José María Muscari habla de privilegios. Cuenta que está a punto de estrenar una obra, “Irreverentes”, después de diez meses y tras haberse tomado casi un año “sabático”. “Sabático”, dice, pero no... Muscari no estuvo descansando, Muscari estuvo todo este tiempo dedicándose a una nueva vida: a la vida de su hijo Lucio.
Vía País habló con el director de “Sex” y “Perdida mente” sobre este año y la montaña rusa de emociones que atravesó en el proceso de adopción de un adolescente.
Explica por qué los trámites suelen ser diferentes dependiendo los casos, qué le pasa con lo que inspira en otros potenciales adoptantes, cómo es la relación con su hijo y cuál es la mirada sobre sí mismo a partir de la paternidad.
Muscari habla de privilegios: tiene un hijo “noble, sensible, desconfiado, amoroso y respetuoso”. Privilegios: un hijo que lo eligió.
¿Siempre tuviste el deseo de ser padre? ¿Contemplabas adoptar?
- Siempre tuve el deseo de ser padre y siempre contemplé la posibilidad de adoptar. De hecho, hace más de 20 años me había acercado al Registro Único de Aspirantes a Guarda con Fines Adoptivos (Ruaga) para averiguar un poco cómo eran los trámites. Pero la verdad es que durante toda mi vida acuñé, como creo que le pasa a gran parte de la gente que quiere adoptar, una fantasía un poco ignorante alrededor del asunto, que era la posibilidad de adoptar un bebé o una beba. Nunca había cotejado la opción de un niño o una niña más grande.
Pero la adopción en mi familia circula como tema desde siempre, tengo primos que son adoptados, nunca fue tabú. Y personalmente nunca tuve el deseo de la “ley de la sangre” o el mandato de que un hijo o una hija mía tendría que tener mis genes. No. La verdad es que creo mucho más en la ley del amor que en la ley de la sangre. Siempre tuve en cuenta la adopción, sobre todo desde que me asumí como gay, que fue muy joven.
¿Qué te llevó a tomar la decisión de adoptar?
- No hubo algo puntual, algo que me empujara. Cuando escuché un capítulo de La Cruda sobre la historia de Paula Resnik y la adopción de su hija adolescente, me pareció que estaba buenísimo, pero no me lo imaginé para mí.
A mí personalmente me pasó algo con Lucio, con mi hijo, que fue que cuando vi su video viral, donde él contaba su historia de vida, donde pedía una familia, tuve una convicción que me bajó en ese momento. Dije: “Lo tengo que adoptar, tiene que ser mi hijo”. Me bajó como, no sé, un delirio místico que me agarró, la seguridad de “sí, va a ser mi hijo”. No solamente quiero que sea mi hijo, sino que también estaba como convencido de que iba a suceder.
¿Y qué pasó con ese deseo y convencimiento en la práctica?
- Bueno, se ve que todos esos deseos se alinearon porque finalmente pasó y no era nada fácil que suceda por un montón de ambivalencias. En principio, Lucio vivía en Corrientes y su deseo era ser adoptado por una familia de ahí. Al ser una convocatoria pública, que tuvo este nivel de relevancia por su video, se anotaron 140 familias.
Yo tenía bastante prejuicio alrededor de ser un hombre solo, gay, famoso... un montón de cosas que pensé que no iban a sumar. Bueno, todo eso parece ser que no importó porque acá estamos: padre e hijo a casi un año de la adopción. En noviembre se cumple un año.
Le preguntaron a Lizy Tagliani si es “muy tedioso” adoptar en Argentina, ella respondió que esas vueltas son “necesarias”. ¿Cómo fue para vos?
- No puedo hablar de vueltas ni de algo tedioso, porque particularmente como mi hijo estaba en una convocatoria pública y, además, era un adolescente, creo que los tiempos se aceleraron. Básicamente porque Lucio vivía en Corrientes y yo, en Buenos Aires. Entonces supongo que la jueza, con sentido común, habrá pensado que una persona de Buenos Aires no podía dejar todo para hacer un régimen de visitas durante meses.
