Inflación y consumo: la odisea de llegar a fin de mes en Mendoza

El alivio de cobrar el sueldo dura cada vez menos. Con una inflación que en marzo fue del 6,6% en Mendoza, las compras y los gastos se miden minuciosamente.

Con la inflación es una odisea llegar a fin de mes. foto Javier Ferreyra
Con la inflación es una odisea llegar a fin de mes. foto Javier Ferreyra

Cada principio de mes, cuando llega el sueldo, el resumen de la caja de ahorro vuelve a recuperarse del saldo de ¡8 pesos! que quedaron los últimos días del mes anterior. Pero esa alegría que se te dibuja en el rostro no es más que una ilusión que no pasa del día 10. No hace falta ser economista para darse cuenta de que la inflación está descontrolada: en Mendoza fue de 6,6% en marzo.

Los débitos automático para pagar los servicios están a la orden del día y las tarjetas de crédito están explotadas. Hace rato que se usa el crédito para sobrevivir en el día a día.

Al “grueso” sueldo hay que restarle también la comida, que cada vez cargás menos en el carrito del súper y en la que cada vez gastás más plata.

Ni qué hablar de los artículos de limpieza. El desodorante aromatizado para el piso, el limpiavidrio, el desengrasante para la cocina, el líquido para dejar impecable el baño... Todo queda reducido a la eterna amiga de toda ama de casa: la lavandina. Lo único irremplazable es el detergente que, lejos de ser el hipoalergénico con un perfume a lavanda que mientras lavás los platos es un bálsamo para las manos trabajadoras, es el más barato de la góndola.

Las compras se han transformado en una cátedra de matemática, en la que para estar seguros de que las ofertas son ofertas, antes de comprar el combo de jugo con la jarra que se ve práctica, dividís el precio por la cantidad de sobrecitos y lo comparás con el valor de cada sobre (porque el precio de referencia está por kilo y el otro está por unidad), y ahí te das cuenta de que el “regalo” no es tal porque terminás pagando la famosa jarrita de plástico.

Cuando de elegir el menú se trata, no sabés por cuál optar. Tanto en la dieta vegetariana como en la que se basa en la carne, las alternativas para llevar a la mesa ya no dependen del gusto ni de la recomendación de las nutricionistas.

Entonces, nuevamente hacés alarde de tus conocimientos de aritmética (aquellos que te quedan de tus años de secundaria). Sumás los gastos fijos con lo que calculás qué vas a consumir en alimentos y limpieza. Y se lo “sacás” al sueldo. El resultado es negativo.

Con estos números empezás a analizar:

Internet. Después de la pandemia, no es una opción quedarte sin servicio. Y te paseás “virtualmente” por todas las compañías que hoy ofrecen internet para analizar si lo que brindan llega a tu lugar de residencia, si se condice el precio con los megas, si los comentarios de otros usuarios son medianamente positivo. Y, cuando te decidís contratar a uno, buscás si hay alguna bonificación extra.

Seguro del auto. Llegó la última boleta y te agarrás la cabeza. Analizás dejar el que tenés con cobertura contra robo e incendio total.

El seguro de la casa. No es una necesidad, pero es la única forma de recuperar algo de lo que conseguiste trabajando y todavía estás pagando a través de la tarjeta de crédito (otra que está bajo la mira, pero que permite soñar que tenés dinero aunque realmente no lo tengás).

Dejar el auto en casa y manejarte en colectivo o en bici. Son las opciones más convenientes -para reducir tus gastos y para frenar el calentamiento global-, pero el sistema de transporte no termina de convencer y el robo de bicicletas crece casi como la inflación.

Al final, todo es resignación. Las variables de ajuste son: las salidas en familia, al cine y/o a comer afuera; la vestimenta, que se limita a la muda justa para pasar la temporada; los asados con amigos... y tantas “tradiciones” que fueron quedando de lado para que logrés llegar a fin de mes con 8 pesos en tu cuenta.