Si nos descuidamos, el cine se va a volver una experiencia individual. No hablo solo del declive de las grandes salas. Hay noches que en mi casa cada uno anda mirando una peli distinta, cada cual en su pantalla. Práctico y un poco triste, metáfora de tantas cosas...
Hubo un tiempo en que los cines reventaban de gente. Las míticas sesiones de trasnoche nacieron de eso, de la necesidad de las salas de dar cabida a los miles de espectadores que no entraban en las funciones de tarde y noche. Mis viejos siempre recuerdan la época de los cineclubes, aquellos colectivos cinéfilos que contaban con una cantidad bestial de socios, que proyectaban filmes de autor y también películas prohibidas con excusas políticas, estéticas o morales.
Durante la segunda mitad del siglo XX, la Argentina fue uno de los epicentros de la cinefilia a nivel global, un lugar donde las películas de Antonioni, Godard o Bergman tenían más éxito que muchos tanques de Hollywood. Una bohemia bastante particular, por lo masiva, que captura de forma deliciosa el documental “Un importante preestreno”, que se puede ver gratuitamente en la plataforma cine.ar.
Es un viaje a una época en la que al cine se iba en patota, en planes que luego continuaban en pizzerías y fondas, y después en cafés donde el debate sobre lo visto en la pantalla duraba hasta que los mozos comenzaban a dar vuelta las sillas sobre las mesas.