Panorama político nacional: el chofer que detonó el gradualismo peronista

Por Edgardo Moreno

Los cuadernos donde el chofer de Baratta registraba las coimas. (Fuente: La Nación)
Los cuadernos donde el chofer de Baratta registraba las coimas. (Fuente: La Nación)

En tiempos en que los Papas eran coronados no sólo como monarcas sino también como jefes de los ejércitos, la ceremonia de consagración incluía un fugaz momento de reflexión.

En medio de los fastos celebratorios, un asistente aparecía con una rama de lino en llamas y le recordaba al nuevo pontífice: así pasa la gloria del mundo.

Por primera vez, en una investigación de envergadura sobre graves hechos de corrupción, empresarios vinculados al sector público en la Argentina están hoy detenidos y enfrentados a su fuego fatuo. Y reflexionando, al menos, que así pasan los cuadernos Gloria por el mundo.

La detención de esos empresarios es el factor novedoso que permite abrigar tibias expectativas sobre el avance de una averiguación seria del saqueo al Estado pepetrado en los años recientes. Entre otros motivos, porque ahora rige un nuevo marco normativo para negociar la delación. Lo dicen los expertos en cuestiones de transparencia: la corrupción suele ser una lata de gusanos que sólo se abre desde adentro.

La saga de los cuadernos de la corrupción no hace mella en el sector político que todavía defiende a ultranza las desventuras en el poder del matrimonio Kirchner. Es un sector inexpugnable a la evidencia. Ni los bolsos de López, ni los cuadernos de Centeno, ni los fajos termosellados de La Rosadita vulneran su posición. Su destino personal y político quedó definitivamente atado, hace ya mucho tiempo, a la necesidad de la negación absoluta.

Pero no por cerrar los ojos el sol deja de salir. El nuevo escándalo de las coimas es una crisis de efectos impactantes sobre la estrategia política de la oposición. Del mismo que la corrida cambiaria arrasó con el apresuramiento de la triple reelección en el oficialismo nacional.

La hoja de ruta de la oposición incluía una reaparición fulgurante de Cristina Kirchner junto a Hugo Moyano, la reactivación de la operación Maldonado (como para no relajar el músculo en la práctica del negacionismo extremo), la presión para un debate de emergencia el martes próximo en Diputados sobre el nuevo rol de las Fuerzas Armadas, una manifestación política con auxilio de la Iglesia Católica en la procesión de San Cayetano y un señalamiento impiadoso hacia la indefinición del Gobierno, cualquiera fuese el resultado de la sesión definitiva sobre la legalización del aborto.

Los cuadernos de Centeno detonaron esos planes. El martes el Senado se desayunará con el pedido de autorización para allanar propiedades de la familia Kirchner y pocos días después Cristina tendrá que regresar a prestar declaración en los tribunales de Comodoro Py.

Y es todavía una agenda pendiente de sobresaltos, según avance la investigación del juez Bonadío. Que incluye un sinnúmero de imponderables si alguno de los detenidos, al igual que Centeno, pide acogerse a las condiciones de delación.

Pero en perspectiva estratégica el daño mayor ya lo está sufriendo el peronismo que al menos en los discursos dejó de asumirse como kirchnerista.

La primera posición política a la que se vio obligado el reciente precandidato presidencial Miguel Pichetto fue garantizar que su bloque no permitirá el desafuero de Cristina.

No ha sido el mejor debut. Como articulador de poder interno en el PJ, Pichetto acumula las llaves de los cerrojos críticos: tiene en el bolsillo la libertad de Cristina Kirchner y la de Carlos Menem, los dos últimos presidentes peronistas.

Ante la opinión pública, ese recurso fértil para la rosca política es, por el contrario, un demérito inexcusable.

Así como Macri le bajó el precio discursivo a la crisis cambiaria comparándola con una tormenta, el peronismo está entrando en el ojo de su propio tornado.

El paralelismo es inevitable. A Macri le estalló la inviabilidad del gradualismo fiscal. Al peronismo, los cuadernos de Centeno le detonaron la estrategia gradual de desplazamiento de Cristina.

Hay un dato emblemático que sintetiza ese conflicto. Al momento de conocerse la trama de corrupción del chofer literario, Cristina avanzaba conformando núcleos activos de Unidad Ciudadana en todo el país y al mismo tiempo recuperaba para su sector la titularidad del PJ. La Justicia desplazó al filósofo Luis Barrionuevo y reinstauró a José Luis Gioja.

En perspectiva electoral, Cristina tiene dos sellos disponibles. El peronismo que dice enfrentarla, todavía ninguno. A menos que se refugie en el espacio de Sergio Massa, cuya principal precupación en estas horas también reside en la llama encendida por los cuadernos Gloria.

Cuando la crisis cambiaria azotó los planes políticos del oficialismo, Macri percibió la gravedad del tiempo perdido. En rigor, la disparada del dólar fue la consecuencia lógica del tiempo perdido por el Gobierno para avanzar en la corrección del déficit crónico de la economía.

La crisis de los cuadernos saca a flote la indecisión del peronismo frente al desafío de Cristina. La mora del peronismo para desprenderse de esa herencia indefendible. Es su novela del tiempo perdido.

Mientras el eje dominante era sólo la economía, desde cualquiera de sus fracciones internas se podía apuntar la crítica.

En su versión ácida, por haber entregado el poder a corporaciones. Por haber heredado un poder político recompuesto para el Estado y haberlo cedido al arbitrio de los tecnócratas. Hasta su detención, el empresario Gerardo Ferreyra despachaba advertencias por el estilo en su condición de cónsul protegido del capitalismo chino.

Las anotaciones de Centeno revelan todo lo opuesto. Son el detalle de una sumisión obscena del poder político frente a la voracidad de las corporaciones. Desde el punto de vista jurídico, una asociación ilícita que investigará la Justicia. Desde la perspectiva política, un concubinato imposible de ser negado.

A un año de las primarias, la agenda pública se ha vuelto a partir en dos. Para todos la economía, para todos la corrupción.