Desde adolescente, la vida le ha puesto algunos obstáculos, pero siempre Joaquín Furriel pudo sortearlos y salir adelante. Y "adaptarse a las contingencias, que es lo más importante", remarca el actor de 44 años. El más complicado, e inesperado también, fue el ACV que sufrió en 2015 dentro de un avión. Después hubo otras complicaciones como una fractura en la columna que lo tuvo postrado un mes y algunas lesiones en la rodilla que le jugaron una mala pasada. Sin embargo, Furriel siempre mostró ese temple que se necesita para resurgir ante las adversidades.
"Ahora, la nueva, es que tengo el colon irritable y no puedo comer nada de lácteos, harinas, café ni picantes. Me quiero morir, justo ahora que trabajo al lado de la pizzería Guerrín…", le cuenta, entre risueño y resignado, a Rumbos mientras pide un vaso de leche de cabra, en la cálida y serena confitería del porteño teatro San Martín, donde acaba de estrenar "Hamlet", pieza que lo devuelve al teatro luego de seis años, cuando había acompañado nada menos que a Alfredo Alcón en "Final de de partida".
Esta dieta obligada, dice, de alguna manera le viene bien para estar más delgado, como exige interpretar al príncipe de Dinamarca, pero en junio deberá hacer otra dieta, distinta, para subir 8 kilos y ponerse en la piel de un camionero español. Antes, en mayo, se viene el estreno nacional de "El hijo", que lo vuelve a poner a prueba en un personaje atormentado como aquel que realizó en "El patrón", que le significó el salto de calidad que necesitaba para lograr el reconocimiento general y para, también, llegar a Europa. Así de ajetreada es la vida de Furriel en los últimos tiempos, sobre todo después de una inesperada enfermedad que lo pusiera en jaque.
¿El ACV fue un punto de inflexión en tu vida?
Sí, lo fue, lamentablemente. Pero lo más lamentable es que no hubo una respuesta médica que lo explicara, entonces una vez recuperado intenté seguir haciendo la vida sana y normal que estaba llevando a cabo cuando me ocurrió. Yo entreno, no tengo adicciones, llevo una vida ordenada, no era un quilombero, por eso me jode no saber por qué me pasó.
¿Te acordás de algún síntoma de ese momento específico?
Sí, claro… Son imborrables. Quería caminar y no podía, quería hablar y no me salían las palabras. Quería acelerar y el cuerpo no respondía, es una sensación desesperante. De repente, todo se detuvo, ninguna de las órdenes que partían del cerebro funcionaban porque había tenido un infarto en el cerebro.
¿Qué aprendiste Joaquín de esa experiencia?
Cuando no hay una respuesta médica, solo te queda convivir con esa pesadez, y pensar cosas como que uno se muere porque está vivo. La muerte no es más que eso, existe porque estamos vivos y todo se puede terminar de un momento para el otro. Es así, nadie tiene garantizado absolutamente nada.
Suena a libro de autoayuda…
Total, pero es así. La vida es efímera, al igual que la salud. Y en ese momento te aparece la gente cercana, que es lo que más valorás. También de manual de autoayuda, una verdad de Perogrullo, pero muy cierta.
¿Te tranquiliza pensar así?
No, pero me concientiza. La intemperie existe. Antes yo me sentía inmortal, Superman, solo pensaba en mis cosas, sabiendo que mi hija Eloísa está sana, que es lo más importante, que mi familia está bien, que no hay grandes problemas, ¡qué me puede pasar a mí! Hasta que me ligué un tortazo que casi me noquea para toda la cuenta.
¿Pensás que el ACV le aportó al actor que sos más sensibilidad, vulnerabilidad o, tal vez, más emoción?
No sabría decirlo, porque en la actuación siempre encuentro un permiso que en mi vida real no tengo tan elaborado, que es la inteligencia emocional.
¿A qué se deberá?
A una falencia, una escasez que la vida real no me permite, pero en la búsqueda de dar con un personaje, me aparece esa falta, esa carencia.
Lo paradójico es que después de este gran susto, te aparecieron decenas de trabajos importantes y se te abrieron las puertas para filmar en España…
Hice tres películas en España, un mercado que me dio la bienvenida de grande, y en septiembre me voy a filmar a Holanda. Es curioso, pero a partir del ACV empecé a tomar decisiones que antes no me animaba, como apostar más al cine y dejar de lado las tiras diarias, que me consumían física y psíquicamente. Vengo trabajando esto de ir un poco más liviano por la vida.
Serio y riguroso, metódico y puntilloso, locuaz y generoso, Joaquín pide demorar ensayos teatrales para continuar la amable charla con Rumbos, de la que se interesa para saber a qué ciudades llega. Le queda medio vaso de leche de cabra, al que observa con cara de pocos amigos. "Termino en un rato y voy", le susurra a un colaborador.
¿Qué pensás que te diría Alcón luego de haber sido elegido para interpretar a Hamlet?
“Lo lograste pibe, viste”. Él decía que yo tenía que esperar cuatro o cinco años más para adquirir mayor experiencia de vida, y no se equivocó. Pasaron seis desde que compartimos “Final de partida”.
¿Puede resultar una sombra la figura de Alfredo?
