Cuenta Palito Ortega que ahora se acuesta más temprano y que es más diurno que nocturno, que los hábitos de aquel artista exitoso que emergió en los años 60 se han modificado y que hoy, “más viejito”, arranca la jornada con el canto de los pájaros para escribir, tocar y ejercitar la voz en su propio estudio de su casa de Luján. Por eso, este encuentro con Rumbos, a las 11 de la mañana, no lo desestructura. “Hace un tiempo descubrí una franja del día que, durante décadas era desconocida. Y en ese descubrimiento, disfrutamos mucho compartir las mañanas con Evangelina”, hace saber Ramón, como prefiere que lo llamen, en vez de por su famosísimo “Palito”.
Cincuenta años con Evangelina, una compañera de fierro…
Lo es, claro. Igual tenemos nuestros espacios, nuestros momentos de querer estar solos. Pero cuando la necesito al lado mío –sonríe- cuando yo estoy viajando por trabajo, ella prefiere quedarse en casa, dice que se pone nerviosa, que no se relaja...
¿Ahora, o siempre fue así?
Así fue siempre, Eva nunca me acompañó a una gira y es comprensible, porque uno está metido de lleno en el trabajo y ella siente que si está cerca mío molesta.
Prolijo, con el pelo engominado, Palito luce su tradicional rostro de gesto adusto, que maquilla su estado de ánimo. Evangelina Salazar, su invalorable esposa, aparece en el comienzo de la charla a manera de homenaje “a una mujer que me salvó”, pero rápidamente surge su flamante disco de románticos.
En 2015, cuando grabaste el disco "Cantando con amigos", dijiste que, probablemente, sería el último…
Y seguramente habré dicho que era el mejor, ¿no?, jaja. No, ahora en serio… Es que uno va diciendo lo que va pensando, lo que en ese momento marca la actualidad y el futuro. A mis casi 78 años uno piensa en eso, en lo privilegiado que se es, pero también en que ciertas actividades van llegando a su fin. Puede fallar, por supuesto.
¿Por qué decidiste sacar este nuevo disco "Románticos 60's"?
El propósito fue no dejar en el olvido ese recuerdo tan importante en mi vida. Quería rescatar aquel querido repertorio (“Oh Carol”, “El trotamundos”, “Fugitiva”, “Celia”, “La casa del sol naciente”) y traerlo a modo de homenaje. Es una gran alegría porque pudimos redondear la idea de reunir la música de la década del 60 que más me representó.
¿Disfrutás escucharte cantar?
Ahora más que antes, quizás porque vocalmente me escucho mejor y las composiciones tienen, digamos, otro vuelo. Y siento que todavía tengo voz, una voz digna para seguir tirando de la cuerda.
¿Se viene otro disco?
Quisiera bajar la persiana con uno más de swing, que ya tengo bastante en mente. Cuento con algunos títulos de canciones que no puedo adelantar, pero puedo decir algunos de sus autores: Nat King Cole, Cole Porter, Louis Armstrong, Frank Sinatra y Edith Piaf, entre otros.
¿Te cuesta dejar de trabajar, no?
Es que no concibo la vida sin el trabajo, sin expresarme, sin estar en movimiento. Creo que hacer algo que da placer es importante para la cabeza, y para mí la música es trabajo y placer.
¿Cómo te llevás con tu pasado?
Miro mucho para atrás, me gusta reencontrarme con caras y amigos que ya no están y los extraño… Pichuco Troilo, que me llamaba Tolipa; el Polaco Goyeneche, qué tipo maravilloso; María Elena Walsh, una dama de puro talento… Una camada de gente insuperable, que ya no se fabrica más. No existen más estos monstruos…
¿Y vos no sos uno de esos "monstruos"? ¿Sos el artista que soñaste?
Viendo la realidad que tuve, personal y profesionalmente, superé en gran medida los sueños que yo tenía a los veinte años. Pensá que a los veinte soñaba con conocer a Frank Sinatra y me decía, algún día lo voy a concretar. Y lo comentaba a mis amigos que se mataban de risa.
Y lo terminaste logrando…
Terminé siendo amigo de Frank, organizando sus seis shows en Buenos Aires, cenando con él, compartiendo salidas. Y no importa si yo perdí plata al traerlo, si quebré al perder ese millón y medio de dólares, no importa, porque cuando yo me fui a instalar a Miami, con una mano atrás y otra adelante, el mismísimo Frank Sinatra estuvo allí para ayudarme, para apuntalarme y levantar vuelo.
Ramón, hace poco se estrenó el musical "Viva la vida" en la calle Corrientes, que homenajea tu trayectoria. ¿Qué te pareció?
Es un honor, qué te parece, además se hace en vida, lo que me da mayor alegría. Prefiero un espectáculo como éste a una estatua, que es algo más frío e impersonal. De alguna manera, este show, este tributo, es una forma de decir que uno algo hizo por el arte.
Pienso en tu legado: la canción "La felicidad", ¿es la más simple y redituable de tu carrera?
