Aún a los 62 años y con un recorrido de alto vuelo y duradero, Alejandro Lerner asegura que la vida lo sorprende cada día. “Uno puede tener buenas intenciones, pero es difícil planear algo, porque nunca se ejecuta el plan. Lo dice alguien que intentó mil veces diagramar su vida profesional y nunca lo logró”, reflexiona el cantante y reconocido autor de populares canciones como “Todo a pulmón”, “Volver a empezar” y “Algo de mí en tu corazón”, que hace tiempo forman parte del cancionero popular argentino.
Dice que siempre está en la búsqueda porque es inquieto, quisquilloso y algo insatisfecho. En una distendida charla previa a su show en el Luna Park, Alejandro Lerner se sorprende por su, todavía, pasión vocacional, comparte detalles de su veterana paternidad, revela la fórmula de “Despacito” y cuenta la anécdota de cómo recomendó a su amigo Andrés Calamaro a Los Abuelos de la Nada.
Asegurás que no tiene sentido hacer planes... Entonces, ¿podemos decir que tu trayectoria es producto de la casualidad?
No estoy de acuerdo, porque no es que tiré la moneda al aire… No, yo me jugué y arriesgué, confié en mí y en mis aptitudes. A mí me ayudó la personalidad y la seguridad de creer en mí, en lo que sabía hacer, lo que me fue llevando a resolver sobre el pucho, sin pensarlo demasiado. Nunca fui de tomarme tiempos para pensar el camino a tomar…
¿Sos el músico que soñabas ser?
He cumplido muchos sueños, pero no lo sé, sigo en la búsqueda pero aún no sé de qué… Pero esa búsqueda me permite estar excitado y sentir esa adrenalina que, después de 40 años de trayectoria cuesta más palpar.
¿Estarás en la búsqueda de algún hitazo? ¿Te faltó un boom como "Despacito"?
Tuve lo mío, eh, y muchas, muchas canciones que han dado vuelta al mundo, pero no llegaron a ser como “Despacito”.
¿Por qué "Despacito", con una letra básica y una melodía parecida a otras, arrasó?
La música latina, la urbana y el reggaeton son ciclos de la cultura en la que vivimos hoy, como hace décadas eran los Beatles, dueños de una calidad irrepetible, hoy están los Fonzi, los Maluma, los Yatra… La cultura se ha empobrecido, quizás perjudicada por el exceso de la tecnología. Sin embargo, “Despacito” es una linda canción popular, está bien hecha, y dentro de los reggaetones es de las mejores: bien construida, es divertida, bien producida e interpretada.
¿Creés que la tecnología hirió a la cultura?
Me parece que se ha puesto toda la libido en los aparatos tecnológicos, que resuelven, reemplazan, recortan y, también, generan achanchamiento.
Pero de pronto, Maluma, que parece un físicoculturista, produce un tsunami con una canción como "Felices los 4"…
Insisto, no están más los Beatles, ni David Bowie, ni Prince. Ya no importa el contenido, el significado, lo que hoy trasciende fronteras es el ritmo y el sonido; lo demás es circunstancial.
¿Cambiarías cinco álbumes exitosos tuyos por un hit como esos?
No me interesa, pero no por mantenerme distante con esa música ni parecer soberbio, sino porque no está en mi voluntad. No es lo mío.
“Las crisis son nuestro estado natural. Parece que nos gusta vivir con el corazón en la boca.”
Alejandro, ¿el oficio de músico está apartado de la vida del músico?
Sí y no. Se nutren, se retroalimentan. En mi caso, el músico se enriquece por mi vida y la de mi familia. Cuando yo hablo de excitación y adrenalina, me refiero también a mi vida fuera del escenario, un espacio que aunque parezca intocable, no lo es del todo cuando tenés familia, hijos.
¿Y cómo es esa otra excitación?
Es la de un hombre maduro, que no está desesperado por escalar posiciones profesionalmente, pero tampoco quiere perder lo conseguido hasta aquí. Yo fui papá después de los 50 (Luna de 9, Thomás, de 4) y es fantástico paladear esa otra excitación, esa otra adrenalina, bien diferente, porque no es artística, sino espiritual.
No debió haber sido sencillo cortar el cordón umbilical con la música…
Para nada, porque con los años me convertí en amo y señor de mi carrera y mis decisiones, era yo, yo y nada más que yo… Y ese “yoísmo” ahora ya no está, tengo una mujer, dos hijos y una vida familiar que hoy está por encima de cualquier cosa, lo que no quiere decir que me tire a chanta como músico…
¿Nunca hiciste nada de taquito?
Sabés que no, no tiene nada que ver esa forma displicente conmigo, porque yo siempre fui de transpirar la camiseta, pero también de tener clase y calidad. No despacho el laburo así nomás, creo que la veteranía me convirtió en un cantante más hincha pelotas… Estuve semanas, largos días y trasnoches para que el tema “Juntos para siempre”, que grabamos con Andrés Calamaro quedara como quedó. Me fascina esa versión que hicimos, digna de la amistad que supimos construir con Andrelo.
¿Sí, una amistad prolongada?
