De alguna manera el gaucho desciende del marinero; éste al desembarcar de la carabela debió montar a caballo y cambiar el cabo por el lazo, necesaria y natural prolongación de su brazo; el nuevo escenario dentro del cual le tocó actuar tenía algo en común con el anterior, lo cual facilitó su rápida adaptación; Justo P. Sáenz, profundo observador de las cosas nuestras —en su relato “Frontera . . .— “nos recuerda la similitud entre la inmensidad de los pajales con un “extraño mar de sargazos”.
A veces eran marinos de alta profesión —como el piloto Pablo Zizurlos que dirigían las tropas de carretas que surcaban lentamente la llanura semejando flotas de extraños bajeles, y esto era lógico ya que quién se podría orientar mejor que un marino en aquel mar de pastizales, en el que no había más puntos de referencia que el sol y las estrellas.
Para corroborar esta visión retrospectiva señalaremos el significativo aporte de los hombres de mar que hoy rescatamos en las palabras, elementos, usos y costumbres del hombre de campo.
Comenzaremos por la naturaleza:
Al pequeño piquete próximo al casco de la estancia se lo llama “ensenada”: accidente de la costa.
Isla o Isleta —en el campo— es un espacio cubierto con árboles bajos o un fachinal.
Postrera es la última isla que toca el navío antes de internarse en el mar océano; Isla postrera se llamó la conocida estancia de Crámer que luego pasó a la familia Alzaga y terminó denominándose “La Postrera” a secas. Punta se le dice a una afilada sierra; playa o desplayado a un lugar limpio de pastos generalmente situado en torno a una aguada; ya nos dice Martín Fierro:
“Y en las playas corcoviando pedazos se hacía el sotreta”.
Morro es un monte o pequeño peñasco en la costa del mar, que ahora lo encontramos en tierra adentro.
Siguiendo con los elementos de uso cotidiano, recordemos al facón, palabra derivada de faca o gran cuchillo marinero, cuya hoja semeja el ala del halcón o “faucon”, en francés; chifle es el cuerno en el cual se guardaba pólvora pero que el gaucho utiliza como recipiente para llevar agua; galleta es el pan cocido dos veces, práctico para llevar a bordo, ya que se puede conservar mucho tiempo en buenas condiciones.
La mozamorra marinera, a diferencia de la criolla, es una sopa hecha con migajas de galleta, inteligente manera de aprovechar todo lo que se tenía a bordo.
Rebenque fue un látigo para castigar a los galeotes, y chicote un pedazo de cabo.
Retranca es el collar que sujeta la verga al palo (En náutica, las vergas son las perchas perpendiculares a los mástiles en las embarcaciones a vela; precisamente a estas vergas o perchas se aseguran los grátiles de las velas. (fr. Vergue; ing Yard; it. Pennone). o mastelero; de la misma manera se denomina un elemento del arnés que presente cierta similitud con aquél.
Rasqueta es una planchuela de hierro que sirve para roer y limpiar los palos, cubierta y costados de las embarcaciones.
Corsario se dice del padrillo demasiado fogoso en sus ansias naturales y de la misma manera se tilda al joven con iguales características. Escarceador es el caballo que agita su cabeza al compás de la andadura y escarceo el movimiento o efervescencia, que acompañado de cierto rumor se percibe en ciertos lugares del mar en donde se producen corrientes encontradas.
Rancho es la construcción u obra muerta de algunos barcos destinada a vivienda.
En alguna vieja litografía vemos al hijo de un gaucho durmiendo en un “coy” —hamaca o cama indígena— adoptada por los marinos y rescatada más adelante por el hombre de nuestra campaña.
Los vasos y copas llamados de pulpería, probablemente provengan de la vajilla de los barcos; el desmesurado peso concentrado en su parte inferior aseguraba el equilibrio necesario en los “movidos” bajeles de lejana época; asimismo el notable grosor del vidrio se debe a la necesidad de preservar contra roturas a aquello que no se puede reemplazar en los largos viajes.
Hormiguero se le dice a la enfermedad que ataca a los caballos en el candado de los bazos, pero para los marinos era el hueco producido por pudrición en algún elemento de madera de una embarcación.
Baqueano es el conocedor de las profundidades de ríos y costas de mar y que tiene su paralelo en el experto y campesino geógrafo tan magistralmente pintado por Sarmiento.
Chusma se llamaba a los forzados o galeotes; en cambio en la pampa se denominó así al grupo de indios con sus hijos que seguían a un malón.
El nudo “potreador” no es más que un nudo marinero que tiene la propiedad de poderse aflojar fácilmente aunque esté muy ceñido.
Así como el domador “amadrina” al potro recién “agarrado” ciñéndolo del cabestro a la coyera de la yegua, el antiguo marino “amadrinaba” una embarcación a otra o juntaba dos cabos “amadrinándolos”.
Lo curioso de esto que llamaremos “trasculturación” del marinero al gaucho, es que después de centenares de años, en pleno campo, gente que ni siquiera ha visto el mar, sigue empleando palabras, modismos y técnicas de los antiguos marinos.
En medio del campo, bien tierra adentro, donde suele “apretar” la sequía al oír hablar al hombre de campo nos parece a veces sentir una brisa marina, o bien percibir un espejismo del desierto; allá, entre secos cardales, en medio de la polvareda que se levanta de los corrales y la manga, nuestra imaginación llevada por el verdadero sentido de las palabras diseña un paisaje de playas y velas animado por el ajetreo de una marinería en acción, en el que de pronto, tras un ademan elegante como un paso de “ballet”, vuela un cabo describiendo la misma curva sinuosa y precisa de un lazo.
Fuente: Revista GUARDACOSTA - N°60 Autor: Carlos Alfredo Zemborain