Por Alejo Gómez.
¿Cuál es el límite del miedo? Jugarse por la vida de un ser querido se llama amor. Jugársela por un desconocido, vocación. Y si ese desconocido es un niño, o tres niños, y esos tres niños son rescatados de un incendio con vida pero mueren en el hospital, los pulmones repletos de monóxido, y el rescatista queda tan mal que llora frente al fuego que engulle la casa, eso en todo caso es entender en el propio cuerpo la fragilidad de las cosas.
A veces la vida no puede contra la muerte, y eso es lo que sienten el oficial ayudante Franco Blázquez (23), el cabo primero Matías Garcilazo (29) y los agentes Alexis Julio (24), Nicolás Giménez Molina (24) y Luis Leanza (24). Los cinco se jugaron la sangre la noche del 23 de julio en esa casa minúscula de calle Neiva al 5.200, en Villa el Libertador, para rescatar a los tres hermanitos que estaban solos, abandonados a las llamas que envenenaron los espacios y generaron la furia de una ciudad que se pregunta cómo pasó eso.
Que la muerte de los hermanitos Bianca (3), Fabricio (7) y Alan (8) era evitable, lo era. Pero los policías no tenían tiempo para pensar esas cosas, esa noche, y menos el agente Julio cuando se mandó a una habitación y el humo le ennegreció la boca y los ojos y la nariz y sintió que se hundía, y en el ahogo no le quedó otra que romper de una trompada el vidrio de una ventana y respirar el aire helado de la noche caliente, arrastrarse hasta la salida y calmarse, pero luego vino lo otro, que fue sentir la sangre brotando de la mano, porque los vidrios le cortaron las venas y la arteria cubital y hubo que operarlo de urgencia. Horas después, en el Hospital Príncipe de Asturias, se enteró de que en otra sala morían los hermanitos que acababan de rescatar.
"No sentí el sangrado arterial hasta que salí nuevamente a la vereda. Casi no la cuento. Ahora cada vez que me voy de casa saludo a mi familia como si fuera la última vez", dice Julio, y se toca el brazo derecho sujeto con un cabestrillo.
Los cinco uniformados, miembros del cuadrante 10L de la Policía Barrial en Villa el Libertador, a cargo del subcomisario Néstor García (39), fueron citados en la puerta de la casa incendiada –o lo que queda de esos restos secos- para que cuenten cómo fue el salvataje de los hermanitos a puro manotazo contra el humo hirviendo. Ellos anticipan que el rescate no alcanzó, lo que no invalida el esfuerzo de jugarse el pellejo. Ellos anticipan que los vecinos del barrio y los médicos del Asturias también se la jugaron por los hermanitos, y esta nota es también un homenaje a ellos.
Humo de noche. A las 2.30, Leanza y Garcilazo clavaron los frenos a metros de la calle Neiva. "¡Sale humo de la sala cuna!", gritó uno. Pidieron colaboración y subieron al techo. El humo, en realidad, salía de una casa pegada a la sala.
Bajaron y en las vereda se encontraron con Julio y Giménez Molina. Miraron la vivienda ubicada al fondo de un pasillo: el humo brotaba a montones de la chimenea. Uno de los primeros vecinos en asomarse les dijo que en esa casa vivían dos nenes. En eso llegó Blázquez. Alguien llamó a Bomberos, pero no se podía esperar. Los policías saltaron el ingreso con candado del pasillo y reventaron la puerta principal a patadas.
"En cuanto la abrimos salió todo el humo. Ahí nos dimos cuenta de lo grave que era. Buscamos unos trapos para cubrirnos la cara pero no encontramos. No se veía nada. Tomamos aire y entramos", dice Blázquez.
Julio entró primero y se topó con un nene (Fabricio) en el suelo. Después, una vez que pasó todo, reflexionó que quizá se puso al lado de la puerta para tratar de abrirla o buscar aire. Pero en ese momento se enfocó en levantarlo y sacarlo a la vereda. Se le tomó el pulso: no tenía. Se le practicaron primeros auxilios: nada. Garcilazo y Giménez Molina lo subieron en el móvil y aceleraron al Príncipe de Asturias. El niño estaba como dormido.
La gente se amontonaba en la vereda con baldes y mazas para romper las puertas y ventanas. Se sumaron móviles del CAP. Había que abrir esas paredes de muerte.
Para entonces Blázquez recorría la casa para sacar al segundo hermanito. Los ojos ardían y nomás quedaba tantear y seguir. Tantear y seguir. Hasta que con una pierna tocó un bulto y volvió sobre sus pasos. Tanteó: era el segundo hermanito, Alan. Estaba debajo de la mesa del comedor, al lado de una ventana.
"El humo ya me asfixiaba, pude manotearlo y correr a la salida. Tampoco tenía pulso, pero creí que iba a salir", dice Blázquez.
La gente agolpada en la calle vio el momento en que Leanza metía al niño en el móvil y salía raudo al hospital. Antes de dárselo a los médicos lo miró bien, y nunca podrá olvidarse de esa cara.
“¡Falta una nena, falta una nena!”, clamó un vecino. La angustia seguía. Blázquez miró al interior de la casa muerta, donde Julio quedaba sin aire y seguía intentando. Antes de entrar se había mojado la cara y el uniforme en una canilla, pero eso ya no bastaba y el humo lo envolvía y adiós oxígeno y adiós vida, hasta que vio unas linternas reflejadas en la ventana y le metió un puñetazo para respirar algo que no fuera veneno. Tambaleó hasta la puerta y sus compañeros lo sujetaron. Tenía la cara caliente y la mano goteando sangre. Debieron hacerle una transfusión.
A Bianca la rescataron bomberos. Ella y Fabricio murieron esa madrugada en el Asturias con los cuerpitos contaminados. Alan se les sumó un día después, y la familia donó los órganos.
Sentires. Lo que sigue es el sentir de cada uno sobre lo que pasó esa noche.
Agente Leanza: Me hubiera gustado enterarme de que sobrevivieron. Todos los compañeros del cuadrante nos esforzamos para salvarlos. No me puedo olvidar de la cara del nene cuando lo llevaba al hospital. Anoche pasé por acá y entré de nuevo. Vi todos los juguetes tirados en el patio. Recé mucho por ellos.
Oficial ayudante Blázquez: Me siento mal porque dimos todo y murieron igual. Siento eso, que no alcanzó pese a la entrega.
Cabo primero Garcilazo: Tengo hijos y no puedo evitar acordarme de ellos. Esa noche lloré en el incendio, lloré en el hospital. Pensamos que iban a salvarse.
Agente Giménez Molina: Fue un hecho lamentable y triste que nos deja un sabor amargo. Pienso en el rostro del nene cuando lo sacamos…. Todo lleno de hollín…. Muchas veces nos enfrentamos a situaciones difíciles y tenemos que actuar como profesionales, pero cuando se trata de niños es muy difícil no quebrarse.
Agente Julio: Cuando veo la cara de uno de esos nenes, veo a un familiar. Teníamos toda la esperanza y aun así no se dio. Aprendí a valorar más a mi familia y a mis compañeros, quienes no dejaron de darme fuerzas en ese momento y evitaron que me durmiera.