Yo lo conozco a Calamaro desde que él tenía 16 y yo 20… En esa época, principios de los ’80, yo estaba más adelantado laboralmente, tenía mucho laburo, había tocado con León Gieco, Raúl Porchetto, Gustavo Santaolalla, Piero, Miguel Cantilo y María Rosa Yorio, contaba con un proyecto de director musical con Sandra Mihanovich y estaba en formación una banda de fusión que se llamaba Sólo por Oro y otra, La Magia, con la que terminé sacando en 1982 mi primer álbum de estudio, por lo que no me daba más el cuerpo para aceptar otras propuestas…
¿Recibiste más ofertas?
Sí, me llamó Miguel Abuelo para sumarme a Los Abuelos de la Nada. Recuerdo la noche que se comunicó conmigo, muy formal Miguel, así era él, un caballero: “Alejandro, te habla Miguel Abuelo, estuve pensando mucho en vos y me gustaría que te incorpores a Los Abuelos”. Yo me quedé en silencio, él era toda una leyenda por entonces y el grupo era uno de los más importantes de la época.
¿Qué le respondiste?
Que era un orgullo y un honor que pensara en mí, pero yo estaba cobrando impulso en mis distintos proyectos, con mi primer disco a punto de salir. “Disculpame, Miguel, me resulta imposible en estos momentos, pero no te voy a dejar colgado, quiero que llames a un amigo mío, es muy jovencito, pero tiene un futuro descomunal. Se llama Andrés Calamaro y le tengo una confianza ciega”. Tomó nota del teléfono, corté y lo llamé a Andrés: “Te va a llamar Miguel Abuelo, escuchalo, mostrate seguro y confiá en vos”. Se quedó estupefacto Andrelo –rememora riendo-.
¡Qué historia bárbara! Y hoy, a la distancia, ¿te hubiera gustado haber formado parte de Los Abuelos…?
Claro que me hubiera gustado, pero quizás, si yo hubiera aceptado la propuesta de Miguel, hoy no estaríamos haciendo esta nota. Yo quería escribir mi propia historia. Y volvemos al principio, yo arriesgué, me la jugué por algo que era un experimento y tranquilamente me podía haber salido mal.
¿Cómo se produjo este reencuentro para el dueto?
Fue muy loco. Andrés, creo que vía Twitter, escribió hace unos meses: “Ale querido, gracias por todas las manos que me diste, cada vez que te necesité estuviste ahí. Te amo, tu amigo Andrés”. Fue de la nada, porque nosotros no nos estábamos frecuentando… Y cuando leí eso, se me hizo un click y pensé: es tiempo de honrar nuestra amistad y le propuse hacer este dueto. Se copó de entrada y tuvimos un productor de la hostia como Cachorro López, ex bajista de Los Abuelos.
Hay pocos artistas que hayan marcado tanto el sonido de una época como Alejandro Lerner en las décadas de 1980 y 1990. Un talento natural para la canción.
¿Sentís que la música sigue siendo para vos una vocación o es totalmente una profesión?
Es una vocación, claramente, porque la profesión sin vocación es un laburo más. ¿Cómo se entiende que yo siga como si fuese el primer día? ¿Cómo se entiende que hoy madrugara y en piyama hiciera un video para Facebook, envuelto en la bandera argentina, haciendo una impro en el piano?
¿Por qué lo compartiste en las redes?
Porque son esos momentos que quiero mostrar que uno también hace por amor al arte, no utilicé las redes para vender o promocionar algo, simplemente pintó la espontaneidad.
¿La bandera argentina también fue algo espontáneo?
Sí, yo duermo con la bandera, que en realidad es una remera con la bandera… Yo soy argentino hasta la médula, hasta para soñar, pero no buscaba un mensaje de unidad en estos tiempos sociales tan sensibles. Porque siempre estamos viviendo al borde de la cornisa… Creo que lo más estable que tiene la Argentina son los momentos de crisis.
Suena entre graciosa y sarcástica tu reflexión, pero es cierta, ¿no?
Te juro que yo no me acuerdo cuándo no hubo una crisis en mis más de sesenta años, pero los argentinos somos especialistas en crear crisis innecesarias; forma parte de una idiosincrasia que hemos elegido.
¿No tenemos cura los argentinos?
No entiendo por qué no miramos a los vecinos regionales, que han elegido tener una vida política, económica y social más normal. Pero parece que nos gusta vivir con el corazón en la mano, tener cerca el precipicio y sentir el vértigo constante.
¿Qué les decís a tus hijos, Luna y Thomás?
Ellos son chicos privilegiados porque son globales, que viajan por todo el mundo y están acostumbrados a acostarse en Buenos Aires en invierno y despertarse en California, en una playa. Han viajado conmigo a giras por el mundo y conocen otros lugares más tranquilos, pero están identificados con nuestra querida Argentina, pero sin la toxicidad de nuestro país, porque no miran noticieros y desconocen la dura realidad que estamos padeciendo.
¿Cuánto le cambió la paternidad al artista que sos?
Pese a haber sido padre después de los 50, la paternidad es el disco más importante que saqué en mi vida.
¿Te sorprendés en alguna faceta como padre?
La paternidad cura los espacios vacíos que quedaron de mi infancia. Todas las cosas que yo sentí que me faltaron, más allá de que mis padres hicieron lo mejor que pudieron, yo de manera consciente intento que a mis hijos no les falten.
¿Qué es lo que más extrañás de tus padres?
Lo que más añoro es compartir mis hijos con ellos. Soy capaz de devolver premios, discos, estatuillas y las presentaciones en el Colón por la posibilidad de que pudieran estar una tarde con Luna y Thomás. Tan solo una tarde... daría cualquier cosa.