No es ninguna novedad que los problemas vinculares suelen ser la mayor causa de angustia humana. Sin ir más lejos, la angustia devenida de una relación de pareja complicada es el motivo de consulta psicológica más recurrente. Sin embargo, en estas líneas no ahondaremos en el tipo de vínculo, dado que cualquier lazo social (de amistad, pareja o parentesco) puede afectarnos anímicamente, para bien o para mal.
En mayor o menor medida, todos queremos agradar y ser aceptados. Cuando alguien que para nosotros es significativo no nos retribuye con su afecto, un duro golpe hiere nuestro narcisismo. ¿Y qué hacemos con eso? ¿Con esa sensación? La no correspondencia del amor genera un profundo malestar. Entonces cuestionamos al otro o a nosotros mismos. Tratamos de revertir la situación porque nos cuesta resignarnos a la angustia.
Si la otra persona nos elije, desde luego no habrá problema alguno. Pero si persiste en ignorarnos, la angustia posiblemente continuará y no tendremos más remedio que aceptarla e iniciar nuestro duelo.
Siempre y cuando haya una verdadera aceptación de la no correspondencia del otro, el tiempo habrá de ser nuestro aliado y algún día estaremos repuestos.
Ocurre algunas veces, sin embargo, que no podemos aceptar que alguien no nos quiere ni nos elije. Y este sentimiento nos lleva a quedarnos fijados en la angustia de un duelo que no terminará... porque nunca ha comenzado.
Por ello, en ocasiones, lo más angustiante no es saber que el otro no nos quiere; sino no saber, en realidad, qué es lo quiere de nosotros, qué significamos en verdad para ese otro. No podemos aceptar el rechazo que desconocemos, por lo cual permanecemos aferrados a una angustia constante que no parece tener fin.
Ante la pregunta sin respuesta de no saber qué somos para el otro, podrían surgir en nosotros hipótesis fantasiosas a modo de respuesta. Preferimos un “sí” y procuramos asirnos de las señales que apuntalan esa idea (señales muchas veces engañosas).
Si caemos en la cuenta de que solamente nos estamos engañando a nosotros mismos, podremos entonces aferrarnos al “no” y al dolor que ello implica e iniciar nuestro duelo necesario. Pero nuestras fantasías van a oscilar entre esas dos posturas (“sí” o “no”), porque la incertidumbre de vivir en el punto medio nos devora y es necesaria una definición para poder hallar la calma.
Son muchos los casos de personas que, debido al enigma de no saber qué significan para un otro, visitan angustiadas un consultorio psicológico. A veces porque no saben qué son o fueron para sus padres, o para sus amigos, o para sus parejas, etcétera. Lo más importante, en estos casos, es comprender y aceptar que es en vano pretender cambiar al otro. El otro es quien es, nos quiera o no, nos guste o no lo que veamos, y poco o nada podemos hacer para modificarlo y conseguir que nos ame o nos valore.
Apenas tenemos el poder para cambiar nosotros, y nuestro propio cambio hacia la paz mental muchas veces comienza con aceptar las pérdidas y retirar nuestras expectativas de determinados vínculos. •