Leyendas de amor, por Cristina Bajo

Entre las historias nacidas de la conquista, hay algunas de nativas que se enamoraron de españoles, y otras de mujeres blancas que amaron a indios.

Cristina Bajo
Cristina Bajo

Entre las leyendas argentinas nacidas de la conquista, se encuentran algunas de nativas que se enamoraron de los conquistadores, o de mujeres blancas enamoradas de un indio.

De ellas surgen historias como la de Huiray, cuñada del cacique Canamico, en las tierras catamarqueñas. Huiray se enamora de Iñigo Borja, un soldado llegado con Diego de Rojas a Capayán.

Dice la historia que fue un amor a primera vista, y el muchacho la convenció de que huyeran juntos, escapando él del ejército y ella de la tribu, ya que la joven formaba parte del harén de Canamico, que hasta entonces no había reclamado sus derechos sobre ella.

Pero antes de que pudieran escapar, Iñigo fue enviado a España, pues debía hacerse cargo de una herencia. Determinado a regresar, pidió a Huiray que lo esperara, y ella lo hizo por dos años. Al cumplir los dieciocho, el cacique exigió sus derechos conyugales, pero la joven se escondió en la montaña, desde donde vigilaba la llegada de los viajeros. Por años lo esperó, pero él no regresó jamás.

Dice la leyenda que sus cabellos crecieron mucho, encanecieron con el tiempo y se fueron enredando en las ramas de los árboles. Cuando ella murió, quedaron allí, donde hasta hoy se los puede ver –una extraña hierba– flotando en el viento.

En Córdoba, en Traslasierra, tenemos la historia de la joven hija de un hombre de Blas de Rosales, que fue raptada –o se fue– con un cacique al que su padre, luego de buscar por años con sus hombres, encuentra y mata. La joven, desesperada al ver que lo arrojan –atado a unas piedras– en la laguna del Champaquí, se precipita tras él, y desde entonces se aparece a los viajeros que se acercan al lugar. Yo he hablado con algunos de ellos.

En cuanto a la princesa diaguita Ttikarin (Flor Nueva) –cuyo sobrenombre era Kusi– se sabe que se enamora de un joven llegado con Diego de Almagro, que despertó la curiosidad de las mujeres porque tenía el pelo y la barba muy rubios y brillantes, lo que le valió el sobrenombre de Coyllur, o sea, Sol. Kusi y este muchacho, Manrique, se enamoraron pero mantuvieron en secreto su amor.

Un día, Almagro da la orden de partir y Manrique propone a Kusi que se escape con él; la muchacha duda, pero cuando se entera de que van a matarlos en una emboscada, se adelanta por la sierra para advertirles, pero uno de los espías de su padre la ve y le avisa a éste, que la va a buscar.

Cuando los españoles entran por la quebrada del arenal, Manrique cree que ella lo espera y se adelanta a buscarla. El padre de Kusi comprende que su hija se ha enamorado del enemigo y, enfurecido, la mata despeñándola por la quebrada.

Manrique quiere atacar al cacique, pero Almagro le impide vengarse recordándole que el padre tiene derecho sobre la vida de su hija. El joven, desesperado de amor, se arroja por el precipicio junto a su amada.

Ese día, después de que el capitán español lo había cruzado, una gran lluvia llegada desde los Andes inunda el arenal y arrasa con los cuerpos de los enamorados, las piedras y las plantas. Al escurrirse el agua, en el sitio donde ambos cayeran, nacieron unas flores semejantes a pequeñas azucenas. La madre de Kusi, que recorría el lugar esperando, inconsolable, encontrar su cuerpo, exclamó al verlas: “¡Tikarin!”, dando a las flores el nombre de su hija: había nacido la flor del Amancay.

Sugerencias:

1) Buscar, en libros usados, Tradiciones, leyendas y cuentos argentinos, de Juan Pablo Echagüe.

2) Sobre relatos de Traslasierra, Córdoba, leer El oro de Chaquinchuna, de Carmen Iris de León.