista de Sevilla, jugaba reñidas partidas de ajedrez con Felipe IV; que Panela, muy querido por los hijos del rey, les hacía juguetes. Y Salvador, el muñequero del Príncipe Baltazar Carlos, fue tan apreciado que mereció se escribiera una "Memoria de los muñecos de cera y otras cosas que hizo desde 1639 a 1642", guardada en el Archivo Real.

Aunque nos parezca mentira, otros recibieron escudo de nobleza y propiedades que conservaron después de muerto el rey.

Pero lo que más me llamó la atención, fueron las cartas de Felipe II a sus hijas y a otras mujeres de su sangre. En todas habla de sus enanos: si están sanos, a qué se dedican, los trajes que se han hecho, los paseos que dieron. En ellas no se nombra a cortesanos, y estos "locos" toman el lugar del familiar a través del relato que Felipe hace de sus vidas y del cariño que siente por ellos.

Esas páginas no fueron escritas para la posteridad. Y en sus líneas podemos distinguir una trama no visible a la primera mirada, que nos hace suponer que estos desheredados tenían con el rey una relación más directa, afectiva y sincera que él con el resto de la corte.

El rey escribe, afligido, refiriéndose a la enana Madalena, que se ha enemistado con él: "Que todo es menester para que no esté mal conmigo...", o que ella no quiere escribirles "porque no puede hacerlo en vísperas de toros", y aclara: "¡Está tan regocijada!" La soledad del monarca, rodeado de gente, contrasta con los paseos de Madalena por el puerto, por la plaza de toros, por los conventillos, buscando frenética a su esclava negra, que se le escapa con frecuencia y vuelve cuando se le da la gana. Sólo de sus hijos y de sus enanos Felipe II escribe afectuosamente. El resto es tierra de extraños.

Sugerencias:

Enseñemos a los niños a respetar al minusválido o quien es diferente: no sólo estaremos ayudándolos a ser mejores seres humanos, sino que de alguna manera, haremos de nuestra sociedad un mejor lugar para compartir la vida.