Cuando llegamos a Cabana nos relacionamos de inmediato con varias familias del lugar. Los Buffo estaban entre ellos, y nimbados de cierta aura novelesca: él había quedado viudo hacía pocos años, además de haber perdido a su única hija, muy joven, tuberculosa.
Otro detalle interesante: tenía un sismógrafo y según se decía, había detectado el terremoto de San Juan, ocurrido poco antes de nuestra llegada.
Recuerdo que estábamos con mamá en la galería de Villa Titina cuando papá le entregó, de parte de don Guido, un libro titulado Como la flor del aire. Y como en casa todos nos interesábamos por los libros que llegaban, le preguntamos a mamá sobre él: ella, entristecida, dijo que quien lo había escrito era la hija de este señor, muerta en plena juventud y, agregó, sin haber conocido el amor.
Ese libro signó mi niñez por la historia del dolor de aquel hombre que había perdido en poco tiempo a su amada esposa y a su única hija. Fue por el reclamo de esta para que levantara un oratorio en recuerdo de su madre, que aquél terminó siendo también el de su corta vida.
Por tales circunstancias, Buffo –personaje muy estimado y del que hablaban los diarios, pues era científico, pintor y escultor– fue admirado por nosotros, los más chicos de la familia, como un hombre de gran importancia.
Fue mucho más adelante, hilvanando conversaciones de mujeres en tardes de scons y chocolate, que supe que su esposa también había brillado con luz propia.
Se llamaba Leonor Allende y fue –si no la primera, una de las primeras– periodista de Córdoba. Y además, escritora: recuerdo algunas de sus obras porque estaban en casa: Don Juan Ramón Zeballos, Flavio Solari, El Señor de Ollantaytambo, príncipe de Chimu –basada en una leyenda incaica–, y una novela de género fantástico: El misterio de Ur, posiblemente influida por el escritor Leopoldo Lugones.
El libro de su hija Eleonora seguramente seguirá reeditándose por la Dirección del ahora Museo; los escritos de Allende deberían interesar a alguna editorial que rescate las primeras escritoras cordobesas, pero la obra de don Guido Buffo debería, por su trayectoria de características renacentistas, por sus cualidades y estudios, ser revisada. Muchas cosas se han perdido, como sus dibujos de juventud, que fueron corregidos nada menos que por Henri de Tolousse-Lautrec, a quien conoció siendo muy joven, en París.
Y sería interesante reeditar un estudio de él, poco conocido: "El Menhir de la figura coronada de 'El Mollar' de Tafí del Valle"– que, desde el punto de vista arqueológico podría aportar datos muy interesantes, y desde el turístico, sería una atracción para los interesados en estas expresiones milenarias, como Stonehenge.
De sus obras de teatro, tengo una comedia lírica titulada Lazos Invisibles, ejemplar que aprecio mucho, y que perteneció a otro escritor cordobés, en cuya primera página dejó constancia: "Este libro, junto con Como la flor del aire, de Leonor Buffo Allende, me fue obsequiado en 1961 por las hermanas del autor". A juzgar por la fecha, Buffo había muerto el año anterior.
Hojeándolo días atrás, encontré una frase señalada por mí: Sylvia, uno de los personajes, replica a otro, Roberto: "El hombre que ambiciono yo, ha de ser un guía leal… y no un individuo sin carácter para el cual la obediencia sumisa sea la mejor virtud." Escrito, en los años '40, por este hombre excepcional.
Sugerencias:
1) Buscar en Internet algunas de estas valiosas obras.
2) Pedirlas en viejas bibliotecas de barrio.
3) Tener muy presente que forman parte del acervo cultural argentino.