Absolutamente. Es la que me abrió las puertas del mercado europeo, cuando la presenté en España por primera vez, luego llegó a Italia gracias al talento invalorable de Iva Zanicchi, versión que vendió casi un millón de copias, después desembarcó en Francia, con gran repercusión, y hasta llegó a Alemania, donde se hicieron doce versiones diferentes en alemán. Si me preguntás por qué semejante éxito, no tendría la exacta respuesta, pero creo que la sencillez de la letra sumada al ritmo y al tempo formaron una fórmula imbatible.
Qué paradoja "La felicidad" y ese apodo que te pusieron en la década del 70: "El niño triste de las canciones alegres"…
Qué contradictorio, ¿no? En realidad cuando me estaba yendo muy bien, en mis comienzos, los productores me pedían que fuera más simpático, más alegre y expresivo, y a mí no me salía naturalmente, y yo explicaba que el provinciano en general y el norteño en particular es tímido, retraído, poco efusivo…
¿Eras tan serio?
Como ahora, nunca fui una persona exageradamente gestual. Ocurría que integraba una banda muy carismática, con mucha energía y una simpatía arrolladora como la que tenía Johnny Tedesco, que lo llamaban “el niño champagne”, entonces yo, que era el cantante, parecía un sapo de otro pozo, el pan triste del grupo.
Hasta Evangelina y tu hija Julieta hicieron hincapié en tu "inexpresión": ni alegre ni triste, ni contento ni amargado…
Siempre me caractericé por ser introvertido, analítico y observador, nunca por ser el chistoso del grupo, o el espontáneo que hacía reír a los demás. En definitiva, la gente me aceptó, aprobó las canciones y yo hice el mayor esfuerzo para ser lo menos serio posible. Por otra parte, nunca fui de vender espejitos de colores, tampoco especulé con ser de tal manera para conquistar a la audiencia.
¿Te molestaba que te insistieran para que cambiaras el rictus?
Mucho, desde la compañía discográfica, pasando por maestros de ceremonias de festivales hasta conductores de programas de televisión: “¡Vamos, pibe, qué le pasa! ¡Un poco de alegría le estamos pidiendo!” –los parodia-.
¿Les contestabas?
Sí, yo les decía: “Esto es lo que hay. Si les sirve, bien…”. Por otra parte, no se puede cambiar esto, la expresión en el rostro ya viene desde la cuna. Forzarla a modificarla es una imposición incómoda.
¿Empezaste a imaginar el último show? ¿Te pusiste una edad como plazo?
Antes que una cuestión numérica, yo lo pienso de acuerdo a cómo me siento como artista. Y debo admitir que tengo la voz intacta, cantando prácticamente en el mismo registro que lo hacía en los años 70. Pero volviendo a la pregunta, curiosamente hablaba con Evangelina días atrás y le decía que ya debería ponerme a pensar en el adiós, en la despedida de la música con una larga gira. Y es algo que debería ser dentro de poco tiempo, porque mi gira puede ser más larga que la de Los Chalchaleros, jajaja.
Hablabas de lo orgulloso que estás de tu familia. ¿Cuál de tus cinco hijos te sorprendió más?
Sin duda que Luisito, el director de cine, que ha saltado a las grandes ligas en los últimos años. Pese a ser hijo de un actor, cantante y director, el tuvo la paciencia para esperar su momento y realizarse como un cineasta distinto, con un sello propio y una personalidad imponente. Para mí es el sucesor de Leonardo Favio.
¡Qué halago! ¿Qué te llamó la atención de él, su talento o su rebeldía?
Luis siempre fue el díscolo, pero a la vez es el más intelectual de la familia, leyó muchísimo, sabe un montón y, a la vez, tiene una gran sensibilidad sobre todo hacia los que menos tienen. Después, es un antisistema, él se autollamaba “dromómano”, que terminó siendo el título de una película suya… No le interesa lo material, ama la libertad, rehúye a las ataduras. Si el tiene una única remera que está rota y pasa por una casa de ropa y por una librería, no tengas dudas que la plata que tiene la va a invertir en libros.
Cuando la necesitó, su hermano Sebastián siempre le ha dado una mano en la productora Underground…
Ellos arman una muy buena dupla: Sebas es un gran organizador, que produce a gran escala, y Luis tiene una calidad profesional que llama la atención de la industria de Europa y Estados Unidos.
Y a tu hija Julieta, ¿la ves muy comprometida con el feminismo?
Siempre lo fue, es una chica que permanentemente estuvo atenta a esos movimientos y a luchar por los valores y los derechos que les corresponden a las mujeres… Quizás ahora lo está canalizando y se visibiliza más, pero no sigue una moda, para nada.
Rosario, la más pequeña, ¿quedó un poco de "rehén" de los músicos de la familia?
Ella es la más bohemia. Es una enamorada de la música, canta, toca, escribe y se toma su tiempo para sacar su disco, no tiene ningún apuro ni ansiedad por lograr algo... Mientras se gana la vida cantando para Charly García, que la valora mucho.
Dijiste que siempre fuiste de soñar en grande. ¿Qué sueño te queda, Ramón?
No puedo pedir más nada de lo que ya recibí, sería un ingrato, un egoísta, porque la vida me dio mucho más de lo que soñé y eso que yo siempre soñé en grande… •