Un médico rural recorre kilómetros de terreno implacable en mula, soportando frío, lluvia, viento y agotamiento, para visitar a varias docenas de familias dispersas por la montaña más alta del norte de la Argentina: el Cerro Chañi.
El doctor Jorge Fusaro ha organizado giras médicas tres veces al año, durante los últimos cuatro años, al Cerro Chañi, en la provincia de Jujuy. El Chañi —cuya base dista aproximadamente a 48 km de la capital San Salvador de Jujuy— es considerada una montaña sagrada por el pueblo indígena Kolla que vive allí. Tiene temperaturas extremas, picos nevados todo el año y es hogar de animales con mucho simbolismo, como el puma y el cóndor.
Fusaro no es el único médico que muchas personas ven, pero a veces es el único forastero. Los médicos podrían ser los únicos representantes del Estado que llegan a esta región montañosa. No hay escuelas, policía ni servicios postales.
MUCHO MÁS QUE UN SERVICIO MÉDICO
Fusaro no sólo atiende a los residentes y deja medicina suficiente para sus botiquines, sino que también les ayuda con trámites burocráticos, hace las veces de cartero —llevando documentos importantes a familiares en la ciudad— y organiza sesiones de capacitación, entre otras tareas.
“Sentir que con nuestro trabajo médico les damos más vida a estos pueblos, a mí me llena el corazón. Si no vamos nosotros, no va nadie”, reflexiona el médico de 38 años. Le preocupa que los recortes gubernamentales hagan imposibles las giras futuras. Ya ha tenido que cancelar un viaje por falta de fondos.
Para algunas personas, su llegada representa la primera vez que ven a un médico. Les sorprende que siga regresando.
COMPARTIR, PARA COMPRENDER Y AYUDAR
Ya es casi mediodía, y el sol brilla intensamente a casi 3.600 metros (11.800 pies) sobre el nivel del mar en Ovejería, un asentamiento donde sólo quedan doña Virginia Cari, de 67 años; su esposo Eustaquio Balderrama y su hijo Panchito. Dentro de una cocina de adobe con techo de paja, Fusaro corta cebollas y pela papas para ayudar a Virginia a preparar el almuerzo. Le pregunta sobre sus tareas diarias, sus animales, la salud de su esposo, el clima, sus hijos que viven lejos y sus plantas medicinales.
“Mi idea de compartir es fundamental. Aprovechar ese poquito tiempo que estamos en las comunidades e intentar vivir lo que ellos viven; y si tenemos que cortar leña o caminar horas para buscar agua, lo hacemos”, dijo.
“Así entendemos su esfuerzo y sus preocupaciones, sus dolores de rodilla o cintura; y si la gente no tiene cama y hay que dormir en un cuero de oveja, lo hacemos; y si en la noche sólo tienen sopa, tomamos sopa. Entonces podemos pensar en soluciones médicas dentro de sus posibilidades y desde su cotidianidad”, agrega.
Doña Virginia dice que para ella y su familia es importante ver a este médico rural unas cuantas veces al año.
“Yo me pongo muy contenta cuando veo al doctor llegar en su mula. Él trae las medicinas que tomamos por meses acá”, dijo. “El trabajo con los animales es duro, ya somos viejos y nos duele el cuerpo”, confiesa. (AP)
(*) Esta historia fue traducida del inglés por un editor de la AP con la ayuda de una herramienta de inteligencia artificial generativa.