El jardín junto al mar I, por Cristina Bajo

A veces, al terminar libros como el de Rodoreda, cierro los ojos y me pregunto cuándo encontraré otro tan bueno y encantadoramente alentador.

Cristina Bajo
Cristina Bajo

Este es el nombre de una novela, que es la historia de seis veranos y un mal invierno; y no podría comenzar mejor pues la cita que la inicia, "Dios está en el fondo del jardín", es de Robert Kanters y parece una metáfora dicha por mi madre: donde fuera que viviésemos –en tantos domicilios como tuvimos– ella armó su jardín, parque a veces o pequeño reducto en el estrecho patio urbano de su última casa.

Jardín junto al mar es una novela corta que nos detiene el aliento. Es un relato deslumbrante, de esos que raras veces encontramos, un relato esencial para estos tiempos donde las novelas positivas no están de moda y muchos lectores, a veces, elegimos libros mediocres para darnos un respiro.

No estoy diciendo que este libro tenga un final feliz, sólo que su lectura, aún con sus tristezas, nos muestra tal entretejido de vidas y situaciones que, sin saltearse una frase, pasamos las páginas deseando saber qué nos dirá la próxima.

Porque este libro es de aquellos que, al llegar a la última línea, dejo abiertos sobre mi pecho y con las manos sobre su lomo; y me llevan a preguntarme, con los ojos cerrados, cuándo encontraré otro tan bien escrito, tan entretenido, tan triste a veces, tan encantadoramente alentador siempre.

Todo sucede en algún pueblo de Cataluña, y el mar, el jardín y la aldea, con dos antiguas casonas, una al lado de la otra, es el escenario: no es un lugar deslumbrante, pero a través de los recuerdos del jardinero, se nos volverá una especie de Camelot donde conviven intermitentemente los dueños adinerados con sus magníficos autos, sus caballos de raza y animales exóticos; sus amigos cosmopolitas –pintores, viajeros, directores de cine, mujeres aburridas y muy bien vestidas, ancianas insoportables– y sus fiestas desmedidas.

Ninguno de ellos tiene riqueza antigua: de uno ignoramos cómo la adquirió; del otro, sabemos que fue de aquellos que llegaron a Cuba o a la Argentina y, a fuerza de trabajo, empeño, desesperación, artimañas y un poco de suerte, hicieron una fortuna inadmisible para la España de entonces.

Del otro lado, tenemos los comerciantes del pueblo, que apenas si aparecen para hacer una entrada y quizá desvanecerse; y toda una gama de servidores que van desde el jardinero, las mucamas (entre ellas, una morena brasileña que tiene a señores y sirvientes de cabeza), la cocinera, la modista de ropa fina, los cuidadores de caballos… Todos personajes típicos que, sin embargo, nos resultan de carne y hueso, no copias de especímenes populares.

¿Cómo olvidar a la cocinera, cuando el personaje nos la describe como de piernas delgaduchas pero con un "un pecho bastante gordo, como si se lo hubieran prestado"? Para aseverar, antes o después, que la mujer tenía "un rostro monjil, con un ojo alegre y otro triste."

Nadando entre dos aguas, tenemos esos otros protagonistas, los ambiguos: los invitados, algunos asentados en la historia, otros asomando en una esquina, como el profesor de esquí acuático. Y el personaje principal –el responsable de que esta novela tenga su principio, su nudo y su final–, quien aparece ya muy adelantada la trama argumental.

Pero es nuestro jardinero quien contará la historia de todos ellos, de estas dos mansiones y de sus respectivos dueños, con sus espléndidos parques de viejas arboledas pero, sobre todo, con sus jardines y secretos.

Sugerencias:

1) Buscar en Internet a Mercè Rodoreda, una de las mejores narradoras españolas del S.XX;

2) Ver su telenovela La Plaza del Diamante, de la Guerra Civil Española;

3) Leer Jardín junto al mar: es un libro inapreciable.