Allá por los años 70, una foto del top ten de la ATP no difería mucho de una del line-up de Woodstock. Nunca el tenis fue tan bohemio y cool. Pelos largos, pantalones pata de elefante, collares, la ropa deportiva apretadísima y con unos diseños de altísima onda.
McEnroe se rebelaba a gritos contra los jueces y estrellaba raquetas contra el piso, como si fueran guitarras eléctricas en un concierto punk. Björn Borg podría haber sido, perfectamente, el quinto ABBA y, Ion Tiriac, el baterista de The Who. Ilie Nastase salía de fiesta con Mick Jagger y Jack Nicholson.
El único que no entraba en ese molde era Jimmy Connors, el mejor jugador de la década, que no se despojó jamás de su aura de vendedor de seguros. Todo lo contrario a nuestro Guillermo Vilas, al que no le quedó casillero por marcar: sacó discos, fue íntimo del Flaco Spinetta, enamoró a una princesa... Una época mítica que captura de forma entrañable "Vilas: serás lo que debas ser o no serás nada", documental que acaba de estrenar Netflix.
A aquella generación alucinante de jugadores perteneció también mi tío Chiqui Battistozzi, probablemente el gran mito rockero del tenis mendocino. El Chiqui jugaba por las mañanas y las tardes, pero se pasaba la siesta viendo "Easy Rider" (la gran película de motociclistas de Peter Fonda) y el rockumental de Led Zepellin.
La canción sigue siendo la misma, en unos VHS que se acabaron cortando de tanto darle. Mi tío nos compró unas raquetas Beliz de madera a mi hermano y a mí, y nos llevaba a sus clases. Hizo lo posible para contagiarnos algo de su talento para el tenis. Pobre. Con el rock and roll tuvo más suerte.