Todo ser humano lleva en sí una falta, algo que no puede ser completado con nada. Se debe a una cuestión estructural. Entre lo que uno busca y lo que luego encontramos, siempre hay un grado de insatisfacción. Y es precisamente en el terreno de esa diferencia, esa falta, ese paño que separa lo que se pretendió de lo encontrado, que un buen día florece el deseo... Precisamente porque algo falta es que somos seres deseantes. Que siempre buscamos.
Gracias a este deseo, que es el motor del aparato psíquico, una persona avanza y procura progresar y tener nuevas aspiraciones. El deseo es el motor de cada ser humano, y sólo es posible su presencia gracias a aquella falta que decíamos antes. Gracias a esa imposibilidad que tenemos de estar completamente satisfechos.
Pero tampoco creo que viviéramos en estado de felicidad absoluta si esa falta no existiera, todo lo contrario. Sin esa falta y el deseo que la habita, sólo recaeríamos en una asfixiante angustia.
Ahora bien, sabemos que la felicidad total no es posible. Aunque eso no significa que debamos dejar de pretenderla. Las utopías son imprescindibles, porque gracias a ellas nos esforzamos y avanzamos en nuestra vida. Tomar a la felicidad absoluta como un ideal a alcanzar, aún a sabiendas de que no será posible dar con ella en su totalidad, es lo que nos permitirá ir capturando momentos muy cercanos a ese ideal. En otras palabras, perseguir la utopía de una felicidad total será lo que nos llevará a disfrutar de una diversidad de felicidades.
Evidentemente, el tema del deseo en relación con la propia felicidad cumple un rol protagónico. Pero cada cual desea algo distinto. El ideal de la felicidad no es el mismo para todos, y los deseos son siempre individuales. Lo que a vos te gratifica podría no ser grato para el otro. Lo que a otros brinda dicha y bienestar, podría ser insignificante para vos o para mí, o incluso causarnos algún disgusto. Somos tantas personas en el mundo como hábitos y maneras de encarar la vida e interpretar la dicha.
Para ser un poco más felices, entonces, nos vendría bien reparar primero en nuestro deseo, y seguirlo como quien clava su mirada en un faro y procura llevar hasta allí su embarcación. El problema es la niebla que a menudo se interpone entre nuestros ojos y deseos. Ese es el primer gran obstáculo a vencer. Y esa espesa neblina está conformada por el deseo de los otros. Nuestro mayor problema y gran desafío consistirá, justamente, en no desviar la atención entre tanta niebla, no apartarnos del propio deseo al confundirlo con los sueños ajenos.
Tal vez esta labor parezca sencilla, pero en verdad representa una tarea ardua. ¿Acaso nunca te diste cuenta de que estabas haciendo algo en tu vida que respondía en realidad a sueños de otros, no tuyos? Esa densa neblina, hecha con las aspiraciones de los otros, puede hacernos perder de vista nuestro faro. Podrá confundirnos y tal vez deseemos claudicar. Pocos son los barcos que arriban al puerto que les es propio. Pero vale la pena el intento, la vida.