Cuenta Daniel Melingo que es un artista de movimiento, literalmente del movimiento. No concibe quedarse quieto, menos en un lugar, aislado, como la cuarentena que paralizó al mundo. Caminaba por las paredes, grafica, pero no porque se sintiera asfixiado o claustrofóbico, sino porque él necesita el desplazamiento, el traslado, viajar de aquí para allá.
De hecho, en este período del año tendría que estar deambulando por Europa central, dando a conocer esa pieza sofisticada llamada "Oasis", el álbum que cierra una trilogía que comenzó con "Linyera" (2014) y continuó con "Andá" (2016) y que tiene como hilo conductor a su alter ego… Linyera, un personaje creado a su imagen y semejanza, "bohemio, gnóstico y anarquista. No le debe nada a nadie. De él se sabe poco, sólo que es una persona transparente", desmenuza el cantautor en su mano a mano con Rumbos.
Creaste un personaje a través de los discos…
Es bastante raro, la verdad, pero me gustó la idea que creamos con el escritor y periodista Rodolfo Palacios y le fuimos dando forma inesperadamente, no fue algo planeado sino que se debió a una necesidad expresiva, y creció tanto –se tienta- que cobró vida, protagonizó un disco, luego otro y ahora le llegó su muerte. Pero Linyera es consciente que puede seguir estando aún después de la muerte, la traspasa.
¿Es cierto que "Oasis" fue el último disco físico que fue editado en el mundo antes de que se declare el aislamiento global por el coronavirus?
Una locura, de no creer, llegamos justito con la edición, por poco no sale, pero tuvimos suerte dentro de la desgracia que fue lo que pasó en el mundo. Pero me genera satisfacción que la gente lo pueda tener tanto física (compact y vinilo) como digitalmente. Llegó a las disquerías el 20 de marzo y quizás sea recordado como el último lanzamiento mundial. ¿Habrá otros?
¿Por qué decís que llegaron "justito"?
Porque yo venía sacando un álbum cada dos años, pero éste llegó cuatro años después de “Andá”, porque se trata de un trabajo más integral, con un nuevo sonido, con temas más elaborados, tiene otra realización, además de contar con un material audiovisual e invitados de la envergadura de Andrés Calamaro, Miguel Zavaleta y Enrique Symms.
Un verdadero alivio fue la llegada de “Oasis” en un momento del mundo del espectáculo que, prácticamente, no ofrece novedades dentro de la música. En el flamante material Melingo no abandona el tango, aunque va mucho más allá incursionando en la electrónica, el dub, el blues, la psicodelia, una orquesta típica que irrumpe y el protagonismo de la rebética, ese estilo tradicional griego, patrimonio de los rebeldes y desclasados, que el cantautor viene teniendo en cuenta desde hace un par de discos, destacándose “Camino y hablo solo”, “Navegantes”, “Cavalier King Charles” y “Sueño del éxodo”. Un disco que envuelve, que invita a viajar como si se estuviera en una película de Kusturica.
¿Te has vuelto más complejo a la hora de componer?
Siempre fui un músico de buscar un poquito más, porque tengo un público que disfruta escuchar, que tiene buen oído y al que le gusta descubrir qué quiero decirle. No escribo sobre física cuántica, pero entiendo que “Oasis” es un disco complejo, pero parejo, uniforme, aunque con bastantes recovecos. Hay que darle tiempo y dedicárselo. No defrauda.
Es un disco más académico que intuitivo…
A pesar de que soy altamente académico y de que estudié durante seis años canto lírico, soy un artista intuitivo, que se deja llevar por las percepciones, especialmente en lo performático, en lo teatral.
Estás cumpliendo 25 años como solista, si partimos de tu primer disco "H2O". ¿Cuál es tu balance?
“Oasis” es una buena excusa para coronar que mantengo cierta coherencia, porque lo mío es simple, es la permanente búsqueda. Ya estoy pensando en lo que se viene creativamente, no puedo contenerme, tiene que ver con mi personalidad.
