De la pasividad a la acción

Cuando algo nos mortifica debemos dejarlo ir. Esta decisión requiere responsabilidad, pero también valentía.

De la pasividad a la acción
De la pasividad a la acción

Todo proceso psicoterapéutico requiere de tiempo, de avances paulatinos. No se trata de arrancar a un prisionero (paciente) de su celda de padecimiento, a la que en cierto modo quizá se encuentre acostumbrado, puesto que de inmediato se sentirá aturdido y buscará la manera inconsciente de regresar a ella.

Todo conocimiento requiere de un avance gradual. Y el primer paso es cuestionar aquello que damos por seguro y permitirnos dudar. Luego, hacernos cargo de que somos responsables de nuestros propios grilletes. Esto, sin duda, no será sencillo y posiblemente resulte doloroso. Pero si sólo persistimos en quejarnos y en culpar a otros por las cadenas, continuaremos inmóviles.

Desde luego que nuestra historia individual nos condiciona, pero no es conveniente que nos escudemos en ella a modo de excusa. Como decía Jean Paul Sartre: "Somos lo que hacemos con lo que hicieron de nosotros". Y abandonar una prisión es una decisión que requiere responsabilidad, pero también valentía. Claramente me estoy refiriendo a la importancia de hacernos cargo.

Si algo del pasado nos mortifica tanto, es bueno intentar resolverlo, si en verdad aún podemos hacer algo al respecto. Aunque es cierto que pocas veces podremos. Generalmente, resolverlo significará aceptarlo y dejarlo ir. Pero es importante que no nos detengamos a vivir en él, puesto que la dirección saludable de la vida es hacia el futuro. Y para avanzar será preciso hacernos responsables, dejar de culpar a los demás. Si sólo vemos las faltas en los otros y pretendemos cambiarlos, estaremos desperdiciando nuestro tiempo y oportunidades.

El término “autoayuda”, a veces menospreciado, contiene un valioso significado. ¿Cuál? Que cada cual debe ayudarse a sí mismo. Y tal cosa no es factible desde una posición de pasividad frente a la vida. “Ayudar” es un verbo que implica acción.

Supongamos que caemos en una profunda piscina, sin saber nadar. Lo más saludable sería que gritáramos pidiendo ayuda. Pero cuando alguien se lance a la piscina para salvarnos, tendremos que colaborar para ser rescatados: debemos ayudarnos para que nos ayuden.

Imaginemos ahora que cuando caemos en la piscina estamos solos y no hay nadie para auxiliarnos. En ese caso, ¿aceptaremos hundirnos con resignación? Claro que no. Aunque no sepamos nadar, agitaremos brazos y piernas para mantenernos a flote. Y tal vez, incluso, sea en ese preciso instante cuando aprendamos, por nosotros, a nadar.

Pues de eso se trata: de permanecer en movimiento o de hundirse. Ayudarnos a nosotros mismos requiere de acciones, abandonar la inservible queja y desplazarse en alguna dirección y de algún modo. En resumidas cuentas, bien lo dijo Albert Einstein: "La vida es como andar en bicicleta, para conservar el equilibrio debes mantenerte en movimiento".