El otoño es, desde que tengo recuerdos, mi estación preferida. Las Sierras Chicas de Córdoba tienen una característica que las zonas del sur y del oeste casi no comparten: la mezcla, entre su vegetación serrana, de árboles europeos que embellecen el perenne verde de los nuestros con el incendio amarillo y naranja de sus hojas perecederas.
No he encontrado en la literatura que conservo en casa nada que hable del otoño –salvo algún poema–, así que eché mano a un libro maravilloso: The Country Diary of an Edwardian Lady, edición facsímil de la obra de Edith Holden, de 1906, ilustrado con preciosas acuarelas de la autora, que nos muestran el paso de las estaciones en el campo inglés.
Dice Holden al hablar de january –nuestro enero–: “Su nombre deviene del dios romano Janus, que se representa con dos caras que miran en direcciones opuestas, una hacia el pasado, la otra hacia el futuro del nuevo año.” Y cita a Spenser:
Vino después el viejo enero /
embozado con las malas hierbas
Y aun así, tembloroso y escarchado…
En las primeras semanas del año, escribe: “Lluvia y vendaval del sudoeste. He ido al bosquecillo a orillas del canal, y he podido ver las blancas vainas y el amarillo pálido de las hojas fuertemente enrolladas, maravillosamente protegidas del vendaval.” Los esbozos de cada página son hermosos: hojas de robles muertas y arrugadas, pájaros acuáticos bebiendo en las charcas, vivencias de sus paseos por el bosque y su encuentro con animalitos, desde serpientes a mariposas, de gusanos a ardillas, de renacuajos a ratones. Un día se maravilla al ver un roble casi muerto que verdea en la copa, pero al acercarse, nota que un alcornoque ha crecido por el hueco del viejo tronco y que apenas si puede distinguirse uno del otro.
Día a día, describe sus caminatas, anota un poema y en alguna esquina de la página, traza viñetas ingenuas que me recuerdan aquellas mías con que adornaba mi diario íntimo, mis composiciones y la página del cuaderno en que comenzaba la semana: levantada mientras en casa todos dormían, las pintaba a témpera o acuarela al finalizar mis deberes: eran pensamientos –mis preferidos–, margaritas o amapolas.
¿Pero quién fue esta dama que inició un trabajo tan grato que, cien años después, podemos sentir su alegría, su feliz concentración, su amor por la naturaleza?
En vida, Holden no fue importante. Nació en 1871, en algún lugar de Worcester, creció en la aldea de Olton (Warwickshire), y sobre sus bosques, valles y ríos, escribió durante toda su vida, completando el trabajo con pinturas. Fue maestra, ilustradora de cuentos y libros de botánica.
Más tarde se trasladó a Londres y se casó con Ernest Smith, un buen escultor, y vivieron en Chelsea. No tuvieron hijos y en 1920, sin haber cumplido los 50, Edith murió ahogada en el Támesis mientras recogía material para un nuevo libro.
Dejó una obra atractiva sobre la fauna, la flora y la tierra de Gran Bretaña. Ilustró sus viajes, que reflejaban un profundo amor por los espacios libres, uniendo la mirada del estudioso a la sensibilidad del artista.
Sus libros permanecieron ignorados por casi un siglo, pero hace poco comenzaron a editarse con tanto éxito, que han sido traducidos a varios idiomas. Y en estos días inciertos, al recorrer sus páginas, siento como si en cada una de ellas, mi niñez me sonriera en acuarela.
Sugerencias:
1) Animemos a los niños a pintar árboles otoñales.
2) Recojamos flores para que los adolescentes hagan un herbario de estación.
3) Leamos poesía.