Año 69 d.C. o por ahí nomás. Cuentan los historiadores romanos que el emperador Vespasiano disfrutaba glotón de un banquete, cuando aparecieron unos aduladores que querían convencerlo de que era hijo de Hércules, el semidios grecorromano: "Con un mejillón en una mano y un langostino asado en la otra, el emperador rió tan fuerte que terminó despidiendo una sonora ventosidad. Un segundo incómodo se apoderó de Roma y las miradas se cruzaron. Pero no fue el olor lo que preocupó, sino lo que el estruendo gástrico sugería, ya que entonces, segunda mitad del siglo I, se creía que las flatulencias eran causadas en realidad por demonios".
Curiosidades y anécdotas de este tipo componen las páginas de Odorama: historia cultural del olor (Taurus), el fascinante libro escrito por el periodista científico Federico Kukso, que nos inivita a pasear por las apestosas y fragantes experiencias de la humanidad.
Qué gran tema es el mundo olfativo del ser humano... Tan colectivo y, a la vez, particular. Porque es verdad que los olores nos conectan con nuestras emociones y recuerdos más profundos, pero también con el entorno y la cruda realidad. Las neurociencias han develado que nuestra especie es capaz de registrar al menos un billón de aromas, y que alcanzamos el pico de sensibilidad entre los treinta y cuarenta años. También que las mujeres diferenciamos mejor los olores y logramos describirlos con más detalles.
¿Será cierto que seguimos siendo capaces de “sentir” el peligro tal como nuestros antepasados olfateaban a las fieras acechantes? ¿Y que nuestra nariz puede captar el dolor e incluso que alguien nos desea con pasión?
"Los olores nos sacuden por dentro como pocas cosas en el universo. Hay olores que aturden, que embriagan o marcan límites, que influyen en nuestro estado de ánimo y comportamiento, que funcionan como una señal de peligro o un símbolo de estatus", asegura Kukso, antes de arrojarnos a un sinfín de escenas insólitas, que van desde el antiguo Egipto y los baños públicos de Roma hasta los laboratorios actuales de la NASA, donde un grupo de expertos investigan cuán hedionda puede ser la convivencia dentro de una nave espacial.
Las anécdotas dedicadas al Medioevo y el Renacimiento europeo no son precisamente un canto a la crema enjuague. Es que bañarse, por aquellos años, contaba con la peor de las famas. Médicos de la época como H. de Monteux (1572), machacaban en sus escritos con afirmaciones fatales: "El baño debilita, provoca imbecilidad, destruye fuerzas y virtudes".
“Las calles apestaban a estiércol, los patios interiores a orina, los huecos de las escaleras a excrementos de ratas, las cocinas a col podrida y grasa de carnero... Hombres y mujeres apestaban a sudor y ropa sucia; los alientos olían a cebolla”.
Perfumarse, curiosamente, era la delicia de las familias pudientes: "De pies a cabeza, en Venecia se perfumaba todo: zapatos, medias, camisas, guantes, monedas, hasta las mulas en las que cabalgaban. Y Florencia, su gran enemiga, pronto estableció sus propias perfumerías, que no daban abasto. Pero no fue todo por vanidad: al mismo tiempo que la Peste Negra diezmaba a Europa, también impulsaba los esfuerzos de alquimistas convencidos de que los olores agradables ahuyentaban a los vapores envenenados supuestamente causantes de la enfermedad. Los transeúntes, precavidos, se impregnaban las muñecas con vinagre para combatir las putrefacciones urbanas".