Volver a Stephen King es una espantosa alegría para muchísima gente. Me reconozco parte de ese grupo desquiciado que, más allá de que la trama esté buena, lo que especialmente anhela es que cada libro tenga una buena cuota de casas monstruosas, pueblos amenazantes y personajes de esos a los que el rey del terror mata y revive, o arroja con desparpajo a cualquier situación sobrenatural.
La sangre manda
Stephen King - Plaza&Janes
La sangre manda, lo nuevo de King llegado a la Argentina, no es la excepción. Está compuesto por cuatro estupendas novelas breves que nos dejan con ganas de más; y una de las cuales, además, es un claro mimo a las huestes de King (y a él mismo).
La primera de las historias, "El teléfono del señor Harrigan", cuenta el tenebroso vínculo de afecto que tejen un chico de once años y un anciano millonario al que este le lee todas las tardes. Los siguientes relatos –perfectos en su ecuación brevedad-impacto– son "La vida de Chuck", una interesante reflexión sobre lo inexorable; y "Rata", donde nos topamos con un escritor desesperado que se enfrenta al lado más oscuro de la ambición.
Pero la frutilla del libro es "La sangre manda", historia que da nombre al volumen y marca el retorno de Holly Gibney, la investigadora obsesiva y querible que apareció en la trilogía de Bill Hodges, se desplegó en la novela The Outsider y ahora asume un lugar protagónico. Esta vez, la alarma de su lucidez se detona con un flash noticioso en la tevé: una bomba acaba de explotar en una escuela provocando una masacre, y ella cree ver en las desesperadas imágenes a alguien, algo, que creía muerto.
"Simple coincidencia, se dice Holly, pero aún así la recorre un escalofrío, y una vez más piensa que existen fuerzas que mueven a su antojo a los seres humanos."