Vivimos en un mundo complejo. Fuera de estos tiempos de pandemia inesperados, la vertiginosidad de la vida diaria suele hacernos perder el foco sobre quiénes somos y las cosas que realmente nos harían bien. Acostumbrados al trajín de la rutina, poco tiempo dedicamos a reflexionar acerca de estas cuestiones y la angustia silenciosa que nos provocan. Ahora tenemos una oportunidad. Aprovechémosla.
Pero también es cierto que, a veces, el esfuerzo reflexivo tampoco nos depara grandes frutos. Estamos inmersos en una cultura que nos ha educado para pensar de determinada manera, decidir y obrar en consecuencia. Y no es que yo pretenda menospreciar la importancia de la reflexión; pero suele pasar que ante los problemas y la búsqueda urgente de soluciones, los pensamientos que surgen son confusos, nos sentimos atrapados y resolvemos de manera errada.
Que encontremos una salida no significa que encontremos “la mejor salida” para nosotros.
¿No sería formidable tener un GPS que nos indicara el camino cada vez que nos creemos extraviados? Desde luego que sí. De hecho, tal vez contamos con él y no nos dimos cuenta aún. Del mismo modo en que conducimos por una ruta desconocida y podemos recurrir al GPS para saber nuestra posición actual y cuál es el mejor camino a emprender, también contamos con una suerte de radar interno cuando estamos inmersos en un mar de preocupaciones y no tenemos claro qué hacer con nuestra vida. ¿Cuál es ese GPS? Nuestro perfecto sistema emocional. Sólo hace falta aprender a usarlo. ¿Me siento triste, feliz, enojado, eufórica, atormentado? Sea cual sea esa emoción, nos está indicando si el camino es el correcto o si debemos cambiar de dirección.
Nuestras emociones son el resultado de pensamientos conscientes o inconscientes. Nos aportan una información fidedigna de nuestra situación actual. Incluso los pensamientos en los que más solemos regodearnos, ya sean benignos o nocivos, hablan a su vez de las creencias que predominan en nosotros.
Algunas de estas creencias seguramente son muy antiguas y nos vienen dadas en forma de mandatos familiares y/o sociales, que siguen condicionándonos desde el inconsciente. Son las mismas que ponemos en práctica a veces, cuando reflexionamos buscando la salida a algunos problemas.
Por eso, ante el malestar, lo más importante es reconocer qué clase de sentimiento está predominando en nosotros. Prender nuestro GPS emocional. Consultarlo... Ver para dónde nos lleva. ¿Cómo me estoy sintiendo? ¿Qué sensaciones tengo? ¿Qué me provoca enojo? ¿Qué me entristece? Determinar qué clase de emoción pusimos en juego es una práctica esencial que nos vendrá muy bien incorporar. Si advertimos que nos sentimos bien, evidentemente vamos en la dirección correcta. ¿Pero si nos sentimos mal? ¿Será que estamos conduciendo la vida hacia un lugar al que no deseamos ir?
Cuando tengamos aceitado este mecanismo vital, estaremos en condiciones de pensar soluciones para redirigirnos hacia nuestro verdadero deseo.
° Psicólogo y autor del libro "Los laberintos de la mente" (Editorial Vergara).