Vivió el boom de Rodrigo y Leo Mattioli pero cambió el boliche por las obras

Juan José Zardini fue sonidista del “Potro” y el “León”. A partir de la pandemia, dejó la bailanta para siempre.

A los 54 años, "Juanjo" abandonó el único trabajo de su vida y ahora disfruta en Villa Constitución de su tarea dentro de una contratista.
A los 54 años, "Juanjo" abandonó el único trabajo de su vida y ahora disfruta en Villa Constitución de su tarea dentro de una contratista. Foto: Redacción Vía Rosario

“Quizás me dediqué demasiado a mi trabajo”, cantó Leo Mattioli cuando ya había despegado su carrera solista. Aunque suena como una autocrítica, la letra de “Yerba lavada” se refiere más bien a la vida de Juan José Zardini (54), uno de los hombres clave detrás de los shows del ídolo de la cumbia santafesina y de Rodrigo.

El sonidista que se inició con Cacho Castaña también jugó un papel importante en el boom del cuarteto, pero la pandemia de coronavirus lo invitó a decirle adiós a 40 años de carrera. Instalado en Villa Constitución, subsistió con changas y dejó las noches frenéticas de la bailanta cuando llegó la oportunidad de volver a trabajar en los escenarios.

Desde su adolescencia hasta la declaración de la emergencia sanitaria por COVID-19, “Juanjo” no ejerció profesión u oficio fuera de industria musical. De hecho, ni siquiera se metió en estudios o en radios; lo suyo siempre fueron los espectáculos en vivo y a eso le dedicó buena parte de su vida.

“No cualquiera es papá. Muchos se hacen cargo, pero no cualquiera”, comentó Rodrigo durante un show en San Fernando del Valle de Catamarca. La misma noche legendaria en que descubrió a Walter Olmos y lo invitó al escenario de La Casona, el cordobés y su banda interpretaron una canción de cuna porque horas antes había nacido el hijo de su sonidista.

Con una sonrisa de oreja a oreja, el “Potro” usó el apodo de “Batatita”, el flamante padre, cuando cantó: “Duérmete, Batata. Duérmete mi amor”. En una entrevista con Vía País, Juan José agregó su parte de la historia detrás de aquel show de la madrugada del 25 de junio de 1999. El parto ocurrió el día anterior y él estaba en San Justo, a unos 1.100 kilómetros, pero decidió ir al baile. “Me fui en avión”, contó a modo de ejemplo sobre la vida que llevaba en esa época.

Un golpe de suerte con Cacho Castaña

Aunque Villa Constitución es su hogar desde hace casi dos décadas, Juanjo se crió en Victoria, partido de San Fernando, donde se hizo hincha de Tigre. Su primer show fue con Cacho Castaña a los 14 años. Poco antes había empezado a ir a la empresa de sonido de su cuñado y allí se interesó de inmediato por el trabajo, pero también contó con una cuota de suerte en el debut.

El creador de “Lo llaman El Matador” y otros éxitos se presentó en un club grande y llevó equipos de primer nivel. El pibe a cargo de los controles llegó con un consejo que también era una advertencia: había que lograr que la voz tuviera eco. “Es con lo que más rompe las bolas”, enfatizó el esposo de su hermana sobre las exigencias del cantautor porteño.

Para cumplir con la misión, el chico tenía una Dynacord a cinta, pero no funcionó cuando la probaron. Cuando llegó la hora del espectáculo, la estrella agarró el micrófono y escuchó a la perfección cómo se repetían de inmediato los primeros versos de “Para vivir un gran amor”. El efecto no lo generó la máquina sino el rebote del sonido en una pared grande al fondo, del lado opuesto del escenario.

“La cámara que me puso fue espectacular”, le comentó el artista complacido al dueño. Entonces pidió que le mandaran al mismo muchacho para sus próximas presentaciones. Así Juanjo inició su carrera de la mano de Cacho de Buenos Aires, a quien frecuentaba en la casa de su madre en Boedo.

Cómo ir a 2000 desde Lía Crucet hasta Rodrigo

Zardini cosechó los frutos que daba la bailanta cuando era muy joven, incluso antes de conocer a Rodrigo. “A los 18 años tenía tres autos”, recordó sobre el tiempo en que trabajó con Lía Crucet. Durante la inauguración del boliche Metrópolis en Buenos Aires, se hizo cargo de los controles en la actuación del grupo Siete Lunas. Esa noche le presentaron a José Luis Gozalo y Eduardo Bueno, el mánager y el padre del cordobés respectivamente.

El acuerdo económico con la empresa de su cuñado se cerró un lunes y desde entonces pasó más de una década de trabajo. El “Potro” se había mudado a la Capital Federal un año antes para lanzarse como solista y Juanjo lo acompañó incluso después de haberse convertido en una sensación nacional. En ese camino fue el sonidista con el que se grabó el disco “A 2000″ durante un show en S’Combro Bailable, casi un mes después del nacimiento de su hijo.

Paradójicamente, la última vez que Zardini trabajó con Rodrigo fue en Metrópolis, el mismo sitio donde lo descubrieron “Pichín” Bueno y “Pepe” Gozalo. De su labor también quedó el registro en vivo de “Muchacho de barrio”, un tema de La Mona Jiménez que grabó en cassette en Concordia y se lanzó entre los inéditos del repertorio del autor de “Qué ironía”.

