Una historia muy triste vio la luz en los últimos días, con la imagen de un hombre de mediana edad que mira su casa vacía por haber tenido que vender todo lo que había en ella para poder sobrevivir sin un trabajo estable.
Roberto Terradez Buendía tiene 58 años y vive en Valencia, España. Perdió su empleo en 2010 y nunca en estos años logró reinsertarse en el mercado laboral. Primero solicitó el RAI, una especie de subsidio por desempleo. Luego, comenzó a vivir modestamente con los ahorros que tenía en el banco. Pero actualmente esa cuenta tiene 1 euro de saldo.
Calcula que durante años gastó 11 euros por día en pagar los impuestos y poder comer. Pero hace tiempo que esos ahorros ya se acabaron y tampoco cuenta con ningún tipo de ayuda del estado.
Fue entonces que decidió comenzar a vender todo lo que tenía. En principio, fueron los electrodomésticos y así es que hoy ya no tiene heladera, lavarropas, microondas, no cuenta con cocina y se arregla con un horno portátil para cocinar.
Luego tuvo que resignar los muebles, y para eso un conocido suyo se llevó las sillas de comedor, dos sillones y una mesa de mármol. Le que más le costó fue entregar los muebles que le habían regalado sus padres.
Sin embargo, vender su colección de bandas sonoras de cine, con 319 discos, algunos de ellos firmados, inéditos o exclusivos, le partió el corazón, pero ya no había marcha atrás.
Lo último que salió por su puerta fue la computadora. Ya no tiene ni espejo en el baño y poca ropa en la vivienda, que por suerte es propia y no le genera demasiados gastos.
Roberto empezó a buscar ayuda a finales de octubre, cuando ya no podía hacer frente a los recibos de servicios básicos: en la parroquia del barrio “Se hicieron cargo del recibo del agua. Me han ofrecido dar clases de español a una chica nigeriana a cambio de vales semanales de comida de 5 euros. Yo no soy persona de limosnas, yo quiero trabajar porque he sido un currante toda mi vida. Empiezo el día 17”, explica.
Roberto encontró en sus vecinos algo de apoyo y ayuda para hacer sus documentos nuevamente. Busca trabajo en la calle, conectándose en los locales cercanos a la red de wifi. Ya no tiene esperanza de encontrar un empleo: “Primero está la edad, que no me beneficia. Pero lo que me excluye es mi peso. Mido 1,85 y peso 110 kilos y me rechazan más por mi aspecto que por mi edad”. “Llevar los zapatos rotos no ayuda”, se lamenta. Una vecina le ofreció dinero y Roberto estrena zapatos para estar más presentable.