Ninguno de nosotros es alguien, realmente, sino a partir de un otro con el que se vincula. Somos seres sociales, y dicha sociabilidad nos determina y nos define como humanos, mejores o peores, más o menos sabios, con virtudes y con defectos. Ya el famoso poeta John Donne, brillantemente, expresó: "Ningún hombre es una isla, completo en sí mismo. Cada hombre es un pedazo de continente, una parte del todo".
No importa en cuanto estudio sociológico o antropológico caigamos procurando definir a la humanidad. Tampoco en cuanto manual de psicopatología profundicemos buscando características con las cuales identificarnos a nosotros mismos y a esos otros de los que nos rodeamos. Los grandes enigmas, muchas veces, se develan a sí mismos en cuestiones cotidianas, sumamente sencillas y quizás, incluso, graciosas.
Hace algunos días, partiendo al mediodía de mi consultorio, me topé con un grupo de consorcistas en plena reunión improvisada. ¿El gran dilema que tanto los aquejaba? Qué hacer con las palomas que armaban sus nidos en los vericuetos del edificio. Antes de salir huyendo del tumulto llegué a escuchar a un vecino proponiendo exterminar a las que denominó “ratas voladoras”.
Ni bien me alejaba del edificio, observé que la vecina de una casa lindante les arrojaba migas de pan a los plumíferos en cuestión. Y, casi llegando a la esquina, me crucé con otro vecino de mi propio edificio, a quien advertí de la ridícula reunión y que, inmediatamente y descolocado, me preguntó: “¿Qué palomas?”.
Fue entonces que, sin recurrir a un esfuerzo reflexivo, me abordó de repente la más contundente epifanía en forma de interrogante: ¿Será que en la vida tan solo existen tres clases de personas? ¿Será que sólo existen tres posiciones posibles frente al mundo y frente a los problemas que nos toca enfrentar?
Me refiero a que hay personas que quieren exterminar a las palomas (posición destructiva) y hay quienes prefieren darles de comer (posición constructiva); y están también los que ni siquiera se dan cuenta de que estas singulares aves existen (posición indiferente).
En definitiva, ya sea que se trate de auténticas palomas o de otra clase de problemática en juego, sospecho que las posiciones son siempre las mismas. Y, desde luego, que adoptemos una posición constructiva, destructiva o indiferente frente a aquello que se presenta ante nosotros, es siempre una elección personal que nos define ante el mundo.
Quizás es precisamente allí dónde reside la enorme diferencia.
Cada uno de nosotros elije qué clase de persona quiere ser, así como también con qué clase de persona vincularse. Y esto no deja de ser una elección pura y exclusivamente personal y voluntaria.
¿Y qué hay de palomas en todo este asunto? Ellas apenas nos delatan.