“La radio que nosotros conocimos cuando éramos chicos no existe más. Hay otras radios, es otra cosa. Y a nadie le ha producido demasiado cataclismo esa clase de modificaciones”, son conceptos del cantor, pianista, escritor, poeta, actor y hombre de radio, Alejandro Dolina. Con mucha serenidad fue desgranando los temas actuales, hasta confesar que “la peligrosidad del amor es que tiene como contracara el desamor”. Esta es la conversación en la emisora tucumana.
--¿Cómo ves el futuro de la radio en Argentina de cara al avance también vertiginoso de los medios alternativos?
– Es que los medios alternativos son también la radio.
– ¿No te guía una poética del aire de radio?
– No, no. Yo creo que la radio básicamente es el lenguaje, es la comunicación por medio de la palabra. De manera que las florituras técnicas que vengan a adornar esa realidad no la cambian, no la modifican. El hecho de que se modifiquen un poco los protocolos, para eso tengo más de noticias, ya se han modificado. La radio que nosotros conocimos cuando éramos chicos no existe más. Hay otras radios, es otra cosa. Y a nadie le ha producido demasiado cataclismo esa clase de modificaciones.
– Se aggiorna ¿no? O sea, ¿podemos decir que el streaming es radio?
-Sí, se hace cargo de las modas. Primero, casi hasta se podría historiar brevemente, primero se desacartona, cambian también las maneras de solventar los programas. Los programas se pagan de otra manera. Antes aparecía una firma anunciadora que financiaba un programa de media hora, de una hora de duración no más, y que era temático. A veces era un radioteatro, a veces era una presentación musical, a veces era un programa humorístico. Eso cambió porque cambió la financiación. Cuando desaparecieron las firmas anunciadoras y empezó la tanda, la tanda general, también todos los programas de radio dejaron de ser temáticos y se convirtieron todos en editoriales. Y esto fue un cambio espectacular, un cambio cataclísmico, y nadie se dio cuenta y nadie se tiró por la ventana.
--¿Tus comienzos fueron en la publicidad?
– Mis comienzos fueron en la publicidad, sí, sí, sí, pero yo no tenía absolutamente ninguna vocación publicitaria, y mucho menos un talento publicitario. Yo era muy mal empleado, y para lo único que me sirvió la publicidad fue para conocer gente que hacía otra cosa.
– ¿Hoy por hoy se puede vivir de la radio?
– En general no parece, ¿no?
– ¿O se vive para?
– Se vive mal de la radio, cuando uno es una persona joven que recién comienza, difícilmente pueda alcanzar a que, por hacer un programa, incluso diario, le paguen un sueldo digno. Es muy difícil eso. Sí, bueno, sí, hoy… La mayoría de las personas que yo conozco que hacen radio, lo hacen vocacionalmente.
– Bien, y entonces, ¿la radio en tu vida, en este momento, es un placer?
– En este y en todos los momentos siempre ha sido un placer, y tuve la suerte de no tener que hacerla nunca, vocacionalmente, o, mejor dicho, de hacerla siempre, vocacionalmente. Pero sin que se enteraran los dueños de la radio que creían que yo era un profesional y entonces me pagaban, si hubieran sabido que yo lo hubiera hecho gratis, se hubieran ahorrado algún dinero
– Macedonio Fernández dice que hay placeres y dolores de juguetería y de ferretería. En tu caso, ¿cuáles serían?
– Claro, lo que dice Macedonio es que unos corresponden a otros, es decir, si los placeres que tiene uno, o, mejor dicho, si los dolores que tiene uno son de Juguetería, es decir, son livianitos, también serán livianitos los placeres, ¿no? Y, por el contrario, el precio de un placer de ferrería, un placer fuerte, es un dolor fuerte también, ¿no? Más bien ese es el sentido de la comparación de Macedonio, pero mis placeres, no sé si llamarlos placeres, pero las cosas que me hacen peligrosamente dichoso son justamente el amor y el arte, el disfrute del arte en todas sus formas.
