Desde muy chico, Leo Prestia quería triunfar como futbolista profesional, incluso, llegó a jugar en el Club Sportivo Italiano, pero su sueño se frustró luego de una dramática lesión. Tras aquella situación, decidió cumplir con el mandato familiar y empezar a estudiar ingeniería industrial, carrera que no concluyó (restando dos materias).
Aun así, los conocimientos adquiridos le sirvieron para ingresar en una importante empresa de telecomunicaciones y, posteriormente, formar parte de una compañía multinacional. Durante un día lunes lluvioso, Leo se dio cuenta de que, pese a estar económicamente estable, no se sentía completo y, frente a las vías del tren, dijo: “Salgamos de esta situación, debo escapar de la rutina”.

Sentado en un bar porteño de Boedo, navegó en la web a través de su teléfono y, repentinamente, salió la palabra “teatro”, con una nota sobre la actriz y dramaturga, Laura Bove.
Lejos de ignorar sus instintos, el también hijo de una pianista argentina y un sastre italiano, logró contactar a la dramaturga y, tras un encuentro casual, empezó a tomar clases de teatro con la artista que falleció en noviembre del 2020.

A partir de ahí, Leo encontró su camino. “Se me abrió un portal en la cabeza. Entendí que el idioma de las emociones es diferente al idioma intelectual. Este no es un trabajo para los mediocres y las personas comunes. Y no porque las personas comunes sean malas, sino porque acá, podés subirte en un escenario si sos valiente”, expresó en una íntima entrevista con Vía País.
Después de realizar aquel drástico cambio en su vida, Prestia se vinculó con artistas de gran renombre como Alfredo Alcón, Luis Agustoni, Agustín Alezzo y Rubén Schumacher. Aunado a ello, el ariano, se interesó mucho más por la dirección.
Así fue cómo Leo debutó profesionalmente en el teatro El Tinglado, con “Muerte accidental de un anarquista” del actor y dramaturgo, Darío Fo. Ahora, debido a sus arduos esfuerzos, está dirigiendo la decimoquinta temporada de la comedia dramática “Claveles Rojos”, los viernes a las 20.30 horas, en el teatro El Ojo.

— ¿En qué momento sentiste que ya estabas listo para dejar tu huella sobe las tablas de un teatro?
R. Yo creo que la seguridad final la obtuve cuando dirigí mi primera obra y vi el resultado final. Ahí comprobé que podía hacer algo bien hecho, de calidad en función de los preceptos que había aprendido y, en función de los conceptos que yo tenía como espectador.
— ¿Te costó mucho desprogramarte de lo técnico y sumergirte a un mundo más emocional?
R. Quizás. Lo que más tuve que trabajar se focalizaba en el miedo, o el prejuicio del qué dirán. El temor al fallar, a lo que puedan prejuzgar y a hacer el ridículo. Son las primeras sensaciones que se abordan en el teatro.
— ¿Sientes que valió la pena dejar un mundo que parecía seguro, económicamente hablando, para adentrarte en uno no tan seguro?
R. Sí, totalmente. Todo lo que puede llegar a representar recursos económicos en la vida es importante, da cierta seguridad, pero vale la pena no tener tanta seguridad en lo económico, y tener un corazón florecido que pueda sentir, expresar e interpretar. Eso llena más que tener un poco de dinero en el bolsillo.

— Si tuvieras que mirar hacia atrás y aconsejar a tu yo del pasado, ¿Qué le dirías?
R. Que se anime mucho antes a pasar este umbral, que no tenga tanto temor de hacerlo y que no tenga que esperar a que las cosas se den, que vaya y busque las oportunidades.
— ¿Cuáles son los planes a futuro que tienes? Tanto a corto como a largo plazo.
R. Tengo ganas de volver a ponerme el traje de actor porque este último tiempo me enfoqué en dirigir y dejé de lado la actuación. Ahora quiero volver a estar arriba del escenario. Después, me gustaría hacer, por ejemplo, grandes obras de grandes autores como William Shakespeare.
— Si tuvieras que trabajar con alguien reconocido de la Argentina, ¿Quién sería?
R. Me gustan muchos, pero si pudiera elegir pensaría en Guillermo Francella, Gabriel Goity, Luis Brandoni, Jorge Suárez, Érica Riva y otros tantos.





















