Según la RAE, la primera acepción de “maridaje” refiere al enlace entre dos personas. La segunda sí habla del tema que nos convoca: “Conformidad con que algunas cosas se corresponden entre sí”. Viene a cuento esta referencia para ilustrar la idea que hoy enarbolan chefs, enólogos y también sommeliers: nadie mejor que uno mismo para armar su propia combinación de vino y comida (del mismo modo que sólo nosotros sabremos elegir a quien nos cuadre como pareja).
Es cierto que existen algunas reglas básicas que podemos seguir a rajatabla si no estamos dispuestos a ir más allá: carnes rojas van con tintos, el pescado va con blancos, los postres con vinos dulces, comidas frías con vinos ligeros…
La lista podría ser más extensa, pero resultará inútil y aburrida para quienes deseen jugar y conocer a ciencia cierta qué sabores y texturas combinan de manera armoniosa en su paladar. Los sommeliers siempre sabrán orientarnos con sugerencias y está muy bien conocer el ABC del maridaje, pero la recomendación es probar y arriesgar. A fin de cuentas, como decía una vieja, sobre gustos no hay nada escrito.
El gusto y la imaginación al poder
Los taninos de un tinto de crianza se suavizan en boca con la sal y la grasa, por eso funciona bien la dupla con carnes rojas. Y un blanco con alta acidez marida con almejas en limón, porque el limón suaviza la acidez del vino. Sin embargo, la gran variedad de vinos disponible y la versatilidad de uvas como el Malbec invitan a probar nuevas combinaciones fuera de caja.
Combos impensados
Podemos acompañar pescados con tintos jóvenes y frutales, o con rosados; y si se trata de aquellos que son altos en grasa, como el salmón o el bacalao, también con tintos tánicos. Carnes rojas con salsas ácidas maridan con blancos que realcen esa acidez. ¿Y por qué no animarse a una parrillada con cerveza ahumada o a un delicioso sushi con un tinto frutal?