Del “Potro” al “León Santafesino”

La ruptura con Rodrigo en el momento de mayor éxito no fue un paso atrás. Dicen que Dios está en todos lados pero atiende en Buenos Aires. Con esa consigna llegó el “Potro” una década antes y ese fue el mismo objetivo que llevó a Grupo Trinidad a cruzarse con el mismo sonidista.

Antes de dejar el cuarteto, Juanjo prestaba servicios de apoyo en las giras de los santafesinos y forjó una relación muy estrecha con Leo Mattioli. “Estaba todo el día con él. Cuando lo internaron, me quedaba en la casa”, comentó sobre la recuperación del cantante después del choque fatal del 15 de enero de 2000 en Reconquista. Allí murieron dos integrantes de la banda en el momento en que el cantante e intérprete ya planeaba lanzarse como solista.

Zardini acompañó al “León Santafesino” desde el inicio. Lo recordó con cariño e incluso bromeó sobre astrología para hablar de su personalidad: “Nació el 13 de agosto. Leo era de Leo, insoportable”. Si bien el vínculo se sostuvo, la agenda de viajes estalló y en el camino quedó un matrimonio que estuvo marcado de arranque por la demanda laboral.

El sonidista se casó en 2002, el día del cumpleaños de Mattioli y de su flamante esposa. El cantante lo liberó y se fue de luna de miel ese martes, pero regresó al día siguiente. “Dejé a otro a cargo y no le gustó. Tuve que volver porque el jueves tenía un baile y si no, me echaba a la mierda”, comentó risueño.

Viaje a un quilombo imposible

Aunque pasó buena parte de su vida en los boliches, Juanjo jura que nunca se drogó y no toca el alcohol. El único vicio que adoptó y conserva es el cigarrillo, aunque el trabajo también se convirtió en algo excesivo y pagó el costo.

Cuando dio el sí, Zardini viajó a Bermejo, en Chaco, donde vivía su pareja. Ni bien llegó, se compró una casa y se fue a vivir ahí. Cuando repasa la situación, admite: “Nunca pensé en el quilombo. Terminaba en Buenos Aires sin dormir y hacía 1.200 kilómetros en nueve horas con un Peugeot 206″.

El sonidista intentó cumplir con la familia y con el trabajo a la vez. Llegaba exhausto los lunes para ver a su hijo y los miércoles ya tenía que volver manejando a Capital Federal. Las giras con Leo no conocían más límites que los del territorio argentino. Así fue siete veces a Ushuaia y otras nueve a las cataratas del Iguazú.

“Me terminé separando, no estaba nunca. Era imposible, no daban los números”, concluyó Zardini antes de radicarse en Villa Constitución. Tiempo después dejó de trabajar con el autor de “Llorarás más de diez veces”. A partir de allí se conectó de nuevo con Grupo Trinidad y con Uriel Lozano. La pandemia lo encontró además entre los colaboradores de Nico Mattioli, el hijo del “León”, pero la cuarentena lo llevó a hacer un quiebre definitivo.

Le pido a Dios

Juanjo quedó “tirado” cuando se suspendieron los shows por el coronavirus. Con los boliches cerrados por tiempo indefinido, empezó a hacer changas en Villa Constitución. Pintaba casas y hacía trabajos de albañilería. La malaria se extendió hasta agosto de 2021. “Le pedí profundamente a Dios que me consiguiera algo porque yo iba a dejar el sonido”, explicó sobre aquel momento.

En medio de la crisis que generó la pandemia, Zardini recibió una invitación para ir a un seminario de vida en la Parroquia Nuestra Señora de Fátima. En ese lugar conoció al exfutbolista Marcelo Reggiardo, que también vivió tiempos difíciles en contraste con el éxito que tuvo como jugador profesional y figura de Independiente.

A Juan José lo contrataron en EGEA para un proyecto en Acindar y decidió seguir en el rubro en vez de volver a la bailanta.
A Juan José lo contrataron en EGEA para un proyecto en Acindar y decidió seguir en el rubro en vez de volver a la bailanta. Foto: Redacción Vía Rosario

La comunicación con los artistas que solían convocarlo estaba rota. “Ni me llamaron para ver si estaba vivo”, resumió el sonidista. Al mismo tiempo, subrayó: “Yo no conocía los sábados y domingos”. Entonces, otro Rodrigo le dio una nueva oportunidad. Se trata de su jefe actual en EGEA, la empresa a la que llegó a través de un amigo y donde disfruta de su segundo trabajo a los 54 años.

Desde que entró a la firma contratista, Juanjo no miró hacia atrás. El mismo día que empezó, un integrante de Los Lirios lo llamó para retomar los shows en vivo y lo rechazó. Ahora prefiere levantarse a las 4.30 de la mañana, una hora pico en otra época de su vida. Los fines de semana, aprovecha cada chance de ver en la cancha a Atlético Empalme, el club en el que juega su hijo. “¿Qué tiene que ver la amoladora con el sonido?”, se preguntó en una pausa, aunque ni se tomó el trabajo de contestar.