Aparte, la convocatoria pública de Lucio cerró a mediados de noviembre. Entonces, creo que hay algo humano me parece, que la jueza buscó que pasara las Fiestas con una familia y no nuevamente en un hogar.
Pero en lo general, pienso igual que Lizy: no son vueltas, es lo lógico para que la Justicia decida darte la responsabilidad enorme de hacerte cargo de la vida de un menor al que anteriormente le fallaron otros adultos o no pudieron. Es muchísima la responsabilidad.
No solo lo considero necesario, sino que me parece orgánico. Si vos querés adoptar un hijo pero no sos capaz de llenar determinados papeles, no podés someterte a entrevistas psicológicas, no podés demostrar cómo vivís, dónde vivís, cuál va a ser el ecosistema que le vas a ofrecer al niño, cuál va a ser su red de contención y no podés establecer pensamientos en relación a esa acción que vas a hacer, es muy difícil que te puedas hacer cargo de una vida. Lo que pide el sistema es totalmente lógico en relación a la importancia que tiene: a partir de ese momento, sos el responsable de una criatura.
Aunque no hayas notado dificultades por el caso de Lucio en particular, ¿en qué considerás que puede ser distinto hoy el proceso de adopción?
- Hace 20 años fui a averiguar en el Ruaga, cuando tanto el Ruaga como la Argentina eran otras. Hace 20 años no existía ni la Ley de Igualdad de Género, ni el Matrimonio Igualitario, ni un montón de cosas que, por suerte, avanzaron un montón. Y esa perspectiva colaboró muchísimo también para las adopciones.
Si bien no es tu objetivo, desde tu lugar público podés inspirar a otras familias a tomar la decisión de adoptar. ¿Qué te pasa con eso?
- La verdad que la inspiración en relación a la adopción de niños más grandes para mí es súper movilizante, es hermoso y no es algo que yo busqué: Lucio iba a ser noticia porque lo fue antes de que apareciera yo.
Soy consciente lo que es para el otro, porque lo recibo a diario en la calle, en las redes sociales... En el momento en que lo adopté fue impresionante la explosión de interés que hubo alrededor del tema. A cada persona que me escribía yo lo derivaba al Ruaga, a Adopten Niñes Grandes o a Militamos Adopción, que son las instituciones que me parecen bien sólidas en relación a cómo manejan estos temas. Pero la verdad es que lo tomo siempre con mucha alegría.
Más allá de que hayas sido vos quien lo adoptó, ¿por qué el caso de Lucio tomó tanta notoriedad?
- Mi hijo es el primer niño de la historia de la adopción de la Argentina al que una jueza, Carolina Macarrein, le permite hacer un video en primera persona. Totalmente fuera del protocolo. Lucio contó su historia, su necesidad y su deseo de formar parte de una familia, también algunas cosas de su derrotero personal.
Esto es algo que se sale de toda norma y fue muy criticado, incluso por el sistema de adopción. Pero lo cierto es que mi hijo estuvo en una convocatoria pública durante varios meses antes de que ese video se publicara y no aparecía ninguna familia que hiciera match con él. A partir del video fuimos 140 familias las que nos interesamos. O sea, pudo mostrar algo que el sistema legal hasta ese momento no había podido.
Creo que de por sí el caso de Lucio era inspirador. Es muy fuerte que un niño de 14 o 15 años en una convocatoria pública tenga 140 familias inscriptas. Eso habla de que evidentemente hay un montón de personas con el deseo de adoptar y que quizás necesitan que se mueva algo de la chispa, de las emociones, del conocimiento, de perder el prejuicio, que creo que lo tenemos todos.
¿Y qué hubo de Lucio que barrió en vos esos prejuicios?
- Cuando vi el video dije “no, pará, este pibe piensa bárbaro”. Tenía un montón de objetivos de vida, sentimientos, era clarísimo en lo que contaba. ¿Qué me importa que lo anteceden 14 años de historia? A mí, cuando lo adopté, me antecedían 46 años de historia y no cambia nada. Digo él también se tuvo que bancar un padre con 46 años ya vividos. Pero entonces teníamos y tenemos toda la vida para compartir, de acá en adelante.
¿Cómo recordás la conexión con Lucio?
