Por Lic. Daniel A. Fernández*
Una sabia y conocida frase popular afirma que no es posible estar bien con los demás si antes no conseguimos estar bien con nosotros mismos. ¡Cuánta razón hay en eso! Siempre he considerado que la autoestima es el eje central sobre el cual se articula la salud y la enfermedad.
Una persona que no se siente bien consigo misma, que no se quiere lo suficiente, podría tender a aislarse o involucrarse en relaciones perjudiciales. ¿Por qué? Sencillamente porque si no se valora a sí misma, puede caer en el error de justificar que otros tampoco la valoren e incluso aceptar el maltrato. Puede terminar mendigando el amor de quien ni siquiera la merece. Puede, inconscientemente, buscar gente que la desprecie con el fin de conseguir, algún día, convencerla de lo contrario, como si recién luego de la aceptación ajena pudiera ella aceptarse.
No cabe duda de que nuestra percepción de nosotros mismos en el presente depende, en gran medida, del pasado, sobre todo, de los primeros tiempos de vida. Y es frecuente que alguien con pésima autoestima conserve, grabados a fuego, comentarios peyorativos de parte de su padre o su madre: “Nunca vas a llegar a ninguna parte”, “con ese carácter te vas a quedar sola”, “no sé a quién saliste tan tonto/a”, “nadie te va a querer si no cambiás”, y un sinfín de frases similares, que contaminan la autoestima de cualquier niño o niña por largo tiempo.
Recuerdo el caso de un paciente que ocupaba un puesto de gerente en una importantísima empresa. Según él, desde que era chico sus padres no dejaban de repetirle que era un incapaz. Por fortuna, aquel doloroso menosprecio fue tomado por este hombre como un desafío, dándole fuerzas para alcanzar logros significativos.
Sin embargo, no siempre esos terribles mandatos sirven para impulsar en la búsqueda de lo contrario; por lo general, lamentablemente, paralizan y someten a quien los recibió y terminó creyendo en ellos.
Pero detengámonos aquí, en nuestro presente: si creemos que hemos sido víctimas de familias que nos agredían con frases nefastas (más allá de que consideremos que lo hicieron con mala intención, o bien, por ignorancia), sería conveniente que decidiéramos qué hacer al respecto. ¿Vamos a seguir aferrados a esos mandatos y utilizarlos como excusa para quejarnos el resto de la vida, asumiendo una posición de víctima? ¿Pensamos seguir culpando a nuestros padres para no hacernos cargo de nuestro futuro? Son opciones a nuestro alcance y somos libres para tomarlas, pero no nos llevarán a buen destino.
En cambio, tal vez podríamos seguir el ejemplo de mi paciente, cuya historia mencioné antes, y tomar como desafío superar cada uno de aquellos dañinos y antiguos mandatos. Será una elección más sana, que nos permitirá ir obteniendo resultados positivos y, por ende, construir una autoestima nueva y sólida. Como sabiamente expresó Jean Paul Sartre: “Somos lo que hacemos con lo que hicieron de nosotros”.
* Psicólogo y autor del libro Los laberintos de la mente (Editorial Vergara).