– ¿Y dónde radica la peligrosidad?
– Y la peligrosidad del amor es que tiene como contracara el desamor. La peligrosidad del arte todavía no la he discernido, pero el arte opera más bien como consuelo de lo que es la naturaleza humana, que evidentemente es trágica, ¿no? El tema del arte es la naturaleza humana.
– Se puede hacer poesía sin conflicto?
– Se puede hacer poesía sin conflicto verdadero, pero no sin pensar en un conflicto; no sin que el conflicto aparezca en la poesía. Es decir, no hay poesía si no hay conflicto, porque la poesía proviene de la tragedia de vivir, de la naturaleza humana que, como acabo de decir, es trágica. Esa es la poesía. La poesía es eso, hablar de lo que le pasa al ser humano. Y si no hay conflicto, evidentemente, la poesía que sale…
--Bueno, sabemos que la poesía “per se” no existe como una entidad, sino que la poesía la hace el poeta, ¿no? Es el poeta el que hace la poesía y la desentraña de lugares que en apariencia no la poseen. Y en ese aspecto ¿vos te consideras un poeta?
--Yo me considero un poeta, sí, sí, claro. Lo que no quiere decir que escriba muchas poesías. Escribo poesías, pero no muchas. No he publicado un libro de poesías, nunca. En algunos de los libros hay, me escondo por cobardía, hay poesías que son atribuidas a otras personas y que en realidad las he escrito yo.
– Y bueno, la poesía la podemos ver en tus canciones.
– Sí, pero de un modo, evidentemente la canción es un género más sencillo, más popular. No son poesías tan complejas. Siempre es así en la canción. No es que a mí me suceda, digo, las canciones deben ser un poco más sencillas.
– ¿Y la poesía siempre tiene que ser en verso o hay otras formas de la poesía?
– No, puede ser de cualquier manera y la poesía que se escribe ahora es una poesía que está experimentando en todo momento, que incluso inventa palabras, que se burla de la rima y del ritmo y a veces con mucha gracia, a veces sin ella, ¿no?
– Como una contra poesía
– Sí, pero a veces tiene resultados muy buenos.
– Como todo en la experimentación
– Sí, claro. Yo creo que hay que buscar lo que uno quiere decir, a ver dónde lo encuentra. No me parece que uno tenga que esclavizarse diciendo: “bueno, yo soy un poeta de verso libre y de ritmo libre y entonces escribo palabras tal como me van saliendo”, o, peor, “soy un poeta automático y trabajo así según me surgen las palabras”. Así que bueno, eso no sé si es una buena receta. Yo creo que lo que hay que buscar es la idea poética y desarrollarla de acuerdo a cómo esa idea pide, no esclavizarse uno de la forma, ¿no? “yo, si no es en octosílabo, no le escribo” ...
– Si no es en soneto…
– Bueno, lo que no quiere decir que uno no puede escribir un soneto. Escribir un soneto y escribirlo bien, lo que pasa es como la idea que fluya hacia la poesía y no al revés.
--Alejandro, el espectador, el consumidor de arte tiene poca memoria a corto plazo, es necesario mantenerse en vigencia para no ser olvidado?
– No, no necesariamente, pero por ahí los plazos de ausencia no son tan cortos y en este caso está la distancia, la distancia que nos hace aparecer más ausente, no cabe duda que hay una… el tamaño de la ausencia parece estar relacionado con la distancia.
– ¿Y con el olvido?
– No, no siempre es verdadero eso, porque uno está igualmente ausente en casa de personas que viven a tres cuadras que, en casa de tucumanos, pero la distancia nos hace crecer la ilusión de que estamos más ausentes en Tucumán que a la vuelta. Para no hablar de lo ausente que estamos, por ejemplo, en Bélgica
– O de cualquier otro lado que no sea el metro cuadrado que ocupamos.