- Para mí fue inmediata. Como yo era de Buenos Aires tuve varias visitas cortas y una larga. Un día lo pasé a buscar a las 12:00 hs del mediodía y lo devolví al hogar a las 22:00 hs y ese día hicimos de todo: fuimos a la Costanera, al cine, jugamos al bowling, fuimos al shopping, almorzamos fideos... y obviamente nos pusimos al día. Le conté muchísimo de mi vida y él me contó de la suya. Dejamos que el día vaya aconteciendo.
Pero la chispa, la conexión, estuvo siempre. Por supuesto que eso después se fue profundizando y se fue construyendo un vínculo que es el que perdura hasta el día de hoy y que va a seguir construyéndose. Tiene que ver con la confianza, con elegirnos como padre e hijo. Todos los días nos elegimos y todos los días trabajamos para que ese vínculo nos haga bien a los dos.
Más allá de las ganas de formar una familia, no dejan de ser dos extraños que comienza a convivir. ¿Cómo fue ese inicio para Lucio y vos?
- Sí, obviamente, la adopción es un fenómeno extraño, sobre todo cuando adoptás un hijo que es más grande, porque creo que con un bebé no pasa. Para Lucio fue cambiar todo: de provincia, de escuela, de compañeros, amigos... fueron un montón de cambios.
Personalmente yo por mi trabajo me pude dar el lujo de tomarme unos primeros meses bastante sabáticos para dedicarme 100% al vínculo con Lucio. Ahora, recién después de 10 meses, estoy estrenando por primera vez un nuevo espectáculo, porque a lo largo de estos 10 meses solo me dediqué a estar con él, darle prioridad, inscribirlo en fútbol, acompañarlo a la escuela en toda su primera etapa, a estar cuando volviera para almorzar, cenar a la noche, tener un plan por semana... apuntar a la máxima conexión que se pueda tener con un hijo adolescente que, por supuesto, tampoco el mejor plan es estar con un viejo de 47 años, porque para los pendejos somos viejos nosotros.
¿Y cómo te llevás con la etapa adolescente, que no es nada sencilla?
- Me aproveché un montón del concepto “bueno, no estuvimos juntos estos 15 años, tenemos que ganar tiempo perdido” y eso hizo que tengamos una relación muchísimo más fluida y cercana que la que suelen tener otros padres con sus hijos adolescentes. Me canso de escuchar a madres y a padres sorprendidos del vínculo que tengo con Lucio: “¿Cómo que come con vos? ¿cómo que van al cine juntos? ¿cómo que te cuenta lo que le pasa?”.
Pero nuestra relación no es comparable porque nosotros los primeros 15 años no estuvimos juntos. Entonces tenemos una conexión mucho más cercana, que está buenísimo. Si bien él sigue siendo un adolescente y tiene sus conductas adolescentes, su autonomía, su momento de irse solo, hacer sus cosas, cerrar la puerta, jugar a la play, escuchar a Duki, todo eso está integrado con un vínculo fluido.
Yo a diario sí o sí busco un momento de conexión: si no conectamos en el almuerzo, busco en la cena, o veamos una película, o llevarle un sandwichito y generar una charla. Trato de que todos los días haya una conexión entre Lucio y yo, a veces más profunda, a veces más superficial. Cuando ya logramos tener ese momento, me relajo y podemos andar un poco más independientes.
¿Cómo viviste el cambio de prioridades? ¿Cómo te sentís con vos hoy?
- El tema de las prioridades es algo medio obvio, parece un lugar común, pero realmente me sucedió. Hasta la aparición de Lucio en mi vida creo que lo más importante era yo y ahora para mí lo más importante es él. Voy al ejemplo más concreto: me preocupa bastante poco qué voy a comer, solo me preocupa qué va a comer Lucio y que sea diferente a lo del día anterior. Es muy cotidiano el ejemplo, pero eso se traslada a todas las áreas.
La presencia de Lucio organizó un montón de cosas, yo antes quizás me hacía demasiado rollo mental por pavadas. Cosas laborales, cosas con amigos, relaciones de pareja y hoy me doy cuenta que todo esto sigue siendo importante, pero no tan importante como el bienestar de Lucio. Y eso para mí organiza un montón las prioridades.