Para quienes tienen perros, la experiencia de cruzar la puerta y ver la felicidad de su perro al llegar es una de las mejores del día. No importa si fueron una, dos o cinco horas, ellos están siempre listos para recibir al dueño de casa como si no lo hubiesen visto por una eternidad.
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Las reacciones pueden variar según cada perro, pero las más comunes son no parar de dar vueltas alrededor, alcanzarlo poniéndose en dos patas o dar vueltas en el suelo. Durante varios minutos el perro se vuelve loco de felicidad… Y no es una metáfora.
Para llegar a esa conclusión, el neurólogo Gregory Berns, catedrático de la Emory University School of Medicine de Atlanta, fue el primer científico que logró que los perros se sometieran voluntariamente a los escáneres de resonancia magnética. A partir de eso, sus experimentos fueron la base de How Dogs Love Us, el libro en el que Berns traslada los resultados de sus investigaciones.
Una de las principales conclusiones del neurólogo es que los perros perciben a los humanos como un grupo separado de ellos pero, aun así, sus dueños son considerados como parte de la familia.
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Al introducir a los perros en el escáner y darles a oler diferentes fragancias, Berns comprobó que distinguen perfectamente entre los miembros de su especie y los humanos, pero también entre aromas conocidos y desconocidos. En particular, el olor de un humano familiar provoca una recompensa en el cerebro, una situación incomparable con la que generan el resto de estímulos: “Ningún otro olor hace esto, ni siquiera el de un perro familiar”, explica Berns.
En ese sentido, agregó que los perros no perciben a los humanos como parte de su manada sino que saben que son distintos. Sin embargo, guardan un lugar especial en su cerebro sólo para ellos: “Lo que hemos visto trabajando con los escáneres es que los perros aman a sus a humanos, y no sólo por la comida; aman la compañía de los humanos en sí misma”.
*Por Gisela Carpineta.