– Es curioso, es como un concepto absoluto, como la ausencia... Quiero decir, ¿se está ausente o no se lo está?, pueda adquirir proporciones relativas, con un elemento como la distancia. Estoy mucho más ausente en Bélgica que en Villa Ortúzar.
– O que en la habitación de al lado
– Tiene algún sentido, porque la manera de abolir esa ausencia es dirigirse allí donde está el otro. Y ahí sí que la distancia empieza a tener sentido.
- Claro, alarga la ausencia… Alejandro, una pregunta. ¿La vejez y la sabiduría? ¿Se es sabio por viejo o a pesar de ello?
– Al contrario, yo creo que se es cada vez más estúpido.
– ¿Hay una tendencia a la estupidez directamente relacionada con la edad?
– Eso es lo que se cree. Yo digo que es lo que se lleva, no lo que pienso yo. Yo creo que se puede ser estúpido a cualquier edad, casi con perfección. Pero me parece que hay unos usos de cierta discriminación por edad que nos hacen pensar muy cómodamente que conforme las personas envejecen se ponen un poco menos diestras en todo. Parece hasta razonable, pero no siempre lo es.
– Hay una frase que dice que la gente no cambia, sino que se acentúa.
– Sí, lo cual puede ser bueno o malo, porque la acentuación de un imbécil no es lo mejor que la acentuación de un sabio.
– Quizá una persona que creíamos medianamente inteligente en sus 20, en sus 70, pudo haber potenciado algo que antes no veíamos tan claro.
– Sí, vos lo has dicho de un modo perfecto, no tengo por qué glosarlo. Es exactamente así, yo lo he visto y lo veo cada día. Hay personas que en su juventud han levantado tierra con sus suspiros. Resulta ser que ahora han sido coaptados por una risa tonta, por la televisión, por hábitos que no requieren tonicidad.
– Por una renuncia al esfuerzo del pensamiento.
– Sí, por una renuncia cósmica. La cual, evidentemente, el descrédito general contribuye. Porque cuando hay una discriminación tal, conforme la cual los amores de un señor de 70 años son de por sí repugnantes, uno, evidentemente, este señor de 70 años sentirá la tentación de no enamorarse, calculo yo. O tendrá mucho cuidado, o se sentirá avergonzado. Pero bueno, todas esas cosas que acabo de mencionar existen.
–De la idea del mérito de la juventud, parecería.
– Parece que hubiera una idea del mérito de la juventud, sí. Lo cual, hasta cierto punto es verdadero, pero no trabajado por uno. Claro. No son exactamente méritos, sino dones. La juventud tiene sus dones. La belleza, la tonicidad, la velocidad, eventualmente la audacia y el valor. Pero no son cosas trabajadas, son dones que la naturaleza nos da. Yo corría más ligero a los 25 años que ahora. También tendría más necesidad de hacerlo. No creo que tanto, tampoco.
– Se tiene más necesidad de correr a los 20.
– No sé si lo mío es correr, tampoco. Y algunas cosas las hago mejor ahora. No sé si muchas o pocas, pero algunas sí.
-¿A favor de esta idea de la acentuación con la edad?
– Sí, o a favor también de la idea equivocada que uno tiene de uno mismo. Uno cree que está mejorando continuamente. La verdad es la opuesta.
– El espejo viene a desmentirnos todas las mañanas (risas). Alejandro, además de tu programa habitual hacen presentaciones en teatros. ¿El formato en sala es similar al del programa?
– Nunca es exactamente similar al del programa en los teatros grandes. Porque ya el mismo ámbito resignifica los contenidos, evidentemente. Y a veces hay cosas que nosotros hacemos en los programas de todos los días y no cuando hay un marco de esta naturaleza. Pongo un ejemplo cualquiera. Los mensajes de los oyentes. Puede ser que se detenga en un mensaje de algún oyente en un programa muy trivial. Pero cuando el programa es muy teatral, ya el mensaje del oyente tiene una importancia mucho menor y hay una importancia mayor de la teatralidad, de las partes actuadas, diría yo, de los movimientos y de la música.