Hablando de lo que se viene, deberías encontrarte en Europa, presentando "Oasis". ¿Cómo fue tener que reacomodar la vida por la pandemia?
Estamos todos los países en la misma sintonía. Creo en el destino, de quien soy muy amigo, las cosas suceden por algo y si este viaje se suspendió quizás el que venga en septiembre u octubre será mejor. No me vuelvo loco, al contrario, la cuarentena ayudó a la búsqueda, a la introspección, a tratar de ser el mejor padre posible y también creo que el disco se podrá desarrollar aún más en el oído del público, algo que a mí me viene bien.
¿Por qué a vos?
Porque para el público yo fui un músico de rock que luego estuvo nadando durante más de veinte años en aguas del tango, por lo que no le será sencillo degustar este material en una o dos escuchas. Si bien hay tangos y la presencia del bandoneón como en “Caminito”, “Oasis” ofrece un salto hacia un sonido más integral, sobre todo en la materia sonora, timbres…
¿Un sonido que fuiste previendo, planificando?
No, nada de eso. Yo no planeo nada, lo primero que quiero es sorprenderme a mí mismo para luego sorprender al público, que es cómplice mío cuando le estoy exponiendo en vivo mis canciones. Pero durante la producción, soy yo quien debe estar receptivo a esa sorpresa que, en este caso, fue grata.
Hay una clara libertad de búsqueda en tus caminos musicales…
Me di cuenta de esa libertad hace algunos años, antes no sentía que yo contaba con esa libertad, que es una libertad de búsqueda, una libertad espiritual, una libertad de acción y de decisiones. La búsqueda de una libertad que ponga fin a mis insatisfacciones.
Satisfacción es la que debe haberte dado grabar el tema "Navegantes" con tu hijo Félix. ¿Cómo fue esa experiencia?
Fue algo maravilloso, que surgió espontáneamente, a partir de una iniciativa familiar, y para mí fue muy enriquecedor amorosamente hablando, un mimo al alma. Yo creo que Félix lo pasó muy bien, ahora veremos qué quiere hacer él, sabe que tiene todo mi apoyo en la actividad que decida emprender. Todavía es un pibe, tiene 17.
¿Cómo sos como padre, Daniel?
Un padre con todas las letras, un padre normal, aunque quizás para el afuera parezca el tipo raro y bizarro. Pero un viejo de a pie, terrenal y quiero ser el padre de Felix en todo concepto.
Autor de “Chalamán” y “Cleopatra, la reina del Nilo”, dos inolvidables clásicos ochentosos, Melingo es un personaje atractivo desde lo visual, carismático desde lo musical (cómo no recordar su paso por Los Abuelos de la Nada, los Twist, también junto a Charly García, y sus años en España, donde creó la banda Lions in Love), y envolvente desde lo verbal, con pinceladas que remiten al Pomelo de Capusotto.
Sos muy riguroso con tu trabajo, ¿qué hay respecto a disfrutar lo que hacés?
La obsesión es necesaria para la constancia, para trabajar, para concluir un trabajo. Es clave ser obsesivo. No vas a encontrar a ningún compositor que no lo sea… Y claro que soy un disfrutador, casi en la misma proporción.
¿Hay obsesiones positivas?
Sí, absolutamente. La mía es una obsesión de búsqueda, de allanar el camino, de andar aunque no sepa el destino. Pero necesito saber que me muevo, que voy, que la creatividad está latiendo… Es un tema la creatividad, un don natural del cual se depende mucho.
¿Se nace o se hace creativo?
Se nace creativo, uno no aprende a serlo. Sí se aprende a cantar mejor, como en mi caso, que no soy un cantor natural, pero evolucioné después de tomar clases un tiempo, como también me sucedió con la composición y la armonía… hubo una lógica evolución integral. El oficio también se trabaja con la experiencia, obviamente, vas ganando calle, conociendo el terreno. Pero ¿cómo se hace para ser un creativo? El destino quiso que lo fuera.
