Algo que por fortuna ha dejado de discutirse hace ya mucho tiempo es la dicotomía ente mente y cuerpo. Es ampliamente consensuado entre medicina y psicología que se trata de dos aspectos del ser que se influyen mutuamente y, por lo tanto, son inseparables. De hecho, otro aspecto del ser irrefutable es el social, por lo cual es indudable que somos seres bio-psico-sociales. Es decir, seres con un cuerpo, con una mente y con la necesidad de vincularnos.
Enfocándonos ahora en el aspecto mente-cuerpo, podemos apreciar un antiguo concepto que sirve a modo de demostración y que la mayoría de las personas conocen. Se trata del efecto placebo. ¿De qué trata? Básicamente parte de la observación de cómo y cuánto la mente influye sobre el plano biológico.
Puede que una píldora recetada por un médico no contenga medicación alguna, pero si la persona confía en sus poderes curativos puede llegar a obtener beneficios de dicha creencia. ¿Se trata de un acto mágico? De ninguna manera. Como antes dijimos, mente y cuerpo están conectados. Por lo cual, el estado de bienestar basado en la creencia de una curación afecta directamente al sistema inmunológico y lo pone en marcha.
Es decir, el efecto placebo no solo puede mejorar un malestar psicológico (somatización), sino incluso influenciar la curación de una dolencia de base orgánica.
Ahora bien, ¿de ser esto posible entonces también podría obtenerse un efecto contrario? Exactamente. Y es aquí cuando entra en juego un concepto mucho menos conocido: efecto nocebo, que fundamentalmente implica que incluso una medicación poderosa puede disminuir en sus efectos sobre el organismo si el estado emocional (mental) del paciente no es el más propicio.
Y evidentemente no hay nada menos propicio a la hora de emprender un tratamiento que atravesar estados emocionales como el estrés. Por eso, los profesionales de la salud saben que es un requisito indispensable en el momento de iniciar un tratamiento médico que el paciente presente un estado emocional colaborativo, de tranquilidad, de expectativa positiva. Sí: el estrés también atenta y con gravedad sobre el sistema inmunológico.
Llegado a este punto, es claro advertir que un buen estado de ánimo influye positivamente en todo tratamiento así como un estado de ánimo depresivo o estresante lo perjudica. De esto se desprende la deducción obvia de que, cuando de salud se trata, es fundamental evitar en el paciente aquellos estados nocivos.
¿Alguno en particular? Desde luego. No existe mayor fuente de estrés o depresión que el miedo. Por ello, cuando se trata de cuidar la salud de un individuo o de una población, todo mensaje debe estar basado en generar tranquilidad. Quienes, por el contrario, deliberadamente o no, contribuyen inoculando miedo, solo están atentando gravemente contra la salud.
Y es justamente en estos tiempos pandémicos cuando lo recién expresado cobra relevancia. Las campañas sanitarias y mediáticas orientadas a la salud que valgan, no serán las que generen miedo a la población, sino aquellas que trabajen sobre la toma de conciencia.
*Psicólogo y autor del libro “Los laberintos de la mente” (Editorial Vergara).