Sabido es, que los sentimientos de insignificancia y el reconocimiento de la animalidad son, psicológicamente hablando, "inestabilizadores emocionales", y verdades muy poco simpáticas para el ser humano. Porque aunque el ser humano necesite creerse otra cosa, no es más que un animal más. Algo más racional que el resto de las especies, tan emocional como un chimpancé y tan biológico como la ameba. El sentimiento de "insignificancia", en tanto, es el que nos lleva a registrar que, aunque efectivamente somos animales con muchas potencialidades, contamos con un limitado tiempo de vida.
Un estabilizador emocional es un producto de la mente que reduce el malestar generado por verdades como estas. Pueden ser, por ejemplo, pensamientos, sentimientos, creencias, escenas imaginativas, convicciones... En el otro extremo están los inestabilizadores emocionales: sensaciones y sentimientos que, por el contrario, nos generan inestabilidad porque rompen con el estado de equilibrio y previsibilidad que el ser humano necesita para tener calidad de vida.
Lo imprevisible, más aún cuando es continuo, atenta contra el funcionamiento corporal y psicológico, generando sintomatologías diversas. Por ejemplo, si una relación afectiva fuerte se rompe, genera sentimientos de insignificancia, desamparo y descreimiento. Pero estos sentimientos pueden minimizarse y calmar esa herida a la autovaloración, si generamos otras creencias que nos contengan: "El amor verdadero ya vendrá", "mejor ahora que más adelante" o "nunca me amó realmente".
Otro ejemplo: ante una situación de injusticia, puede surgir en alguien la necesidad de venganza, pero también la idea de la justicia divina, o bien, la creencia de que la vida castigará algún día a quien produjo ese malestar. Todas estas opciones, claramente, funcionan como estabilizadoras emocionales. Pero en el momento de la injusticia y quizá muchos años después, el sentimiento de insignificancia volverá a sentirse al recordar el hecho. La insignificancia se re-sentirá, y también el odio y la impotencia. Y lo mismo sucede con la muerte de un ser querido, cuando la impotencia e insignificancia se agrandan exponencialmente, y surge el lógico dolor ante lo inevitable. Esta situación, sin duda, es la más inestabilizadora de todas.
¿Adónde vamos con todo esto? A la idea de que el ser humano necesita previsibilidad para planear su propia vida. Sus planes no pueden concretarse en contextos de permanente incertidumbre e inestabilidad.
Las creencias son poderosos estabilizadores emocionales, grandes compensadoras de estas verdades poco simpáticas. Algunas surgen espontáneamente y otras luego de reflexionar. Hay creencias estabilizadoras para el desamor, la muerte y los problemas de salud. Hay una creencia para cada necesidad o estado, y seguirán existiendo mientras el ser humano siga siendo humano.