Y por si fuera poco le sumás a todo ese combo matices actorales y de mucho humor…
De eso se trata, de que mi mensaje llegue de la mejor manera y para eso tengo que apelar a todos los atributos posibles. Para mí el humor es algo indispensable, y por suerte cuento con un histrionismo nato al cual exprimo hasta la última gota. No necesito contar chistes para provocar una sonrisa.
¿Y el histrionismo se trabaja?
Sí, absolutamente. En escena yo no era una persona con chispa, con carisma y con el transcurrir de los años, a medida que crecía el músico solista, me fui animando a incursionar un histrionismo que hoy brota naturalmente, pero no vino de fábrica.
Calamaro forma parte del tema "El blues rebético de siete vidas". ¿Cómo es la relación con él?
Con Andrés mantenemos una relación de gran amistad desde hace cuarenta años, cuando formábamos parte de Los Abuelos de la Nada, una etapa inolvidable porque eran nuestros comienzos en una banda fabulosa. Pasó el tiempo, vivimos en distintos países, pero nuestra amistad se fue cultivando con el tiempo, estando pendiente e interesado uno del otro. Haberme reencontrado artísticamente con Andrés después de tanto tiempo fue para mí un abrazo gigante, él es un monstruo creativamente y ha sido muy generoso.
¿Qué ves cuando mirás para atrás, Daniel?
Estoy muy orgulloso de todo el sendero recorrido, la verdad que no estaba en los planes, de verdad, soy un privilegiado que tuvo la suerte de toparse con verdaderos maestros. Pero, ojo, no soy de mirar tanto para atrás, prefiero no apoyarme tanto en el pasado, porque tengo una necesidad permanente de mirar hacia delante.
¿Qué maestros citarías?
Los que me educaron, nutrieron y enseñaron. Mi pasado es Miguel Abuelo, Charly García, Los Twist, Andrés Calamaro, Cachorro López, que es pasado pero también presente. Soy un discípulo del gran Miguel Abuelo y de Charly, también de Moris y de Javier Martínez. ¿Te das cuenta de los nombres que estoy mencionando? Fui un afortunado, que aprendió sin intermediarios, de mano directa. Imaginate que con ese background fracasar hubiera sido criminal.
Uno de tus referentes es Charly García, a quien comparaste con Gardel…
Charly es uno de los genios vivos indiscutibles. En cien años los pibes de veinte o treinta estarán estudiando libros sobre el talento que significó Charly García. Y en el tango, Gardel fue como el Charly del rock. El acervo musical de Charly abarca tanto como las novecientas y pico de canciones que Gardel grabó.
Debe ser difícil definirte siendo un músico tan versátil, ¿Rockero, tanguero, étnico?
No suelo ponerme etiquetas, creo que soy un músico heterogéneo. Convengamos que yo empecé formando parte del ejército del rock, luego me abrí y me aboqué al tango muchos años y desde hace un tiempo volví a tomar otro camino buscando ser un músico más abarcativo, cero purista. Siempre intento que el hilo conductor sea la historia, después puedo tocar tango, folclore, música regional, rock o rebética. Como todo buen investigador, la búsqueda es inagotable.
¿Cómo buen investigador, dijiste?
Lógico, yo además de componer, crear y musicalizar, tengo que investigar para llegar a buen puerto. ¿Cómo llegué al tango y me mantuve más de veinte años? ¿Por qué el público de Europa central me sigue desde hace diez años? Porque estudié, porque investigué los orígenes de esa música griega, que es la rebética, que tiene que ver con mis antepasados. Yo soy 100% porteño, pero criado con abuelos inmigrantes: mi abuelo era griego, mi abuela italiana y cantante de ópera. Por el lado de mi vieja eran muy milongueros, gente de tango… Como argentino te diría que para nosotros no existe otro filtro que no sea el tango.
No tuviste opción, entonces, después de años sumergido en el rock…
Siempre hay opciones, yo no seguí ningún mandato. Me asomé, vi que había luz y me mandé de guapo, de inconsciente, pero sabiendo que podía hacer mucho bien… Nuestro riñón es el tango, todo pasa por ahí de una forma o de otra, en una época u otra.