Obscuridad de telarañas, por Cristina Bajo

En una de esas ferias de usados, mi amigo encontró un filme de John Huston, un cepillo victoriano y varios discos de Elvis.

Obscuridad de telarañas, por Cristina Bajo
Cristina Bajo

Me gustan las ferias de barrio, y hace unos años, en Alto Alberdi solía instalarse una cerca de casa.

Ahora, como me cuesta caminar, he dejado de ir, pero entonces la recorría tentada por tres debilidades: los libros usados, las revistas de palabras cruzadas a mitad de precio y los churros que una señora robusta y morena, de labios muy pintados y gorro blanco, preparaba en una gran olla de aceite hirviendo: retiraba con pinzas la espiral dorada, la colocaba con cuidado en una fuente cubierta con papel estraza y cortaba con la tijera la cantidad de churros que pedía para mi desayuno.

Era un placer la escapada hasta ese mundo oloroso, donde mujeres del norte, sobre esterillas, ofrecían sus "ajicitos" de todo tamaño, picantez y colores. En la caja de libros, supe dar con obras memorables por lo desconocidas, como la biografía de Saturnina Rodríguez, una cordobesa del S. XIX de vida novelesca, o una revista Histonium de 1948, con un artículo sobre Manuelita Rosas, ya anciana, con una foto desconocida de ella.

Aquella feria era una aventura que, a miles de kilómetros, compartía con mi amigo Jorge Cónsole, que vive en Londres, quién supo contarme que "los domingos, a muy pocas calles de mi casa, se organiza un Car-Boot, una ceremonia que se repite en cientos de lugares del Reino Unido desde hace décadas." El Car-Boot es una feria de cosas usadas, de esas que en nuestro país desechamos sin contemplaciones; lo sé porque hace años, una noche, en una de las avenidas de nuestra ciudad, sobre un tarro de basura, encontré dos hermosos y grandes tomos encuadernados y en perfecto estado, de la obra del Padre Furlong Historia Social y Cultural del Río de La Plata. Sobre ellos, una hermosa sopera de porcelana que se quedó mi amigo Javier, quien guiaba el auto en que regresábamos de alguna visita.

Jorge me cuenta que en Inglaterra el trámite para habilitar un puesto es sencillo: después de registrarte en alguna ignota oficina, llevas tu auto con cosas que ya no quieres al lugar señalado y ahí, sencillamente, las ofreces.

"Como amante de mercados, Tiendas Charities y baratijas, adoro estas ferias. Uno encuentra de todo y a un precio muy bajo, a veces casi simbólico; puedes conseguir desde ropa hasta muebles, desde películas hasta libros; desde cortadoras de césped hasta cartas de la época de la Gran Guerra." La imaginación –me dice– se queda corta, y tarde o temprano se encontrará allí lo inimaginable.

Este paseo se le ha vuelto costumbre; el botín de su última cacería fue una película de John Huston sobre la novela de James JoyceEl Muerto–, que venía buscando por décadas; un cepillo victoriano para Andrea, su mujer; varios discos de Elvis Presley y dos candelabros.

Entré en su blog, y sobre un muro donde se lee Factory Shop, un auto expone ropa, entre ellas, un vestido largo que me hubiera tentado; pantallas para veladores, un espejo viejo, fotos y un almohadón. Mirando detalladamente lo expuesto, recordé un poema de José Asunción Silva, "Vejeces", que explica esta fascinación que nos une: "Las cosas viejas, tristes, desteñidas,/ sin voz y sin color, saben secretos/ de las épocas muertas, de las vidas/ que ya nadie conserva en la memoria, y a veces los hombres, cuando inquietos/ las miran y las palpan, con extrañas/ voces dicen, casi al oído/ alguna rara historia/ que tiene oscuridad de telarañas…"

Sugerencias:

1) Recorramos estas ferias, que encontramos en casi todas las provincias;

2) Compremos cosas para reciclar;

3) No muy tarde, encontraremos algo codiciable.