Para empezar, nunca habrá un Hamlet como el de Alcón, que lo hizo durante la dictadura. Y yo no lo vivo como una competencia o una sombra, porque Alfredo lo hizo para gente de otra generación y yo le hablaré a mi generación. Por otra parte, sería ridículo pretender hacer lo que hizo Alfredo. Cada Hamlet es único y propio. Habrá gente que le gustará, otra que no, y otra que comparará la versión de Alfredo con la mía. Pero ninguna sombra, más siento su amor, su conexión, energía y la buena onda que siempre tuvo conmigo.
¿Qué exige protagonizar "Hamlet"?
Responsabilidad por sobre todo. Descansar bien, dormir ocho horas, comer sano y con proteínas, cuidar la voz, hacer ejercicios de estiramiento, yoga, inhalar y expirar mucho. Trato de cumplir todo a rajatabla y admito que mi vida social se redujo a la nada.
¿Siempre te lo tomaste tan en serio?
Es que no conozco otra manera de trabajar. Y sé que si no lo hago así, la voy a pasar mal, porque conozco este oficio, tengo mucho teatro encima y Shakespeare es complejo. En algún aspecto me siento un deportista de elite. Desde chico me inculcaron la disciplina mandándome al Conservatorio Nacional, donde estuve cuatro años en los que mamé una metodología rigurosa y ordenada para después poder responder a las exigencias. Y para hacer "Hamlet" yo entrené duro, como si tuviera que subir el Aconcagua y nada me distrajo hasta hacer cumbre. Nada fue más importante que ese entrenamiento.
¿Cómo es Lorenzo, tu personaje pintor en "El hijo"?
Es una persona de mediana edad que atravesó una época de éxito en la que se enfrascó en su genio y en su egocentrismo, hasta que perdió a su mujer y dos hijos, que se mandaron a mudar a Canadá, desaparecieron, porque Lorenzo era el que estaba desaparecido. Hasta que con el paso del tiempo, la vida le da otra oportunidad… pero en el ocaso de su carrera, con una alumna suya bastante más joven.
La chance de formar una familia…
Pero sin el tiempo suficiente de conocerse para pensar en tener un hijo, que en realidad es ella quien lo quiere tener, lo que conlleva riesgos a futuro. En mi caso real, con Paola Krum, la madre de mi hija Eloísa, no pudimos formar una pareja en el tiempo, pero al día de hoy, cuando deseé tener una hija, tengo la tranquilidad que fue con la mujer de la que me enamoré y con la que quise tener una hija. Es una de las mejores decisiones que tomé en mi vida.
Volviendo a la película, Lorenzo empieza a enloquecer a partir de decisiones de la madre con respecto al hijo, como tenerlo en su casa, nada de médicos ni vacunas y alimentarlo con alimentos poco claros…
“El hijo” propone un mundo paralelo, y Lorenzo empieza a entrar en un tobogán de confusión en el que no sabe si es verdad lo que está viendo o es su propia cabeza perturbada.
¿Cómo ves a esa mujer rígida e inflexible que decide criar a su hijo con métodos poco convencionales?
Yo no adhiero a ningún tipo de fanatismo, porque creo que son necesarios los matices. De todos modos tengo un pie adentro del sistema y otro afuera, porque estamos metidos en una sociedad de consumo en la que te quieren dar las cosas de prepo, por lo que hay que estar más atentos que nunca. Los laboratorios te quieren vender veinte medicamentos en un país fácil a la hora de comprar cualquier tipo de remedios.
La perturbación y la inquietud llevarán al espectador a un mundo extraño del que le costará salir…
Ese es el gran mérito del autor Guillermo Martínez y del director Sebastián Schindel, especialistas a la hora de poner en duda la realidad.
Cambiando de tema, hace poco Oscar Martínez nos dijo que a partir de su flamante relación con España, no ve con mala cara establecerse un tiempo allí, dada la toxicidad con la que vivimos en Argentina…
No es mi caso, a mí me gusta la Argentina también así, efervescente, caótica, somos así, siempre estuvimos igual. Yo no podría vivir en otro lugar que no fuera Buenos Aires. Entiendo lo que dice Oscar, lo respeto, pero también tenemos edades diferentes, yo tengo una hija de once años y confío mucho en las generaciones jóvenes…
¿Les tenés confianza?
A full. Son las que transformarán a la Argentina, que tienen innato el ejercicio de la democracia y también del feminismo. Serán generaciones que no tendrán que pelear, por ejemplo, con la Iglesia y el Estado, que ya estarán realmente separados. No tengo dudas de que la Argentina será un país laico en los hechos, porque solo lo es en los papeles…
¿Qué te parece el Colectivo de Actrices?
En tiempos de tanto individualismo, que exista cualquier colectivo me produce alegría, aunque no esté de acuerdo en todo sentido. Pero en el caso de las actrices, me parece que hacen lo mejor que pueden para poder visibilizar problemáticas de una sociedad tan machista como la nuestra.
¿En qué aspectos no estás de acuerdo?
No importa, eso es lo de menos, lo fundamental es que está. Y nació así, con su estilo, con sus formas, con sus virtudes y también imperfecciones… Eso no se elige, y menos en un país como el nuestro, que si das un paso en falso te devoran.
¿Creés que nos convertimos en una sociedad hostil?
Argentina es un país difícil, en el que todo cuesta mucho, pero tenemos una sociedad muy despierta, que tiene ganas de actuar hace rato. Para mí la hostilidad, la verdadera hostilidad, es la quietud, la inacción, la indiferencia, aceptar las cosas como son. Y la sociedad argentina no es sumisa, más bien todo lo contrario.